Se terminó un Mundial y se acabó una década. Ocurrió de la peor manera posible, sin una pizca de heroísmo, contra un equipo inferior y ante un público que reconoció su propia inferioridad de un modo casi festivo, y nada duele tanto como morir entre risas. Los rusos en el estadio celebraron cada córner, cada patadón de su portero y cada mínima aproximación al área de España. No había angustia en sus caras. Se hubieran marchado tan contentos con una derrota honorable. Y doy por hecho que el sentimiento era compartido por el entrenador local, camarada Cherchesov, que no imaginó otro paraíso que los penaltis.
Mientras todo eso sucedía, España se desangraba, incapaz de generar ocasiones ante un adversario que le entregó el balón durante 120 minutos con sus respectivos añadidos. Qué rápido pasan los años y qué lentas las horas. Todo ese tiempo nos sentimos impotentes. Nosotros, el equipo que hizo del balón un aliado, casi un jugador más, se estrangulaba con la pelota en los pies.
De inicio nos llegó a parecer fácil, maravillosamente sencillo. Gol a los once minutos e inacción del adversario. Con España por delante, Rusia no modificó el gesto: siguió guarecida en su campo e impasible ante el dominio de su rival. Dominio abrumador, dominio ruborizante, pero dominio horizontal. Pases y pases sin otro objetivo que dar pases y pases. Pases hasta la línea de tres cuartos y vuelta a empezar. Pases inútiles, conservadores, desesperantes. No había intención de terminar las jugadas, no había quien metiera un balón en profundidad o quien probara un regate, tal era la obsesión por no arriesgar la pelota y por evitar los contragolpes rusos. Sólo era perceptible el deseo de terminar ya, como si en lugar de 80 minutos restaran cinco o seis, como si en el fútbol se pudiera negociar un armisticio.
Al rato comprendimos que el público no abucheaba a su selección por no salir de la cueva; nos pitaba a nosotros por conformarnos con la victoria famélica y por negar el espectáculo que habían ido a ver. Éramos nosotros quienes estábamos obligados a jugar por la estrella y por el talento, por ser candidatos y por ser España. Y tal vez tuvieran razón. Estábamos haciendo una penosa dejación de funciones. En el minuto 45 llegó nuestro primer tiro entre palos; en el 57, el primer córner.
Entiendo el desconcierto que puede provocar encontrarse con un anfitrión que no ejerce, la misma que encontrarse con un favorito que no recuerda los caminos. En cualquier caso, nada justifica nuestra pasividad, ese esfuerzo por desconvocar el partido. En esas les entregamos media hora. Y a continuación les regalamos un penalti, mano de Piqué. Nada dramático en otras circunstancias, terrible en las actuales.
Rusia cedió unos metros y en el minuto 64 retiró a su ariete, el gigantón Dzyuba, su único peligro cierto. El mensaje era nítido: firmaban los penaltis. Ni con Iniesta mejoró España, o no lo suficiente. Ni con Aspas, o no lo bastante. Sólo Rodrigo nos dio un impulso que tropezó con el inconveniente de un reloj disparado. Ya no era cuestión de querer, sino de llegar a tiempo. Y no llegamos.
Los penaltis, en contra de lo que se dice, no son una lotería. Son la última prueba de la confianza de un equipo y, concretamente, de un portero. Pierde quien cree menos. Y perdimos nosotros.
El final es como le gusta el fútbol, guionista de éxito. Todo comenzó en los penaltis contra Italia de la Eurocopa del 2008 y todo concluye con otros penaltis, en Moscú, a 15.000 kilómetros de Johannesburgo. Sepan los jóvenes que ahora no estamos hundidos, solo desnudos. Durante más tiempo del que soy capaz de recordar fuimos una selección desdichada y de esa frustración nos nació luego un jardín, ya conocen los efectos del estiércol.
No es tiempo de llorar, sino de brindar. Fue bonito mientras duró y duró más de lo esperado. Gracias, caballeros. Porque inventamos una forma de jugar, por salvar a los bajitos del mundo y por darnos una esperanza que termina hoy, diez años después. Por ustedes.
[…] está fuera del Mundial de Rusia. Los fallos de Koke y de Iago Aspas en la tanda de penaltis contra el anfitrión han mandado […]
[…] mediapuntas que hacían que el equipo jugase con la misma velocidad que los guerreros de Terracota. Incapaces de tirar a puerta en cientoveinte minutos, pero sin atrevernos a poner dos delanteros porque eso va en contra del Antiguo Testamento. En fin, […]
Sencillamente memorable. Y emotivo. Lo tiene todo. Gracias por escribir, Juanma. Un saludo.
Pienso que, en un partido de fútbol, se empieza a ganar cuando se le da a al rival lo que no quiere, o se le priva de lo que quiere; se le tuerce el plan, para ser más claros. Creo que, en el caso de España, la solución al partido de Rusia era tan evidente como entregarles el balón. ¿No quieres caldo? ¡Pues toma dos tazas! Y con chicos como Asensio, Rodrigo, Saúl o Iago, habrían caído cinco simplemente aprovechando los espacios. El problema es que se ha instalado la posesión como dogma, y todo lo que no sea ganar con un abrumador setenta y cinco por ciento de posesión de balón es una calamidad y una blasfemia. Con dos goles en contra, Rusia se abre y se puede tocar con más calma y alegría.
Otra cosa que le reprocho a esta Selección española es que sale con onces que no favorecen ni una idea ni otra. Son híbridos de poca claridad. Si se apuesta por la posesión, quizás convendría tener un delantero centro más apropiado que Diego Costa, cuyo objetivo es tocar tres balones y meter dos en la red; también sería bueno entender que un futbolista como Asensio se desperdicia cuando se le priva de sus arrancadas en velocidad o de sus disparos desde larga distancia. Por otra parte, y esta opinión será controvertida, es un desdoblamiento estúpido juntar a Koke y Busquets: su juego no es complementario, ni permite que haya una «sala de máquinas», por así decirlo.
Más cosas: se dice que Isco fue el único activo, y no lo cuestiono; lo que sí critico es que se pusiera de jefe de mandos a un futbolista que tiende a dar dos o tres toques al balón, a «ralentizar» el curso de la jugada. Cuando le rodean Silva e Iniesta, y están en forma, es una adición maravillosa, porque añade el gesto inesperado a la acción, pero cuando es el único creador del equipo, no me resulta convincente.
En suma, se trata de adaptarse a las circunstancias: Thiago no está a la altura de Xavi Hernández, y Silva e Iniesta no tienen la frescura física para hacer del tiki-taka un juego imprevisible (porque hace falta estar en permanente movimiento para jugarlo, no lo olviden). Además, teniendo a Rodrigo, Iago, Costa y Asensio, se me plantea la duda de por qué no se jugó con dos delanteros, quizás a Diego Costa de nueve y alguien por detrás, con Isco y Saúl de falsos extremos. ¿Saben cuál fue la última selección española que jugó así?
La España que jugó (y ganó) la Eurocopa de 2008.
[…] curioso, pero esta mañana he percibido varios de los síntomas que describo en el primer párrafo. Y tiene bemoles, porque ayer casi no bebí. Cuatro o cinco cervezas, que no es beber. Igual que […]
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