El ambiente estaba enrarecido aquella tarde veraniega en Bruselas. Todavía no se había disipado el duelo tres el despido de un mito, cuando una nueva etapa, una aventura distinta intentaba abrirse paso. En la banda, sin embargo, la ilusión era máxima. Allí las emociones se concentraban en las dos caras visibles del proyecto, dos novatos seleccionadores que con trabajo, resultados e insistencia comandaban la apuesta apasionada de ambos países por un estilo y una forma de juego. La derrota local por 0-2 avivó las críticas y las dudas iniciales sobre el seleccionador belga. Roberto Martínez se estrenaba al frente de los Red Devils, el otro debutante era Julen Lopetegui. “España nos abrió los ojos y debíamos encontrar soluciones”, confesaría luego Roberto.
En busca de ellas y como si de un estratega militar se tratara, se encerró en Waterloo ante las batallas venideras. Allí plantó su campo base el técnico catalán para reconstruir el maltrecho orgullo belga tras la Eurocopa de 2016. En un terreno abonado a la épica y regado por batallas históricas encontró su refugio Martínez. La ubicación no era casual. Apenas a 15 kilómetros de su residencia se encontraba Tubize, la ciudad deportiva de la Federación de Bélgica, el mejor lugar posible para conocer las entrañas del fútbol belga (allí entrenan las categorías inferiores y se concentra la selección) y para empaparse hasta el tuétano de la compleja realidad belga. Martínez acababa de llegar a un país habitado por once millones de personas, dividido históricamente por el sentimiento de identidad entre valones y flamencos, y que cuenta con tres idiomas oficiales. El segundo seleccionador extranjero de la historia de los Red Devils quería entender y hacerse entender ante la tropa. Para ello, recibía dos horas de clases de flamenco y dos horas de francés diarias: “Es una manera de conocer también culturalmente el país en el que estoy, más allá del fútbol, y ver sus diferentes realidades”.
Una vez ubicado, quiso rodearse bien. Si la empresa era grande, no se podían ahorrar esfuerzos. Por eso el segundo de abordo tenía que tener rango de capitán, demostrar autoridad y presentar sus medallas. Solo así se convence en la élite. En Bélgica buscaban a alguien que conociera el camino de ida y vuelta, que pudiera descifrar a Martínez y los suyos el jeroglífico de sentimientos y emociones que se desarrollarían en Rusia, que conociera todos los secretos para ganar la batalla. El elegido fue Thierry Henry, segundo entrenador y consejero espiritual para todos: “La presencia de Henry en el cuerpo técnico surge ante la necesidad de tener a alguien que conozca la dimensión del torneo que vamos a jugar”, reconocía Roberto Martínez en una entrevista a The Tactical Room. Apenas bastó una conversación para convencerle. A Henry le fascinó la idea de volver a un Mundial, esta vez desde el cuerpo técnico de una selección cargada de talento, con mucho que ganar y poco que perder. Ser un referente para los jugadores que han crecido viéndole marcar y ganar en la Premier o la Selección francesa ayudaría no solo a Martínez a transmitir su idea, también al propio Henry, puesto ante el espejo, en un reto consigo mismo. El paso previo a tomar las riendas de un banquillo.
Entre ambos empezaron a plasmar la hoja de ruta para que Bélgica diera el salto que se le ha resistido últimamente. La asignatura pendiente. El vértigo de la primera vez. Por eso en las charlas con jugadores pero también con directivos de la federación belga dos ejemplos han sido recurrentes. La Francia de 1998 o la España de una década después han sido estudiadas y analizadas al milímetro, y expuestas como referentes ante el grupo de jugadores. Son ejemplos de éxito, lo que facilita su asimilación, que cuentan además con ciertas similitudes con esta generación de oro belga. Los Hazard, Courtois, De Bruyne, Lukaku y compañía van sobrados de talento y ha sido su frágil mentalidad ganadora, su escasa resistencia a los obstáculos imprevistos y su poca capacidad para mantener la serenidad lo que le ha jugado malas pasadas en los días claves de anteriores citas. Eso lo sabe Martínez y en eso ha trabajado con esa Francia y esa España siempre en el imaginario de sus hombres. Aquellas selecciones también derrochaban talento, tenían jugadores que eran estrellas en sus clubes y que luego no rendían al mismo nivel con su selección. Cuando abandonaron los complejos y derribaron la puerta de la victoria nadie les paró. Ese es el mensaje que más ha repetido Roberto a sus hombres.
Y parece que el discurso ha calado en los suyos. Fue la primera selección clasificada para Rusia y lo hizo de manera inmaculada, sin conocer la derrota, como primera del grupo y siendo la máxima goleadora de la zona europea junto con Alemania (43 goles). Los partidos preparatorios para la cita mundialista reforzaron las sensaciones positivas (goleadas a Egipto y Costa Rica y empate frente a Portugal) y elevaron su estatus hasta colocarla a la cabeza del pelotón de aspirantes, que no favoritas. El debut mundialista, con una nueva victoria holgada ante la debutante Panamá (3-0) confirmó la pegada de una selección que ya no necesita jugar bien para ganar. Otro signo de campeón. Como lo puede ser tener en sus filas a dos jugadores tan rutilantes como Hazard y De Bruyne. Sobre ellos ha edificado su éxito Martínez. A De Bruyne, el Tintín pelirrojo, lo ha bajado a la base de la jugada para que la pelota salga limpia y llegue en condiciones ideales a Hazard. El diablo de los Red Devils es el acelerador de partículas belga. El encargado de revolucionar el ataque, descerrajar los candados defensivos y encontrar a Lukaku o Mertens para ponerles en el camino del gol.
Ambos, Kevin y Eden, no solo son las estrellas belgas. Representan mucho más. Son también el reflejo de su país, la diversidad de Bélgica. El primero nacido en la parte flamenca y el segundo, en zona valona: “Cada uno representa en mayor o menor medida una forma de vivir y sentir el fútbol. El momento de sus carreras es muy bueno, son líderes en sus equipos y aspiran con ellos a ganarlo todo”, dice Martínez orgulloso al comprobar el abanico de posibilidades que tiene ante sí.
Ambos estuvieron presentes en la última decepción belga, aquella derrota inesperada ante Gales que les apartó de las semifinales en la Eurocopa del 2016. Haber perdido primero también es clave para ganar, lo sabe Martínez, que empezó su andadura al frente de los Red Devils con una derrota ante España. Es la última mancha de un curriculum desde entonces inmaculado, con el que se presenta en Rusia dispuesto a todo. El cuaderno de viaje viene lleno de experiencias y rectificaciones, con todo lo aprendido desde aquella derrota, donde Roberto Martínez entendió que su Bélgica tenía que defender con tres y dejar los flancos laterales libres para las subidas de los carrileros. Aquellos apuntes se tomaron en Waterloo, el refugio desde donde se ha edificado este equipo, y al que espera volver Roberto con la satisfacción del trabajo bien hecho.
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