Athletes die twice (Los deportistas mueren dos veces)». Lo dijo Jackie Robinson, el astro afroamericano del béisbol que hace 71 años cabales, en abril de 1947, rompió con los Brooklyn Dodgers la llamada Colour Barrier, la Barrera del Color en las grandes Ligas profesionales de EE UU. Esa sentencia de Robinson, nieto de un esclavo, lideró el libro autobiográfico que Kareem Abdul-Jabbar escribió en 1990 —con Mignon McCarthy— como epílogo de su gloriosa carrera en la NBA: Kareem. Obviamente, las dos muertes a las que Robinson se refería eran la muerte biológica y, previamente —casi en el 100% de casos—… la retirada: el adiós del deportista de élite a la gran competición.
Aunque Mirza Delibasic (9-1-1954, Tuzla; 8-12-2001, Sarajevo) nunca pudo saberlo en el día de autos, su primera muerte, la despedida de las pistas de baloncesto del llamado Rey Mirza se produjo el 17-4-1983, hoy hace exactamente 35 años en el Pabellón Municipal de Ausiàs March, en Badalona, hoy Pavelló dels Països Catalans. Un oscuro turno de vuelta de los cuartos de final de la Copa del Rey de 1983 cerró la carrera del sensacional jugador que los italianos llamaron Re Mirza, Rey Mirza… antes de poner en contexto que «fue el primer Mozart del baloncesto europeo, adelantado una década a Drazen Petrovic».
En esa vuelta de los cuartos coperos de 1983, el Real Madrid de Lolo Sainz batió por 107-108 al Joventut, entrenado por su exjugador americano Jack Schrader. El Real (Corbalán, Brabender, Fernando Martín…) cerraba así la eliminación de la Penya, a la que ya había golpeado masivamente con el 110-84 de la ida, el 13-4-83. En Ausiàs March, en la vuelta, Delibasic apareció como titular madridista y produjo diez puntos en el que iba a ser el último partido oficial de su vida. En la crónica de La Vanguardia, firmada por Jesús Pérez, podía leerse que «Delibasic está atravesando una etapa lamentable». Ahí, nadie podía saber tampoco lo proféticas que podían ser esas líneas: bajo la mano del Destino.
Ese 17-4-83, el Real Madrid selló pase para su semifinal de Copa con el mismo Barcelona de Antoni Serra… que le había arrebatado la Liga sólo diez días antes en un célebre desempate en Oviedo, con 76-70 para el Barça (Epi, Sibilio… Starks), en un día negro de Delibasic, que sólo anotó cuatro tantos: el mismo Mirza, que sólo un año antes había decidido la Liga 1981-82 con admirable exhibición en el Palau Blaugrana —26 puntos y 1.000 fantasías—, en un triunfo definitivo madridista por 93-102.
Pero en 82-83, el Real (con Drazen Praja Dalipagic sólo para Europa) había perdido la Liga y la Copa de Europa, Delibasic estaba en clara depresión personal y deportiva… y el equipo blanco no se presentaría a la semifinal copera contra el Barça, alegando que el club azulgrana se había negado a firmar inicialmente su inscripción en la ACB. El Barça se haría con la Copa en final ante el Inmobanco (125-93, Palencia)… y el Destino ya había puesto a Delibasic en la diana. Su mal final de temporada hizo que el Real Madrid pensara en un hombre alto para fortalecer la plantilla: iba a ser Wayne Robinson. Caballerosamente, Mirza renunció al año de contrato que le quedaba, de los tres que había firmado en 1981… y se despidió con el carné de socio del club recién sacado. «Los jugadores del Real Madrid no entienden la genialidad de Mirza», había escrito Martín Tello en AS.
