La definición clásica de energía potencial puede parecer confusa pero el concepto es bien sencillo. Sería algo así como la energía almacenada únicamente en virtud de la posición que se tiene en un momento dado. Es decir, un señor (o señora) que está tomándose un gin-tonic en la azotea de un hotel madrileño no suele ser muy consciente de tener una gran cantidad de energía potencial acumulada, pero le basta asomarse a la terraza para darse cuenta de lo que podría pasar si se deja caer desde allí.
Mi sensación es que el entorno del Atlético de Madrid se encuentra ahora mismo tomando un gin-tonic que no saborea, sin ser consciente de estar en la azotea de un edificio altísimo y sin recordar cómo ha subido hasta allí. Una extraña variante de amnesia que resulta inquietante para los que sí recuerdan el camino.
Echando la vista a las últimas dos décadas del Club, es fácil ver que sólo durante los últimos siete años el Atleti ha sido capaz de contrarrestar esa especie de fuerza de la gravedad que arrastra a la mayoría de equipos de fútbol hacía la mediocridad deportiva y el ostracismo mediático. Ha tenido que hacerlo además a pie, partido a partido, y no a través de un cómodo ascensor en forma de presupuesto inesperado, habilidad gerencial o Jeque mesiánico. Ha merecido la pena, no obstante. Es infinitamente más gratificante vivir en lo más alto que escondido en el sótano.
Estar en la azotea no te permite sin embargo ganar automáticamente los premios que se dan allí. Eso es todavía más difícil y el acceso está mucho más restringido. Lo sabemos bien. También se sufre y también se llora. Puede resultar desalentador no ganar siempre. Sobre todo cuando has ganado antes. Puede resultar frustrante aplaudir al que alza el premio o tener que resignarse a quedarse en la puerta, pero así son las reglas del juego. Para ganar lo que se reparte en la azotea hay primero que estar allí. Una situación que lleva implícito el inconveniente de tener que ser consciente de ello. Si no tienes cuidado, si no sabes por dónde andas o si tonteas con los límites, puedes acabar tropezando con la barandilla para caer al vacío. En muy poco tiempo, además. Hasta exactamente el mismo sitio del que venías. Sufriendo un golpe con el que no contabas y que será tan poderoso como esa energía potencial que habías acumulado.
El Atleti, en 2018, sigue estando en la azotea. Es obvio. Puede que alguno ande frustrado por no ser el protagonista de la cena de gala pero está allí y sigue manteniendo una posición bastante envidiable desde muchos otros ámbitos. Casi todos. Lo que no sé es si todo el mundo es conscientes de ello.
No es algo que me guste o me alegre, pero entiendo que el equipo, en las circunstancias actuales, no mostrara un tono físico ejemplar el otro día en San Sebastián o ayer contra el Betis. Me queda la duda de saber cuánto de eso es consecuencia de la preparación y cuánto de una falta de motivación deportiva, pero ya lo veremos el jueves. Y sí, sé que algún purista se rasgará las vestiduras por esa intolerable falta de “profesionalidad” pero a mí, que he visto a esa plantilla mantener la concentración casi siempre que ha hecho falta, a veces incluso en condiciones infrahumanas, me resultan fácilmente perdonables esas lagunas de concentración en los dos últimos partidos de una Liga que, para el Atleti, tiene ya poca emoción.
Ayer me aburrí bastante en el Metropolitano. Dicen que el Betis jugó muy bien pero a mí me pareció que simplemente tuvo mucho la pelota. Arriesgó lo mismo que el Atleti. Es decir, entre poco y nada. Tuvo incluso menos ocasiones que un rival, el rojiblanco, que estaba claramente a otra cosa. No me gustó la defensa de cinco ni me gustó casi nada de lo que hizo el equipo de Simeone, pero pocas veces he visto más tranquilo un partido del Atleti. Vamos, que estaba tan preocupado por lo que pasaba en el césped como Gameiro.
No era el sentir general, lamentablemente. Al salir del estadio me encontré con un amigo que me comentó lo harto que está de aguantar a los histéricos de la grada. Esos tipos para los que absolutamente todo está siempre mal. Hasta lo que está bien. Esos tipos que recogen todas las excrecencias que flotan por el ambiente futbolístico para escupirlas desde la grada. Lo pesados que llegan a ser y lo presentes que se están haciendo. Es entonces cuando se me vino a la cabeza el concepto de energía potencial. En cuánta tenemos acumulada y lo cerca que está la barandilla.
De nuevo viví el partido como tú, en este caso tal como bien describes utilizando la física y conceptos que las gentes sencillas de letras normalmente debieramos tener dificultad de entender. Lo único diferente es que yo era el que abandonó el Metropolitano con la cabeza cómo un bombo, no el de Manolo precisamente siempre tan positivo, si no harto de escuchar tantísimos lamentos y exabruptos continuos que les ponen en evidencia de no tener ni idea de lo que ocurre en el campo. Yo ya no tengo duda alguna de que el consumir nubla el juicio y el micro espacio sociológico del atleticismo no se libra cómo no pudieron gran parte del pueblo alemán ante Goebles o en la actualidad medio poble catalán.
El jueves gran duelo en el penthouse de la Europa League