Estamos fuera. Se veía venir. Mi último artículo en A LA CONTRA “España y Hierro viven en el alambre” me ha ayudado a digerir este palo sin cambiar de rictus. No es jugar a la bruja Lola, es ver venir el cachetazo. La Roja nunca fue La Roja en el Mundial. Sea por la crisis Lopetegui, por la improvisación con Hierro o por el encefalograma plano de nuestros jugadores, la cruel realidad es que una Rusia impresentable, con once tipos defendiendo sin la menor intención de jugar el balón, y apoyada en decisiones de VAR que huelen a podrido llegó a los penaltis para certificar la defunción de España. De Gea no paró nada y Koke y Aspas regalaron sus lanzamientos. Hasta el final, hasta el último aliento, fue todo una calamidad.
Estamos fuera porque La Roja nunca tuvo velocidad, jugadas de área, disparos desde lejos, presión, ambición táctica y frescura con balón. Lo resumo: a España nunca la vi alegre. Pasamos por los estadios rusos como una sombra, intentando mantener la compostura, sonriendo para la foto, aparentando más que apretando. Me llegué a aburrir viendo a la Selección y no quise aceptarlo, como le sucedía a más de media España futbolera. Ni una vez me levantó del asiento, ni una vez me sentí orgulloso de su fútbol, ni una vez vi a Hierro a la altura de las circunstancias. Pero, ojo, señalar al técnico que aceptó ir al pasillo de la muerte por salvar el culo a Rubiales tiene su mérito. Lástima que la cruda realidad nos haya demostrado que ese traspaso de poderes fue el principio del fin.
Estamos fuera porque los jugadores no tuvieron alma. Tener alma no es pelear, es algo más. La bravura, el trabajo y las ganas se presuponen. Jugar con alma es mostrar una autoridad por encima de la mediocridad. Si no eres valiente con el balón, si no eres atrevido con la pizarra, si juegas a salir bien parado, lo normal es que te traten sin respeto y te gane hasta Rusia. España no metió miedo ni a Irán. ¿Por qué? Porque nunca tuvo alma de campeona. Probablemente por una escasa transmisión de energía desde el banquillo, por una falta de liderazgo más allá de las arrancadas de Ramos, porque ningún jugador estuvo a la altura de las circunstancias. Ninguno, repito, y no me equivoco metiendo en el paquete del suspenso general a Isco, Costa y quienes ustedes me quieran echar en cara.
Estamos fuera, qué triste decirlo, porque es hora de una regeneración del modelo. El tiqui-taca se fue desgastando desde el Mundial de Brasil por previsible y porque sus mejores exponentes entraban en edad de jubilación futbolera. Y nos hemos quedado estancados en el camino equivocado (Hierro lo manifestó así), sin aceptar que el fútbol es velocidad (Francia), es versatilidad individual (Bélgica), es atrevimiento (Uruguay) y algo de fantasía (Brasil). No vale con “sacar a pasear al caniche”, acertadísima e histórica frase que robo a mi admirado Juanma Trueba. El fútbol moderno nos ha adelantado por la derecha, mientras que seguimos esperando un milagro de Iniesta y un rebote a la red de Costa.
Estamos fuera por un montón de cosas que tiempo tendremos de desmenuzar en una análisis menos amargo y precipitado. Adiós al Mundial de Rusia, adiós a una ilusión, adiós a un modelo de fútbol. No me digan que no se lo avisé. Qué pena.