Hoy, es un tipo feliz en su casa de Durango, “que es una buena casa”; en su trabajo de comercial “de alquiler de maquinaría de elevación” y, sobre todo, con la vida que lleva, “pues al final no existe mejor profesión que vivir la vida”. Así que no hay posibilidad de que la vanidad se equivoque en esta conversación con Julián Gorospe, que ya no echa de menos aquellos años de ciclista de Reynolds ni de director de Euskaltel, “en los que llegué a pasar 200 días al año fuera de casa”. La pregunta entonces llegó a ser muy incómoda. “¿Acaso es esta la vida que quiero para mí?”. La respuesta la tiene hoy, en estos años en los que “lo más importante de un fin de semana puede ser salir a dar un paseo, leer la prensa o tomar un café”, porque no todo es una fotografía en el podio. Gorospe se separó para siempre de ella en 2006, cuando dejó Euskaltel, y no volverá más, “entre otras razones porque no hay equipos”. Pero tampoco lo echa de menos hoy, a los 58 años, como nunca hubiésemos imaginado en la Vuelta del 83 en la que él fue el Enric Mas de la época. Tenía también 23 años. Tenía, en realidad, algo distinto que provocó que los hombres nos enamorásemos de sus magníficas condiciones de contrarrelojista; las mujeres de su mirada de galán y él de un liderato que duró «hasta que vino el caimán y me lo quitó». El caimán eran palabras mayores. El caimán era Bernard Hinault, un tipo que parecía Robert Mitchum en una época en la que el ciclismo era otra cosa que quizás Enric Más no entendería.
“Todavía recuerdo cuando llegamos al hotel de León en la Vuelta del 83, a ese grupo de chicas que nos esperaban en la calle. No hacían más que gritar mi nombre y yo, avergonzado, no sabía dónde meterme hasta que vino Echavarri y me dijo, ‘venga, Julián, sal al balcón, porque sino esto no se acaba», recuerda hoy Gorospe, que aún no sabe cómo lo hizo en una época, en la que un ciclista tenía casi la popularidad de un actor a cambio de exponerse a cosas como que “José Ramón de la Morena entrase en nuestras habitaciones, con todos los bártulos de los cables de la radio, a las siete de la mañana para salir en antena y preguntarnos qué tal habíamos descansado. El despertar del ciclista, me parece que se llamaba y no pasaba nada, porque en aquella época a los ciclistas nos parecía lo más normal. Pero, claro, vete tú a explicárselo a los ciclistas de hoy, que viven casi de espaldas a los periodistas y entonces te das cuenta de la suerte que tuviste de vivir lo que viviste. Siempre podré recordar aquellos escenarios que montaba José María García, al finalizar las etapas, en las plazas de los pueblos. No había nada más sano que eso. Íbamos los ciclistas, nos preguntaban y nos hacían sentir tan importantes como si fuésemos actores de Hollywood por unos momentos”, insiste Gorospe, que pudo ser uno de los iconos de los ochenta.
«No digo que no», admite. «De pronto, me convertí en el ciclista del futuro. La gente quiso ver en mí el futuro como ahora quiere verlo con Enric Mas. Pero no se le ocurra comparar épocas y no me pida que las compare. En la mía cogíamos la forma corriendo carreras y había momentos. Aceptabas que mañana podías pillar una pájara, porque había cosas imposibles de programar. Sin embargo, hoy sabes hasta el número de carreras que necesitas para estar al cien por cien», explica Gorospe que, pese a la Vuelta del 83, nunca llegó a ser un hombre de grandes Vueltas. “Si hubiese ganado esa Vuelta tal vez hubiese cambiado mi mentalidad. ¿Quién dice que no me hubiese convertido en un líder? Pero entre que teníamos a Perico y a Indurain, yo supe ser feliz cumpliendo mi papel ganando vueltas pequeñas, ganando mis contrarreloj, ganando hasta mi etapa en el Tour del 86 que en aquella época era lo máximo: ganar en el Tour. Si yo era feliz así, ¿por qué tenía que aspirar a más? Uno debe decidir lo que quiere hacer con su vida y esa vida me permitió durar 13 años de profesional, que fueron muchos. Apenas hay ciclistas que duren tanto y no conozco a tantos que puedan elegir el momento de retirarse como lo elegí yo”.
Hoy, Gorospe es un hombre sin cuentas pendientes. Un hombre que te impide equivocarte, porque lo vivió todo, el ciclismo de ayer y el de hoy. De ahí que uno nunca le pediría un consejo para los 23 años de Enric Mas. “El tiempo dirá”, rebate. “El futuro nunca se equivoca. Pero no podemos pronosticar el futuro. Aún menos en un deporte así en el que machacas tanto o en el que tienes que ir tantos días al límite. Incluso, en mi caso, ahora, que ha pasado el tiempo, te preguntas: ¿cómo fue posible? ¿cómo pude ganar ese día en Saint Etienne en la etapa del Tour? No me quedaba nada, pero lo di todo, porque tenía a Echavarri que no hacía más que gritarme desde el coche, ‘venga, Julián, aprieta al culo, que vienen los colombianos’, pues los colombianos no hacían más que apretar, y esa angustia es tan difícil de tratar, y así hay cientos de días”, recuerda Gorospe como si fuese ayer. “Pero no sólo me refiero a la angustia del que gana, sino también a la de ciclista que tiene que arañar minutos en televisión porque sino al año que viene puede no tener contrato, y eso ha existido siempre en el ciclismo, donde tienes que aceptar la ley de la supervivencia”.
“Yo me acuerdo del año 90 cuando los ciclistas empezamos a cotizar a la Seguridad Social. Entonces teníamos contratos de diez meses y había equipos tan humildes como el Dormilón que reconocían abiertamente a sus ciclistas que no tenían presupuesto para contratos de doce meses”, memoriza Gorospe en una declaración que retrata el ciclismo de los años ochenta. “Siempre estaré abierto a hablar de esa época, porque para mí todavía sigue siendo un ejemplo. Yo prefiero que el ciclista pueda conocer al periodista. Yo no quiero al ciclista al que se aísla en el autobús como se hace ahora. No pasa nada porque un periodista entre en nuestras habitaciones a hacer un programa. De la Morena lo hacía en nuestra época y eso nos dio una publicidad que nos hizo mejores a los ciclistas. Pero es que también le podría hablar de José María García, que hasta se podría decir que hizo tanto por el ciclismo como los ciclistas, porque no sólo eran periodista. A veces, fue nuestro portavoz”.
Gorospe aún recuerda que “García llegó a librarnos de huelgas de mineros, de agricultores en la España de aquella época, porque él iba en el coche antes del pelotón y se comprometía a ponerles la emisora a su disposición si no interrumpían el paso de la Vuelta. Sin embargo, hoy no hay periodistas así. Supongo que es porque los tiempos han cambiado, pero tal vez esa es la razón por la que yo ya no echo de menos volver al ciclismo. Quizá porque me hice mayor. Quizá porque descubrí otra vida en la que prefiero vivir más tranquilo. Pero le puedo prometer que hay pocas cosas tan emotivas como recordar esas plazas de los pueblos, llenas de espectadores, después de las etapas, en las que uno contaba lo que sentía, y esas cosas ocurrieron en el ciclismo de mi época con toda la naturalidad. No sé si algún día volverán. Pero si vuelve a hablar conmigo no tengo problema en volver a recordarlas”.
Este domingo pasado en la Puerta del Sol de Madrid pic.twitter.com/qgR1man8Ii
— Eduardo Chozas (@eduardochozas) 19 de septiembre de 2018
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