Voy a fallar otra vez. Una más. Este domingo de calor ya de pleno verano nada más salir de RAC1 donde me invitaron a colaborar con una sección sobre el Mundial, le envié un mensaje a Juanma Trueba: «Si te parece bien escribiré sobre Neymar, la estrella que más se ha devaluado en el Mundial por comediante». La respuesta fue el emoticono con el pulgar hacia arriba. Un adelante. Claro, que el mismo Trueba fue el que me dijo hace una semana que cuando escribo desde las tripas me sale mejor. Y lo sé. Claro que lo sé. Así que, por una parte fallo porque no voy a escribir de Neymar, pero por otra tú lo has querido. Desde las mismísimas tripas tecleo esto.
Y lo hago después de leer a la estupenda Llucia Ramis en La Vanguardia, donde explica en su columna cómo el vértigo, la responsabilidad, la exposición, te llevan a una ansiedad que cuanto más intentes controlarla, peor será. En esta nueva era en la que los periodistas son la noticia lo que nunca aparece, negro sobre blanco, son los problemas, la precariedad, la angustia y el apáñate como puedas.
Allá voy. No pretendo, ni quiero, ser ejemplo de nada. Me da pudor explicarlo y por eso nunca lo he hecho hasta ahora, pero cuando he leído a Llucia Ramis he sentido que igual, a lo mejor, quizás, contando lo mío puedo ayudar a alguien. Esa es mi intención principal. Y también la denuncia sobre las condiciones laborales a las que debemos plegarnos porque «son lentejas, o las tomas, o las dejas».
Hace 15 años sufrí mi primera lumbalgia. No me podía mover, literalmente. Me diagnosticaron una hernia discal y me recomendaron que practicara natación, cosa que hice. Así, logré que las crisis se espaciaran en el tiempo: cada dos años más o menos me pegaba el latigazo en la espalda, La L5-S1 concretamente, y durante cinco o seis días me estaba quietecita y volvía. En noviembre del 2016 todo cambió un día que no pude levantarme ni de la cama: se me había pinzado el nervio ciático y el dolor era insoportable. El nervio ciático es el más grande y largo del organismo; pasa por la espalda baja, la parte posterior de la pierna y llega hasta los dedos de los pies. Es decir: el infierno. Si te ha dolido alguna vez una muela porque llegó al nervio puedes llegar a imaginarte… más o menos.
Autónoma como era —soy— y con la necesidad de ingresar dinero por muy mal pagadas que estén las colaboraciones, que están, no dejé de trabajar. Como el suplicio, el daño, el dolor puro y duro era insoportable me recetaron medicamentos desde derivados de morfina hasta opioides que me aliviaban de manera momentánea, pero que me dejaban KO, fuera de la circulación. Cuando las pastillas no funcionaban me iba directamente a las Urgencias del Hospital Clínic de Barcelona para que me metieran en vena los calmantes. No podía dormir, ni estar sentada, ni de pie, pero seguí trabajando porque me hacía falta; tanto económicamente como también para no centrarme única y exclusivamente en el dolor y volverme loca. Necesitaba distraerme.
Me controlaba la medicación cuando, por ejemplo, iba a las tertulias. Para estar lúcida y tener la lengua suelta. También medía cuando tenía que escribir un tema del Barça, o del Mundial de natación o atletismo, y esperaba hasta el último momento para hacerlo a toda prisa mientras el nervio, desde la nalga hasta el pie, me atormentaba. Llegué a enviar una crónica para la radio en un box de urgencias justo antes de que me pincharan y la cabeza no me funcionara. Llegué a ir unas cuantas veces a la televisión rabiando del dolor y esperando a que se apagara la cámara para meterme el Tramadol y la Palexia.
Mientras, algunos compañeros y sobre todo amigos de profesión que seguían en las redacciones me contaban lo mal que lo estaban pasando. Los recortes, los ERES, la dictadura del puto clic. Como yo me había ido antes, después de 17 años en Marca, algunos me pedían consejo y era incapaz de dárselo. Las circunstancias, la vida y el miedo son individuales, no colectivas. Desgraciadamente, lo que desde hace tiempo ya es universal son las condiciones de precariedad con las que ejercemos nuestro trabajo, que para mí es un oficio, dicho sea de paso.
El pasado mes de diciembre me operaron. Tres clavos y un tope entre una vértebra y otra para que no se junten y me jodan la vida. Todo salió fenomenal, pero me di solamente un mes para volver a trabajar y cuando lo hice estaba en pleno mono de las drogas que había dejado y también en pleno desconcierto después de, por primera vez en no sé ni cuántos años, sentirme desconectada. Había empleado la energía en volver a andar, con música de Los 40 Principales que era ideal. Mi canción entonces, y ya para siempre, era La llamada de Leiva, subía el volumen de los auriculares a todo trapo mientras podía caminar cada vez más rápido día a día.
Desde entonces he sufrido varias crisis de ansiedad. Las palpitaciones, el cuerpo envuelto en sudor, el terror a hacer el ridículo, a quedarme en blanco, a no saber qué hacer ni qué decir. A no ser buena y también el de no poder decir que no porque no me lo podía permitir. Hacer cuentas, ver que no llega, la vergüenza de decirlo en voz alta. Sigue, sigue, sigue. No te paralices, sigue. Si te da miedo, te aguantas. Sigue. No te rindas, no ahora, no después de todo lo anterior. Sigue.
Hoy tenía que escribir de Neymar, pero después de que en mitad de todo este proceso agotador, y de leer a Llucia Ramis: «Este curso, además de un estado mental, la ansiedad ha sido social. Aunque evitarla es difícil, hablar de ella ayuda. No es un consuelo de tontos. Es entendernos mejor. Como pasa con casi todos los tabúes. Parar no denota un fracaso, sentir tampoco. Al contrario, es humano. Y estamos olvidando que lo somos». Tengo presente la llamada de un amigo, un compañero, hace tan solo una semana para decirme que dejaba su trabajo en un periódico después de que le ofrecieran unas condiciones lamentables. Y se despidió llorando y sentí su pena como propia. Como el dolor de un nervio, el principal, el más grande, que es el que nos permite continuar a pesar de los pesares en este oficio en el que estamos en manos de directores y consejos de administración que van dando tumbos sin saber dónde encontrar el negocio en las webs y atropellando lo que se encuentran, nosotros, sin aparentes remordimientos.
Ya te lo advertí, Trueba, que no siempre me sale escribir desde las entrañas, pero te empeñaste. Pues aquí estoy. Esta soy yo.
Mil veces más interesante que lo que pudieras escribir sobre Neymar.
Gracias por el escrito, por la sinceridad. Parece que no se puedan contar las derrotas personales, los fracasos, los miedos…sòlo instagrams de lo bien que nos va todo y lo supers que somos en la vida exterior. Y són eso, èpocas, el tiempo pasa y el esfuerzo compensa.
Ànimos Gemma!