«Ese segundo año, Mirza, que se cuidaba muy poco y fumaba mucho, ya había ido decayendo físicamente y enseguida dijo que sí al planteamiento de la rescisión. No sé si ese decaimiento ya tenía que ver con lo que iba a pasarle después. En lo de de fumar tuvimos que hacer un trato para que redujera su vicio. Era tan gran fumador como todos los yugoslavos de la época. Y el trato lo cumplió bastante bien, comprendió que no podía dar mal ejemplo, sobre todo en casa. Después ya pasó lo que pasó», recuerda hoy Lolo Sainz en conversación con A LA CONTRA. Lo que pasó en el verano de 1983 fue que Delibasic fichó por la Indesit Caserta de su amigo Bogdan Tanjevic, técnico del Bosna Sarajevo campeón de Europa en 1979 (Delibasic, 30 puntos a Varese). Y allí, en Caserta, antes de la pretemporada veraniega de 1983, en agosto, Mirza sufrió el latigazo de un ictus, un ataque cerebral que le apartó para siempre de las pistas y que redujo claramente su vitalidad, para los restos. Pocos dudan de que ese ictus fue el siniestro preludio del cáncer linfático que en 2001 acabó con la vida de Delibasic.
Mirza Delibasic (1,97 de altura, 176 veces internacional con Yugoslavia, hijo de padres musulmanes) había sido campeón mundial FIBA y oro olímpico en 1978 y 80 (Manila, Moscú) con una extraordinaria generación de plavi, los lobos azules o Chicos de Oro de la gran Yugoslavia unida: Slavnic, Kicanovic, Dalipagic, Cosic… «Mirza siempre había sido un gran objetivo de Lolo Sainz, que lo quería a toda costa, y en el club nos quedaron varios contactos yugoslavos desde que Miljan Miljanic entrenó al equipo de fútbol (1974-77). Era raro entonces que un yugoslavo viniera al Madrid con agentes, casi todo lo hacía el club», relata el cardiólogo Juan Antonio Corbalán, en sus dominios de la Clínica Vithas, en mitad de Arturo Soria. Sainz confirma las palabras del doctor Corbalán y revela: «Yo era amigo de Tanjevic —lo soy aún— y siempre le decía: el día que se vaya de Yugoslavia, Mirza se viene a Madrid con nosotros. Él, Mirza, también quería. Desde que llegó, en el verano de 1981, nos dio otro aire. Vino junto a Fernando Martin, después de que habíamos tenido un año en blanco, y lo primero que hicimos con ese nuevo par de fenómenos fue ganar el Mundial de Clubes, en Sao Paulo. Pero yo no intervine materialmente en el fichaje, como sí hizo luego Ramón Mendoza en el caso de Petrovic, que traérselo no sé si fue una chulería o algo así». Entre la bruma de los recuerdos, Corbalán y Sainz coinciden en señalar a Miroslav Vorgic como factótum e introductor/intermediario de Delibasic en Madrid. En los años 70 y primeros 80, Vorgic fue entrenador (y jugador) del equipo madridista de voleibol y también preparador físico de larga trayectoria en el club —también trabajó con el Celta— a partir de la Era Miljanic.
Y sí: el baloncesto de Delibasic —que saltó a Sarajevo y al Bosna desde el KK Sloboda Tuzla— era como una sinfonía, subiendo y manejando el tono del balón como en pases de magia o con batuta. Puro ejercicio de fantasía. Houdini o Mozart, a la vez, en cambio de ritmo demoledor y con el número 15 en la camiseta. Tiros y pases impensables, sin mirar, a una sola mano, de rosca, como de béisbol. Mirza y jugadores del calibre de Zarko Varajic, Ratko Radovanovic, Borislav Vucevic (padre de Nikola Vucevic de Orlando Magic) o un tal… Svetislav Pesic hicieron al Bosna de Sarajevo y de Tanjevic… campeón de Europa en 1979, en una final cerrada con 96-93 —en Grenoble— ante la Emerson de Varese, de Bob Morse, Dino Meneghin, Charly Yelverton… y con 45 puntos de Varajic más 30 de Delibasic. Ese fue el el día en que, pese al camión de puntos de Varajic, La Gazzetta Dello Sport tituló: «Re Mirza». El Real Madrid se había quedado atascado en la ronda de semifinales con un letal 82-83 ante Varese (sin Meneghin), en el viejo Pabellón de la Ciudad Deportiva. Fue cuando Luis María Prada dispuso de tres tiros libres para abatir a Varese, sin tiempo ya en el reloj… y falló los tres.
