En el pantalón del Getafe, en la zona de retaguardia, hay una publicidad estampada con el siguiente reclamo: “Granitos Buenavista”. Podríamos discutir sobre la particular ubicación del anuncio y sus innumerables connotaciones, oscuras o luminosas. Podríamos, pero es mejor no hacerlo para no ofender al pueblo de Getafe (concretamente al noble barrio de Buenavista), al sector de los granitos, al gremio de los proctólogos y a los pintores de paisajes. Es bien sabido que en España tenemos el mayor índice de susceptibilidad per capita, tal y como se puede comprobar en el diván de las redes sociales.
Si pongo el foco en el revés de los calzones, además de para celebrar el ojo de los expertos en marketing (aquí estamos, hablando de su publicidad), es para destacar que el mencionado anuncio resume la filosofía de un equipo y un entrenador. Primero, el granito, y sólo después, si se hace estrictamente necesario, la buena vista.
Con eso se encontró el Real Madrid y diría que cada problema que le planteó el partido le será de utilidad en la guerra del martes. La dificultad inicial era superar la adelantadísima presión del Getafe. De eso habrá también en París, aunque con otra tonalidad de azul.
Solventada la cuestión sin perder la pelota ni la compostura, lo siguiente fue encontrar puertas en el muro que el Getafe levanta en mitad del campo propio. Este desafío resultó algo más dificultoso, pero obligó a un ejercicio muy saludable: pensar. También habrá que hacerlo en el Parque de los Príncipes. Se probó con balones largos a la espalda de los defensas y algunos llegaron a destino, tampoco tantos. Tapadas las bandas por mérito del rival o inacción del organizador (Theo), se entendió que por dentro también existían accesos a la portería. Y por allí se insistió hasta que, de tanto rascar, se fueron quitando ladrillos.
? FP: #RealMadrid 3-1 @GetafeCF (@GarethBale11 24′, @Cristiano 45’+1′, 78′; Portillo 65′ (p)).#Emirates #HalaMadrid pic.twitter.com/H8P3LmthpZ
— Real Madrid C.F. (@realmadrid) March 3, 2018
El primer gol fue consecuencia directa de vendimiar el área: un balón extraviado cayó en las proximidades de la zurda de Bale y el galés la empujó a placer, casi lujurioso. En el siguiente gol, más elaborado, Benzema actuó de ganzúa. Desde la posición del mediapunta (la suya), filtró un pase que Cristiano entendió como un caramelo, aunque había masticarlo tanto como un adoquín de El Pilar. No le importó. Amagó, salivó y encontró el premio.
Sin la protección del granito, el Getafe se activó ofensivamente y hay que reconocerle que salió del apuro con cierta galanura. Marcó de penalti (injusto) y puso emoción a la noche. Para su desgracia, su mejor jugador, Remy, era víctima de una sobreexcitación que no discernía el bien del mal, el granito de la buena vista. El caso es que fue expulsado cuando abrió la segunda ceja.
Al mismo tiempo que entró Marcelo en el campo (65’) lo hizo la primavera en el Bernabéu. Es el último mensaje de optimismo que necesitaba el Real Madrid antes de viajar a París. Por primera vez en mucho tiempo, el equipo no se cayó pasada la hora de juego. Lo evitó la contagiosa alegría de Marcelo, su insistencia, su revolera permanente. Uno de sus pases terminó en gol de Cristiano de cabeza y, más que el gol, se celebró la muerte del fantasma. Los jugadores se abrazaron a Marcelo y volvieron a hacerlo al final del partido. El miedo no viajará de polizón en la maleta del Madrid.