España se va del Mundial andando. Aburriendo a propios y extraños. Dejando unos registros demoledores. Ganando un partido de cuatro frente a rivales como: Irán, Marruecos o Rusia que en el ranking FIFA ocupan las posiciones 36, 42 y 66, respectivamente. Con siete goles a favor y seis en contra. Recibiendo 11 goles de 12 tiros a puerta (incluyendo los penaltis). Dando mil setecientos millones de pases tan útiles como recoger agua con un colador. Coleccionando mediapuntas que hacían que el equipo jugase con la misma velocidad que los guerreros de Terracota. Incapaces de tirar a puerta en cientoveinte minutos, pero sin atrevernos a poner dos delanteros porque eso va en contra del Antiguo Testamento. En fin, por no hacerlo más largo, sin entrenador. Sin entrenador porque al entrenador de antes le importó la Selección lo mismo que a los que ven en ella esa entidad que sólo mola si juega el que es de mi equipo. Lo mismo que le importó la Selección a su nuevo presidente. Ese tipo que cree que el equipo de todos es sólo el suyo.
El cuento del traje del emperador es bien conocido. Es ese en el que un dignatario caminaba desnudo por la calle porque unos avispados le habían convencido de que en realidad iba vestido con el mejor traje del mundo. El más caro. El más elegante. El personal de la corte, los pelotas y demás dirigentes advenedizos, seguían la comedia sin protestar. No se sabe si convencidos de que su emperador llevaba una prenda maravillosa o por querer seguir chupando del bote. En el fondo da lo mismo. El cuento termina cuando, en mitad de un desfile, aparece un niño para gritar: ¡Pero si va desnudo! Es entonces cuando todos deciden darse cuenta de lo que pasa.
Creo que la Selección Española de Fútbol es ese ingenuo emperador. El niño es Rusia. Bueno, el niño es Rusia hoy. Antes hubo otros niños.
La Selección Española lleva paseándose con un traje transparente desde hace como mínimo cuatro años. Aupada en la pureza virginal de un supuesto estilo infalible, ha preferido obviar que el paso del tiempo provoca que el pelo se caiga, la piel se arrugue y la ropa se estropee. Es inevitable, pero hay una cosa que se llama saber envejecer. Otra que se llama mantenimiento. Otra que se llama evolución. Otra que se llama adaptarse. Da igual. Las hemos despreciado todas. Perdidos en la estupidez de la ortodoxia, los que creen saber de esto nos han obligado a que la Selección fuese una especie de relicario. Un icono bidimensional que ha terminado transformándose en una tarta de merengue insípido, que empacha, y que ni siquiera sirve como elemento ornamental. Hemos ocupado el tiempo en debates sobre el color de la soberbia olvidándonos de un fantástico grupo de futbolistas al que no sólo no se les ha dejado participar siendo ellos mismos sino que se les ha humillado hasta extremos intolerables. Se les ha humillado por no ser lo que cierta melancolía ultramontana les reclamaba que fueran. Es decir, otros. En lugar de tener la modestia de ir tejiendo un traje en el que pudieran encajar, hemos preferido vivir de monólogos imperialistas sobre la estética, y de leyendas del pasado. Hemos tenido incluso que soportar repugnantes cuentos xenófobos de terror por el camino.
Decía Salman Rushdie que todas las ideas, incluso las sagradas, deben adaptarse a nuevas realidades. Es tan evidente que duele no verlo. Es tan obvio que hay que ser muy necio para continuar aferrándose a un fantasma que se arrastra ya de forma lamentable. Lo más triste es que España tiene una camada de jugadores impresionantes. Capaz de ganar un Mundial. Lo creo de verdad. De Gea es titular en el Manchester United. Thiago en el Bayern. El presidente del Chelsea quiere denunciar a Conte por dejar escapar a Diego Costa. Asensio, Saúl, Rodrigo, Odriozola, Aspas… Hay que ser estúpido para pensar que tipos así no tienen sitio en la Selección. Que no encajan. ¿Que no encajan?
No. Lo que no encaja es la fórmula que ha empleado la Federación todos estos años. Ese perfil de entrenador tan condicionado por la costra mediática en el poder. Esa defensa casposa del pasado, de las influencias y de las amistades peligrosas. Ese hacer del equipo de todos un cortijo restringido a unos pocos colores.
Reconozcámoslo. Éramos el emperador. No volvamos a repetirlo. Tengamos la nobleza de asumirlo. La entereza de superarlo. La modestia de saber que empezamos desde atrás. Desde cero, si quieren. La generosidad de hacer algo de todos y para todos. La inteligencia de saber que tenemos materia prima. Aquí acaba un capítulo, sí. Duele, pero abramos las ventanas, dejemos salir el olor a cerrado y hagamos que el siguiente pueda ser mejor.
[…] de vacío y de vértigo que nos da pensar en las siguientes rondas de competición; nada quita que hoy lunes hayamos abierto el ojo recapitulando acontecimientos, pellizcándonos para darnos cuenta de que no, que no ha sido un mal sueño. Que nos ha eliminado […]