Entre 1981 y 1983, en esos dos años madridistas de Mirza Delibasic, Juan Antonio Corbalán (Madrid, 3-8-54) fue uno de los que más se acercaron al singular genio bosnio… que tan poco se cuidaba. Era como si ya se estuviera madurando el libro del doctor Corbalán: Conversaciones con Mirza. Nos relata Juan Corbalán: «Aquel equipo nuestro de los primeros 80 era humanamente muy vivo, como existencialista. Fuera de la pista hablábamos muy poco de baloncesto. Nosotros éramos un poco transición entre los anteriores, Vicente Ramos, Luyk o Cabrera, incluso Coughran y Brabender, y los que ya venían llegando, con Fernando Martín o López Iturriaga. Mirza era especialmente rico y vivo en reflexiones y vivencias. No éramos endogámicos, no; el nuestro era un grupo que daba mucho más… y Mirza tenía una vida cojonuda, con 1.000 anécdotas de vivencias. Ya se sabe que en los Balcanes hubo un cruce de civilizaciones y una gran selección natural, y quizá por eso sean tan buenos y haya tanto talento y habilidad: son una raza seleccionada. Ellos son herederos del Imperio Turco: los bosnios y algunos serbios. Otros son más germanófilos, como los croatas… y después también tuvieron la proyección social que en los países socialistas se le daba al deporte».
«…Pero Mirza Delibasic sabía muchas cosas y las contaba muy bien, era un grandísimo jugador y también era ese existencialista, lleno de riqueza vivencial. Le gustaba buscar cada rincón de la vida que le tocó vivir. Y, como el juego no te permite poner caretas… él jugaba como los ángeles. Para mí, Delibasic fue la mejor expresión del baloncesto en una pista, el mejor que he visto jugar en Europa. Como teníamos la misma edad, coincidíamos en Campeonatos de Europa desde que teníamos 15 años, desde Campeonatos juveniles y juniors en Gorizia, Zadar: él, Mirza, yo y el israelí Micky Berkowitz (Miki Berkovich). Nuestro ascenso fue paralelo. Pero Delibasic fue el mejor jugador que yo vi en Europa a partir de los Juegos Olímpicos de 1976. Verás, hay otros que pueden meter muchos más puntos que este tipo de jugadores. Pero el MVP es el Jugador Más Valioso, el jugador total y el MVP, el Mejor o Más Valioso en Europa fue Delibasic para mí, como Michael Jordan lo fue fuera de Europa. Curry y LeBron James pueden meter más puntos… pero Jordan —al que vi meter un tiro desde casi media pista en Los Ángeles, por la izquierda, junto a mí— y Mirza Delibasic han sido las dos máximas expresiones del baloncesto que yo conocí, del mismo modo que Navarro ha sido nuestro mejor jugador de baloncesto en nuestra última década triunfal, al menos según yo lo veo». La palabra de Juan Antonio Corbalán, nuestro Doctor del sueño de plata en 1984, en Los Ángeles.
Mirza Delibasic se recuperó (más o menos) del ictus en Belgrado… y naturalmente hizo caso omiso de las recomendaciones médicas de ‘»vida sana al máximo». Recibió varios homenajes. Pasó a vivir en Sarajevo, donde le llamaban Kindje, con su segunda mujer serbia, la exjugadora Slavica Suka. En 1992, todo el círculo de amigos de Sarajevo —Raja— la vida de Delibasic, todo Sarajevo, Tuzla y Bosnia entera, más Herzegovina, hicieron explosión bajo la artillería serbia. Delibasic se quedó en Sarajevo, ciudad torturada, mientras sus hijos Dario y Danko salían del país: este pasó a vivir en casa de Tanjevic, en Trieste.
