Hoy, se siente muy viejo al recordar, pero no le queda otro remedio que volver a París, a esa noche de mayo del 81 en la que el Madrid perdió aquella final de la Copa de Europa. Él, Agustín, era el portero y jamás se olvidará de aquello que le dijo Grosso en la cena de la noche, «tranquilo, porque te quedan muchas finales», y él, Agustín, que era un joven atrevido y con pinta de revolucionario, le contestó, «pero no serán cómo esta». Y no se equivocó, porque nunca más volvió a jugar una final de Copa de Europa como recuerda hoy, a los 58 años, dando un paseo por El Pardo. “No volví nunca más a ver el partido”, insiste incapaz de aterrizar en la nostalgia. “Pero ni ese partido ni ninguno. No se ajusta a mi forma de ser. No tengo ni una cinta de vídeo en casa. No tengo nada. No me dedicaba a ver fútbol más allá de los resúmenes de Estudio Estadio los domingos por las noches por si ocurría alguna cosa”, añade un hombre como él, que hoy no sólo está absolutamente alejado del foco mediático. También de la vida laboral. “Trabajé hasta los 56 años en distintas empresas. Trabajé en muchos sectores, hasta en la depuración de aguas. Pero desde entonces nada. No hago nada y no estoy mal así, porque no necesito lo que no tengo. Me basta con tener para un café”.
Hace 37 años, sin embargo, era un joven que días antes de aquella final de Copa de Europa comía con Pelé, junto a su suegro, “y nos decía que a él el Liverpool le parecía favorito. Y entonces nos hizo pensar. Y si sumamos que días antes perdimos la Liga, con aquel gol de Zamora para la Real Sociedad en El Molinón en el minuto 90, uno se sentía extraño. Máxime porque era la única opción que nos quedaba para jugar la Copa de Europa el próximo año, porque entonces era un torneo sólo de campeones”.

Pero Pelé no se equivocó y el Madrid perdió la final en París. Incluso, hasta Agustín fue elegido como culpable, “porque entonces lo más fácil era responsabilizar a los jóvenes. Y el caso es que yo hice muchas paradas. Y no sé hasta qué punto fui el culpable del gol de Kennedy. Sí recuerdo que estaba más pendiente de tapar el centro que de parar el balón y que ese balón dio un mal bote que impidió que chocase con mi cuerpo”. También recuerda que todo esto nació “en un saque de banda que era nuestro” y, naturalmente, el recuerdo es invulnerable. “Hay partidos que te marcan para siempre, porque tiene que ser así. No puedes ser ajeno a ello como no puedo serlo a la final de Copa del Rey que jugué un año antes con el Castilla porque sabes que son días que no se van a repetir. Jamás en el mundo un filial volverá a llegar a una final”.
Pero en París, en el maldito mayo de París del 81, sobró ese gol de Kennedy. “Aquel era un Madrid lleno de jugadores españoles, de gente que habías conocido en la cantera y que tal vez si yo hubiese parado ese balón o si Camacho hubiese aprovechado la ocasión en la que se quedó sólo frente al portero… Nos faltó eso. Nos faltó ese punto de inflexión. Me faltó a mí mismo para que me valorasen de verdad, porque si yo jugué esa final es porque García Remón y Miguel Ángel habían estado lesionados las últimas diez jornadas… Pero, por otra parte, cuando recuerdo que estuve diez años en el Madrid, hay veces en las que no me lo creo. Me pregunto a mí mismo, ‘¿cómo fue posible?’ y hay días en los que me acuerdo de todas esas veces que quedaba a comer con Di Stéfano y él decía: ‘El que ha vivido el fútbol desde tan joven debe vivir toda la vida del fútbol’. Pero no sé por qué razón en mi caso no fue posible”.
La realidad es que hasta se sacó el título de entrenador tras seis años dándole duro. “Pero, al final, la vida es la que es”. Hoy, Agustín es un hombre de 58 años, socio y abonado del Madrid, que apenas ya va al fútbol y que no irá a Kiev. “No me lo imagino”, discrepa en relación al año 81. “Recuerdo que entonces compartí habitación con Miguel Ángel y que estuvimos en un hotel a las afueras de París”. Un recuerdo que ha regresado a su vida. “Sé que estos días me volverán a llamar. De hecho, ya me están llamando y no me disgusta. Me demuestra que yo estuve allí. Es más, me recuerda lo difícil que es estar allí”. Incluso, le ayuda a diferenciar épocas. “Yo entonces tenía una ficha de un millón de pesetas y el 56% se lo llevaba Hacienda. Pero es que entonces uno se podía encontrar a un futbolista por la calle: yo mismo vivía en un piso normal, al lado de la Ciudad Deportiva, y ni se me ocurría despegar los pies del suelo. En verano me iba de vacaciones a Galicia. Todavía recuerdo cuando me mandaron una invitación para ir a Italia al Trofeo Bravo. Fui al club y pregunté qué era eso y cuando me dijeron que se trataba del premio al mejor joven contesté que no iba, que yo me iba a pasar el verano a mi tierra. Pero así era uno”, sentencia hoy sin miedo a los recuerdos, mejores o peores, tiene que haber de todo.
Muy buena gente Augustín. De joven (1994) pasé un año de intercambio en Madrid, y resulta que él era entrenador de un equipo de mi barrio. Un día vi que el equipo entrenaba y sin saber quien era, me acerqué a él y le pregunté sí había posibilidad de jugar. Tal vez le daba pena que un joven de Alaska pidiera sitio en él equipo, pero sin pensarlo me invitó a que jugara el siguiente fin de semana en un torneo. Acabé marcando un par de goles y pasé toda la temporada con su equipo. Cuando me tocó volver a Alaska me regaló una de sus camisetas de Tenerife que aun queda allí colgada en él armario.
[…] el portero titular. Aquel año en París, jugó su primera y única final de Copa de Europa, tal y como recordó para A LA CONTRA. Conocido simplemente como Agustín (Marín, Pontevedra, 1959), disputó 123 partidos oficiales con […]