Se ha terminado el culebrón Griezmann. Sorprendentemente, lo ha hecho además con un inesperado giro de guion que sería propio de un híbrido imposible entre Philip K. Dick y Corín Tellado. Algunos lo catalogan de genialidad disruptiva. Otros de payasada intolerable. ¿Ángel o demonio? No lo sé. Ahora mismo me da igual. Me parece mucho más interesante centrarme en el resultado. En el fondo de los muchos lados que tiene un tema altamente poliédrico.
Atlético de Madrid. Para mí, sin duda, es el ganador de la noche. Modificar el curso de la inercia histórica y retener a Griezmann para la causa, es un éxito sin precedente y sin paliativos. Deportivamente es tan evidente que sería reiterativo tener que explicarlo ahora. Es bastante más interesante destacar el gran triunfo que supone a nivel institucional y de imagen. Significa apostar por crecer. De verdad. Asumir con todas las consecuencias los riesgos de jugar con los grandes. Las exigencias serán mayores, los peligros mucho más dañinos y el vacío mucho más profundo, pero eso es lo que supone vivir en la grandeza. No basta con decirlo. Hay que hacerlo. El Atleti, por una vez, ha decidido dar un puñetazo en la mesa y dejar el pragmatismo. Ayer a las diez de la noche medio mundo estaba pendiente del equipo del Oso y el Madroño. No es lo normal. Ayer medio mundo escuchó las razones por las que una estrella mundial prefería seguir vistiendo esa camiseta. Puede que incluso las entendieran. No es lo normal. ¿O debería decir que no era lo normal?
Afición colchonera. Surfeando en la cima de esa ola posmoderna de información mutante que nos asola, el asunto Griezmann ha dividido a parte de la grada rojiblanca. Algo que debería hacernos reflexionar con calma y sin gritos. Hay quien no tolera las excentricidades del francés y hay que quien lo tolera todo con tal de que meta goles. Respetando todas las posturas, porque una de las cosas que tienen que aprender los equipos grandes es a lidiar con la diversidad, creo que habría que ceñirse fundamentalmente a una cosa: los hechos. Y los hechos son más que evidentes. Griezmann es el mejor jugador de la plantilla (de largo) y su comportamiento en el terreno de juego es simplemente ejemplar. Dejando al margen el dudoso sentido plástico de ciertas celebraciones y sabiendo hoy que le hemos estado culpando de cosas que no había hecho, lo único de lo que se le pueda acusar al 7 colchonero es de dudar. No entendíamos ese silencio desesperante (yo el primero) pero hoy sabemos la razón. Estaba hecho un lío. Imposible no sentir empatía sobre una situación así. Es algo tan sumamente humano que rechina en este universo megalómano del fútbol moderno. Es sin embargo muy sencillo de entender. ¿Quién no ha tenido dudas en su vida? Sé que las reglas contemporáneas entienden algo así como una debilidad pero a la mierda con las reglas contemporáneas. Griezmann ha dudado igual que tú e igual que yo. Igual que dudaron otros jugadores antes. Él, sin embargo, ha decidido quedarse. A mí me vale.
Jugador. Somos conscientes de que conocía todas las cartas. Equilibrado el tema dinero, la cuestión estaba en elegir entre la comodidad de una plantilla soberbia y potencialmente ganadora (aunque en un entorno nuevo, sin escrúpulos, dominado mediáticamente por otros y en el que todo estaba por hacer) o el reto de empujar dentro de un equipo en crecimiento que sin duda lo tendrá mucho más difícil (pero en casa, siendo el líder indiscutible y adorado por la afición). Difícil decisión. Tanto que creo honestamente que no existía una opción buena y otra mala. Había una decisión valiente y otra lógica. Ha optado por la valiente.
Entorno blaugrana. Si el affaire Griezmann pasó a ser un tema casi personal para una gran mayoría de aficionados colchoneros no fue por una comprensión errónea de las reglas del mercado y del fútbol moderno. A estas alturas, desgraciadamente, el aficionado común es ya muy consciente de ellas. Lo fue por la soberbia y el alto grado de desprecio con el que se ha tratado al Atlético de Madrid desde el entorno culé. Esa actitud engreída, maleducada y caprichosa (también torpe) que ha tenido que soportar el universo colchonero. Una actitud que venía desde todos los ángulos. Desde una directiva incapaz de levantar la vista de su ombligo, desde una prensa rabiosa que siente desprecio por el resto del universo y desde una afición ansiosa que me da la sensación de andar perdida. Creo sinceramente que el Barcelona no necesitaba a Griezmann. Era un simple e innecesario ejercicio de poderío. Creo también que la mejor forma de dirigir un club no es a base de golpes de efecto. Menos aun si tienes al mejor jugador del mundo.
Medios de comunicación. Para mí, sin duda, el perdedor de la noche. A un lado y al otro del epicentro, fueron siempre detrás de la realidad. A una distancia lo suficiente amplia como para ser prudente pero con una desfachatez que les hacía ignorar cualquier atisbo de prudencia y que les obligaba a disparar metralla cada quince segundos. Metralla de la que mancha y deja herida. Mirando por encima del hombro casi siempre. ¿Dónde queda todo aquello ahora? Resultó que Griezmann (o su entorno, o quien sea) era el que controlaba el mensaje. Todo el tiempo. El que ha seleccionado el qué, el cómo y el cuándo. Asusta. Algunos profesionales del medio deberían guardar temporalmente su ego en el armario y empezar a ser conscientes de que las reglas están cambiando. Deberían tirar de modestia para poder subirse a un tren que de otro modo les va a atropellar.
Existe una última lectura para nosotros los aficionados. Nos lo dijo Piqué, el autor pasivo de este interesante experimento sociológico. No todo lo que nos venden es verdad, dijo. Ha quedado claro.
[…] había sentado a escribir sobre Griezmann, pero me lo he pensado mejor. No lo voy a hacer. Ya escribí en su momento. Mucho. Demasiado, quizás. Lo hice cuando me lo creía. Cuando, viéndole con la camiseta […]