En 1995, Delibasic lideró y dirigió tecnicamente a una Selección de Bosnia-Herzegovina que participó en el torneo previo de clasificación para el Eurobasket, en Sofía. Los seleccionados salieron de Sarajevo bajo un diluvio de plomo que casi acaba con Samir Avdic, campeón mundial junior en 1987 en Bormio. El día antes de enfrentarse a Yugoslavia (ya sólo con los serbios y montenegrinos), en ese torneo de Sofia, un proyectil de obús cayó sobre el centro de Tuzla, la ciudad natal de Delibasic… y mató a 72 personas. Entre una tensión abrumadora y en previsión de incidentes, Bosnia —por orden de su Gobierno— no se presentó, quedó eliminada… y Yugoslavia pasó adelante para conquistar el título europeo de 1995, en Atenas, donde los croatas, terceros, abandonaron el podio.
Pero Mirza no se movió de Sarajevo. En la cudad destrozada se recluyó con Slavica en la Pensión Monic. Allí le encontró Alfonso Armada, quien le entrevistó para El País. ‘Habla muy despacio, con una mueca en la boca, como una sombra’, narraba Armada, a quien Delibasic dijo esto, entre otras cosas: «Es muy triste lo que está pasando… lo peor es saber que muchos amigos están ahora en las colinas disparando contra sus antiguos compañeros, destruyendo la ciudad que construimos juntos. Que tu vecino, que tu amigo esté ahí disparando contra nosotros es algo que no se puede comprender. Si estuviera bien, yo también iría a combatir a primera línea, como muchos amigos míos, muchos jugadores. Estamos aquí sobreviviendo…. Uno se siente vacío. Cuando existía Yugoslavia, me sentía yugoslavo. Cuando la guerra estalló empecé a sentirme bosnio. Aquí no hay ninguna familia étnicamente pura. Todos estamos mezclados». Y también: «Me han llamado Brabender y Corbalán y me han ofrecido irme a vivir a España».
En agosto de 2000, el firmante de estas líneas también pudo contactar con Delibasic, siempre en Sarajevo, durante un viaje de la Selección española de fútbol y para el periódico El Mundo. Mirza estaba designado para ir a los Juegos Olímpicos de Sydney como Embajador Especial de la delegación olímpica bosnia en esos Juegos. Todo salió en un reportaje titulado «Delibasic, la voz del genio». Con certeza, esa fue la última vez que Mirza habló con un periodista español. De pinta enfermiza, sombría, el genio seguía viviendo en la Pensión, dirigía las categorías inferiores del MV Basket (de su amigo Vjeceslav Tolj) y recordaba, con esa voz gutural y despaciosa cómo en el final de la Liga 1981-82 había dicho en el fragor del Palau Blaugrana a Corbalán y a Fernando: «Tranquilos, tranquilos que esto lo ganamos… y cuando lo ganamos, no se lo querían creer». Mirza recordaba cómo Corbalán le llamaba genio (‘¿Cómo estabas tan seguro, genio’…?) y también cómo, andando el tiempo… «Fernando Martín quería corregirme a mí, ¿lo cree usted?… A mí me llevaron a España para jugar y ganar partidos como ese del Palau Blaugrana. Cuando vi que ya no podía hacerlo, escogí marcharme». En otros momentos, el propio Fernando Martín había aceptado esas diferencias…
Mirza Delibasic falleció en Sarajevo el 8 de diciembre de 2001, a los 47 años. Cáncer linfático. Extendido, imparable. Juan Corbalán lo recuerda con visos casi de novela. Apasiona el relato: «Era un domingo por la tarde… yo llamo a Wayne Brabender se lo cuento y le digo que creo que tenemos que irnos a Sarajevo. Ya estaba Florentino, y yo, por no ser desleal… le digo al club que Wayne y yo nos vamos al entierro: ‘Quiero que lo sepáis, que nos vamos por nuestra cuenta’. Casi a medianoche, sin más, nos llamaron de El Corte Inglés, y nos dijeron que a las 12:00 de esa noche, en una agencia que había junto al Eurobuilding nos daban dos billetes, que no iba nadie del club. Los recogimos, fuimos y yo preparé dos pequeños discursos; uno personal y otro mas institucional. Volvimos en dos días». En 2007, Delibasic fue inducido al Salón de la Fama, ese Hall of Fame donde también están entronizados Michael Jordan, Phil Jackson… Pedro Ferrándiz. Su segundo hijo, Danko, jugó en el Bosna y a partir de 2010 pasó a ser Director de Comunicación del club de Sarajevo, cuya nueva pista se llama Sala Mirza Delibasic.
