Lo pensé antes de que Marruecos consiguiera el segundo gol, tal vez en un momento de enajenación mental transitoria o quizá en un estado de máxima lucidez. Dado que pasaremos segundos, entonces no se vislumbraba otra posibilidad, será mejor perder el partido, pues no habrá otra manera de que Fernando Hierro se decida a hacer cambios para el cruce de octavos, a esa hora contra Uruguay. Llegados a ese punto no había más solución que el desastre. De otro modo, y todavía lo creo, nos iríamos del Mundial como el agua por el desagüe.
Al poco, marcó Marruecos, a nueve del final. En ese instante comprendí que hay que tener cuidado con lo que deseas; alguien dijo (sería Byron) que los amores platónicos son pistolas cargadas que de vez en cuando se disparan. Lo mismo pasa cuando clamas al cielo. De tanto en cuanto, te escuchan. El problema es que la meta todavía quedaba demasiado lejos. Un gol de Irán no era una cuestión improbable y otro de Marruecos todavía menos. Con esa mínima combinación estábamos fuera del campeonato. No quiero ni imaginar la conmoción.
Pero el fútbol es un sádico, encantador en este caso. Los acontecimientos se precipitaron. Aspas marcó, el asistente señaló fuera de juego y su gol se elevó al juicio del VAR. La jugada no era clara. Al mismo tiempo, el videoarbitraje dictaba penalti por una mano en el área de Portugal, que ganaba 1-0. Estábamos a expensas de la tecnología, que es un azar catódico. Y la tecnología nos salvó. Gol de Aspas y celebración en diferido. Gol de Irán y angustia portuguesa. Un gol persa hubiera dejado a Cristiano fuera del torneo antes que a Messi. Díganme una paradoja mayor.
Igual que hay saltos mortales podemos afirmar que esto fue un salto vital. De pronto, España se vio primera y con el expediente casi intacto: invictos en la fase de grupos. Pero es mentira, quisiera dejarlo claro. La Selección sale del trance con la credibilidad hecha jirones. Somos un equipo que intenta contar una historia que ya no es la suya. El nuevo relato está en el banquillo y en el hambre de los que nunca ganaron nada. Eso representa Iago Aspas y quiero imaginar que Hierro entenderá el mensaje. Ya no se puede conducir el avión con el piloto automático. Es el momento de hacerse con los mandos y alterar el rumbo. Hay que cambiar mucho, pero cambiar algo ya sería un gesto.
Dejemos de engañarnos. No movemos el balón, paseamos el caniche. El dominio es inocuo y la velocidad inexistente. Se divisan luces cuando las encienden Iniesta o Isco, nadie más. El resto es masajear los pies del enemigo hasta que nos lanza una patada, y lo digo en sentido metafórico y literal. Se ha corrido el rumor de que somos un equipo frágil y nos pegan a ver si nos hacemos pedazos. El estimado Amrabat se aplicó con celo a esa tarea.
No somos más por tener a cinco campeones del mundo en el once inicial; habrá que preguntarse si no somos menos. No dudo que quienes levantaron la Copa en Sudáfrica hace ocho años quieran repetir en Rusia. Estoy convencido de su implicación y profesionalidad. Pero es imposible que sientan la pasión de entonces. No puede ser casualidad: Silva no está, Ramos no estuvo, Iniesta falló su primer control en quince años… Ellos deben ser los consejeros, no los ejecutores.
Estamos obligados a identificar a Aspas como una esperanza. Y a Asensio, Rodrigo o Saúl. Porque de otra manera no tendremos ninguna. Si alguien piensa que todo está bien, que Rusia es pan comido y que ya estamos en cuartos se nos hará el verano muy largo. Más que el empate y la revolución tecnológica tenemos que agradecer el bofetón. Marruecos se adelantó dos veces y se quedó a dos repeticiones de derrotarnos. No equivoquemos las fotos. Son estas. Sufrimos, dimos pena y nos rescató un taconazo de Aspas. El resto es humo que pudo ser de nuestras cenizas.
Espanha, Espanha…
Meu coração não aguenta tanto.
Saludos desde Brasil