Será, probablemente, una de las escenas más penosas de la temporada, una mancha negra en la cuidada imagen de la Premier League. Un centenar de aficionados del West Ham invadieron el campo mientras se jugaba el partido entre su equipo y el Burnley, saldado con la tercera derrota consecutiva de los hammers (0-3). Debía haber sido una tarde plácida, en la que se rendía homenaje a una de las leyendas del club y del fútbol inglés, Bobby Moore, capitán de la selección inglesa que ganó el Mundial 66 y también miembro, no es poco mérito, del equipo que venció a la selección nazi en la película Evasión o Victoria.
Sin embargo, la tensión se palpaba en el ambiente. De hecho, se palpa desde que el West Ham abandonó su viejo estadio de Upton Park, donde jugó entre 1904 y 2016, 2.398 partidos. Allí, en más de un siglo, cimentó sus mejores victorias, la Recopa de 1965 y las Copas de 1964, 1975 y 1980. En su nuevo hogar, el London Stadium, adaptado para el fútbol a partir del estadio Olímpico, el balance es negativo deportiva y emocionalmente. La proximidad del descenso, a sólo tres puntos, ha terminado de desatar los nervios.
No es una disculpa para lo ocurrido, naturalmente. La imagen del capitán Mark Noble enfrentado a uno de los invasores es tan poco edificante como la de un exaltado que mostraba un banderín de córner como si de un trofeo se tratara. «El ambiente era horrible», relató Noble.
Según la policía se registraron hasta cuatro invasiones y dos denuncias de asalto que están siendo investigadas. El entrenador del West Ham, David Moyes, intentó poner calma tras el partido, aunque sus declaraciones sonaron demasiado tibias: «Queremos a los aficionados con nosotros, y así ha sido desde que yo estoy aquí. Pero tú no puedes cruzar la línea y saltar al campo. En este sentido, creo que mis jugadores actuaron correctamente».
Ahora habrá que esperar las sanciones, probablemente ejemplares. De momento, todo es un cruce de comunicados. La FA «condena duramente» los incidentes y quiere estudiar el acta del árbitro y las explicaciones del West Ham. El club ha hecho público que ha comenzado una investigación y que ha convocado una reunión «de emergencia» con todos los accionistas. La Premier asegura que hará sus propias preguntas al West Ham para que algo así no se vuelva a repetir.
Además del reproche institucional, la FA ha querido elogiar la actitud del árbitro, Lee Mason, «gracias al que cual, ayudado por los jugadores y staff de ambos clubes, se pudo completar el encuentro».
Pero para entender lo que sucedía en el London Stadium no había que mirar al campo, sino al palco de autoridades. En el fondo, la sublevación estaba dirigida contra los propietarios del club desde 2010, David Sullivan y David Gold, que, en previsión de males mayores, prefirieron abandonar el estadio antes de la finalización del partido.
Fueron ellos, personajes peculiares —millonarios gracias a la industria del porno—, los que decidieron que había que abandonar Upton Park para trasladarse al London Stadium. Algo que muchos aficionados todavía no les han perdonado, tal y como se puede apreciar por las pancartas recurrentes. «Estáis destruyendo nuestro club». «Ya no somos el West Ham». «Todo son mentiras».
El propio David Sullivan aceptó el problema, pero pensó, erróneamente, que se resolvería con el tiempo: «Es posible que la mitad de nuestra afición no quiera mudarse». Y tenía mucha razón. Las evidentes ventajas que supone ocupar un recinto del siglo XXI no compensan el cambio, tal y como expresó a la BBC la Asociación de Aficionados Independientes del West Ham. «La idea era atraer a más seguidores, pero eso no ocurrirá si no se consiguen éxitos en la cancha. Además, los transportes no son tan buenos como se había dicho y la distancia entre la grada y el campo es demasiado grande. Los aficionados de una de las gradas superiores no tienen acceso al cuarto de baño y no pueden ni tomarse una taza de té».
El club desmintió las acusaciones: «Cada asiento del London Stadium tiene acceso a los servicios y a los puestos de catering, con 995 cuartos de baño y 43 tiendas de comida, mucho más que en Upton Park». Pero fue sin éxito.
La incomodidad era una sensación real, aunque indefinible. En la temporada del estreno, la 2016-17, el entonces entrenador Slaven Bilic, comentó que, aunque las dimensiones del campo eran las standard en la Premier (105m x 68m), sentía que sus jugadores estaban desorientados. En su opinión, el tamaño de los fondos generaba la impresión de jugar en un campo mucho más grande. Llegó a pedir que se tiñeran de un color diferente al verde.
Stuart Pierce, exjugador del West Ham y asistente de David Moyes, admite que el club es percibido ahora como una entidad distinta, «y lo que toca es crear en este nuevo estadio recuerdos tan importantes como los que nos dejó Upton Park».
La maldición también es económica. El 1 de diciembre de 2017, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, anunció que tomaría el control de las cuentas del estadio (cedido en forma de leasing al West Ham durante 99 años), al conocerse que perdería 30 millones de euros durante la temporada 2017-18. El déficit tiene origen en un fallido plan de negocio. Transformar el estadio olímpico en uno de fútbol costó 364 millones de euros, más de lo que hubiera costado uno nuevo (el Wanda se construyó por 300 millones). Cambiar los asientos para el Mundial de Atletismo de 2017 y volverlos a dejar como estaban salió por 12 millones de euros.
Con este panorama, es imposible que los aficionados del West Ham no alberguen los peores pensamientos. Si hay descenso (el sábado próximo juegan contra el Chelsea), el London Stadium sería el estadio más grande de la Championship desde que el Manchester United bajó en 1974. Un palacio sin alma en los barrios bajos del fútbol inglés.