A estas alturas de la noche limeña, húmeda y opaca como ella sola, y con las revoluciones bastante más bajas, toca revisar todo. Desde el lejano gol de Farfán en el estadio Nacional en noviembre contra Nueva Zelanda, hasta el remate al palo de Pedro Aquino, en la improbable Ekaterimburgo, allá donde se acaba Europa y empieza otro mundo. Tocará revisar, ya en silencio y sin euforia, las narraciones de Daniel Peredo que ocupan un lugar privilegiado en el museo de nuestra memoria, y, por supuesto, los dolorosos tantos de Poulsen y Mbappé, que entraron como una daga en nuestros vírgenes corazones mundialistas.
Perú jugó un Mundial después de demasiado tiempo. Y se notó. Se notó en algunas muestras de ingenuidad en la salida desde el área, en ese penal fallado que aún tenemos atorado en nuestras gargantas y en la suerte que, en los Mundiales, suele estar del lado del más grande. Así fue contra Dinamarca y también contra Francia. Aunque son dos equipos de distinta jerarquía, ambos dieron a Perú una lección de realidad: en el Mundial se necesita más que buenas intenciones y orden. Se necesita más que buenos desbordes y pases en primera. Se necesita confianza, se necesita suerte, y, sobre todas las cosas, se necesita gol.
Para los que nos preguntamos desde que nacimos cómo es jugar un Mundial siendo peruano, pues así es. Así era el Mundial.
Si en el partido contra los daneses muchos criticamos la ausencia de Paolo Guerrero desde el vamos, contra Francia quedó demostrado que el capitán, en buena medida debido a su casi nula continuidad en juegos oficiales, no era la solución ante el problema de eficacia del ataque nacional. Todos los avances, en su mayoría liderados por un destellante André Carrillo, terminaban en las botas o las cabezas de los franceses, ante la ausencia de volumen ofensivo de la selección peruana. A diferencia de Francia, que llegaba como una tromba apoyada en el escandaloso abanico de recursos técnicos y físicos de Mbappé, Perú lo hacía con poca sorpresa y sin demasiada fuerza.
Me da la impresión de que una de las diferencias insalvables entre ambas selecciones fue el físico de sus jugadores. Perú empezó ganando las divididas, pero apenas Francia pisó el acelerador y apretó los dientes, demostró que estaba, por lo menos, un escalón por encima. Pogba, Matuidi y Kanté son sencillamente portentos físicos contra los que el mediocampo peruano no pudo hacer demasiado más que tratar de moverse un poco y sorprender llegando a los pocos espacios vacíos que dejaban.
No fue un partido genial de Francia, pero queda la sensación de que no necesitó ser genial. Fue un encuentro pensado, bien administrado, en el que el equipo de Deschamps siempre se supo superior a la valiente selección peruana. Aún en los veinte minutos finales, cuando los europeos parecían defender con cierto apremio, los rostros impertérritos de Varane y Umtiti eran la señal inequívoca de que Perú estaba frente a un rival de categoría mundial. Un candidato serio para jugar siete partidos.
¿Qué más puede decirse de Perú? Que todavía falta un partido y que, como dijo Ricardo Gareca, es importante retribuirle al público peruano su masiva presencia en Rusia. La hinchada blanquirroja es, hasta ahora, la más cálida, la más efusiva y la más numerosa. El himno no se canta en el Nacional como se cantó en Ekaterimburgo y en Saransk: el orgullo de ser peruano fuera del Perú sigue siendo un sello distintivo de un pueblo tan golpeado como el nuestro. Ese pueblo se merece gritar un gol, celebrar un triunfo.
Puede decirse, también, que este es un equipo que ha dado más de lo que tenía. Porque quien decía que éramos favoritos a pasar a octavos por estar invictos hace 14 partidos y haber ganado unos cuantos amistosos estaba delirando. Este mismo plantel, hace menos de dos años, se jugaba la vida en Lima contra Ecuador y ganaba 2-1 raspando. Eran manotazos de ahogado. No éramos más que nadie. Por eso, terminar dos partidos de Copa del Mundo con dos rivales del primer mundo futbolístico metidos en su área es casi milagroso si lo miramos, como debería ser siempre, con cierta perspectiva.
Perú tiene ahora dos futuros. El primero es el inmediato, y ese futuro es Australia, que se juega todo en la última jornada. Sería lindo –y un poco justo- que Guerrero pudiera celebrar un gol con su gente después del calvario que le tocó vivir.
El segundo, el más importante, es el de los próximos dos años. Para empezar, ¿tendremos al mismo entrenador? Sería lo ideal, aunque no tendría que sorprendernos que, como Zidane, Gareca eligiera un buen momento para dar un paso al costado. Después de todo, logró ya mucho más de lo que se esperaba de él, y es muy probable que ya cuente con ofertas muy atractivas, incluyendo la de la selección argentina, que anda haciendo papelones cada vez que puede.
En las próximas eliminatorias, Guerrero será un jugador al borde del retiro, igual que Farfán y Rodríguez. Sacando a esos tres futbolistas, el promedio de edad del plantel peruano es bajo y, si sigue trabajando con esta armonía, no sería raro que siguiera siendo el equipo difícil y bien trabajado en el que se ha convertido. La tarea sigue siendo encontrar un delantero que pueda reemplazar a Paolo. Por el momento, el panorama en ese sentido no es muy alentador.
Ya habrá tiempo de hablar más sobre el futuro y de analizar lo que hemos hecho. Por el momento, el Mundial continúa, y será bueno recordarnos que por algo estamos ahí, con tanta seriedad y madurez. A seguirlo disfrutando.
Buen articulo mi estimado Dan.
Objetivo, critico en positivo y maduro.
Sigue asi y, como nuestra seleccion, llegaremos junto a otros mundiales.
Abrazo.
QQ
[…] muy poco, es la primera vez en décadas que el equipo puede mirar el futuro sin el peso del pasado. La mochila de los 36 años sin mundiales ahora está vacía y eso debería verse reflejado en el […]