Hacia 2002, Corbalán ya había preparado una novela titulada Conversaciones con Mirza. «No tenía editorial, por eso no pude publicarla antes de 2012. Es como un yo deformado novelescamente, al que en sus reflexiones, y como en realismo mágico… se le aparece Mirza y le va guiando por Sarajevo. Era 2002 y yo aún tenía esa gran unión emocional con Mirza. Teníamos muchas cosas comunes, no sólo relativas al baloncesto, los dos habíamos nacido casi en la posguerra, habíamos vivido divorcios, nos quedaban nuestras madres… y nos habíamos guiado a solas en nuestros pasos en la pista. No sé si Mirza se hubiera podido ir de Sarajevo: con Tanjevic, a Trieste. O a España, con nosotros. Quizá. Pero si no lo hizo, es que él, Mirza, no podía. Simplemente, eligió quedarse en Sarajevo. Por cada triunfo hay una derrota, por cada alegría hay una lágrima. Mirza fue una persona trascendente. Desde el deporte que le gustaba, buscaba cada rincón de la vida que le tocó vivir. Cuando alguien de tal calado humano desaparece, deja una huella grande para los que tuvimos la fortuna de conocerle. Sarajevo representó la sinrazón de los hombres en algunos momentos», concluye Corbalán, que ahora tras Conversaciones con Mirza, proyecta y prepara una película sobre Delibasic y la vida desde los años 90 en Bosnia y en Sarajevo.
«Esta película que ahora planeo será un documental dramatizado, dirigido por el director asturiano Gerardo Herrero, aunque ahora toca buscar la financiación… que es algo donde también hay que jugar muy bien. Es como los tableros que se rompen, que hay que terminar de romperlos», cuenta Corbalán, recordando aquel tablero de la Ciudad Deportiva que destrozó un tal Arvydas Sabonis en el Torneo de Navidad de 1984… y que él, Juan Corbalán, terminó de romper. A Corbalán le hace gracia que haya que luchar para que la ACB reconozca que, en efecto, el récord de puntos anotados en la Liga española son los 65 de Walter Szczerbiak al Breogán. «Walter hizo eso con nosotros, con el Madrid, en 1976 (140-48)… y sin línea de tres puntos. No sé los triples que podrían haber metido Walter… o Wayne Brabender. Me hace gracia esa cosa de que todo sea como antes o después de Cristo, según diga la ACB. Aquí en España ha habido baloncesto organizado desde mucho antes de la Guerra Civil. Y si hablamos de las asistencias, hoy lo es todo pase que termina en canasta, cuando con los criterios de nuestra época… había todas las restricciones, incluso de dar botes. No sé cuántas asistencias habría podido promediar yo hoy. Y, ¿cuántas asistencias se le habrían contado a Mirza Delibasic? Es eso: el juego no permite poner caretas», termina Juan Antonio Corbalán. Y, si nos vale aquello que dijo Jackie Robinson de que ‘los deportistas mueren dos veces’… ¿cuántas veces murió Mirza Delibasic?
Soberbio, una vez más, maestro.
He caido en esta página viniendo de otra y de otra. No le había leido nunca.
Me parece un artículo magnífico.
Mirza es el mejor jugador que haya visto nunca en una cancha de baloncesto.
Y digo es, porque para mí sigue vivo en mi memoria, desde que le vi hacer asistencias maravillosas de un lado al otro del parqué del viejo Pabellón de la Ciudad Deportiva.
Hacía cosas que sólo he visto hacer a Magic Johnson.
Gracias por recordarlo, y gracias al Dr. Corbalán por el libro y por haber sido un base extraordinario.
Saludos.
A tal jugador, tal artículo:soberbios. En cuanto a Corbalan y a Wayne, dos de mis ídolos de infancia, chapeau, también fuera de las canchas…o por mejor decir, en la cancha de la vida.