Siempre hubo antimadridistas. Santiago Bernabéu se refería a ellos con frecuencia, alternando el reproche con la estupefacción: “No entiendo como, pudiendo ser del Real Madrid, alguien puede ser de otro equipo”. Más recientemente, un alto directivo bromeaba con la capacidad del Real Madrid para hacer feliz a la mitad del planeta; si gana hace feliz a una mitad y si pierde, a la otra. Creo que en ambos ejemplos reside la génesis del antimadridismo. Por un lado, molesta la victoria como hábito casi compulsivo; por otro, irrita la prepotencia del durante y del después.
En el partido contra la Juventus coincidieron estos ingredientes en altísimo grado de concentración. El Real Madrid no sólo se salvó en el último instante, sino que lo hizo con un penalti que pareció incierto por la furiosa reacción del venerado Buffon. Para colmo, Cristiano enseñó abdominales y la parte superior del slip. Aquello era un catálogo del odio antimadridista.
En semejantes condiciones, a nadie debería haber extrañado la respuesta de la otra mitad del planeta. En el fondo, la indignación no venía provocada por la veracidad o no del penalti, sino porque el Real Madrid lo había vuelto a hacer, esta vez con la mayor crueldad posible, ofreciendo 97 minutos de cándida ilusión.
Siempre hubo antimadridistas. Me contaba un viejo compañero, seguidor de la Real Sociedad, que el futbolista al que más odió de niño era Del Bosque. Insólito. Sin embargo, él lo justificaba afirmando que Del Bosque era un chulo y no tengo duda de que se lo pareciera. No hay nadie más chulo que aquel que pasea bajo el fuego de morteros sin mover el bigote. Ni qué decir tiene que la Real de aquella época se jugaba los títulos con el Real Madrid.
A mis amigos antimadridistas, muy queridos, lo que más les enfurece es mi ocasional empatía con su equipo; para ellos no es más que compasión prepotente. Ellos preferirían que yo enseñara los abdominales y a mí me gustaría tenerlos.
Casi al mismo tiempo que el término “imperialismo” nació su contrario y se comenzó a hablar de “antiimperialismo” como respuesta al colonialismo de las grandes metrópolis. Curiosamente, el escritor Mark Twain fue uno de los primeros antiimperialistas con carnet de los Estados Unidos (fundó la Liga Antiimperialista en 1898), lo que le convierte también en uno de los primeros atléticos de la historia, junto a las diferentes tribus de las llanuras.
Es tan simple como los principios de acción y reacción, tercera ley de Newton, don Isaac. Si empujas una pared, esta te empujará a ti con la misma fuerza y en sentido contrario. Nada alarmante. Saludable, incluso. No recuerdo qué futbolista de blanco sostenía que su cántico favorito era aquel que nació en Gijón una tarde de 1979: “¡Así, así, así gana el Madrid!”. Al escucharlo sabía que todo iba bien.
Para preocuparse por el antimadridismo hay que estar muy ocioso o no haber leído a Mark Twain: “El paraíso lo prefiero por el clima; el infierno por la compañía”.
Ni una sola letra de solidaridad con vuestro «padre» Tomás Guasch, vilmente agredido por los pacíficos y tiernos independetarras. Eso sí, buenísimo el artículo a favor de los raperos delincuentes. Desprendéis un hedor podemita que empieza a resultar nauseabundo.
Crack!