El pasado jueves día 8, dos días después de eliminar al París Saint-Germain, Sergio Ramos acudió a entrenarse en un Seat 600 L de color guinda, fabricado en 1972 y valorado aproximadamente en 6.000 euros. La fotografía, publicada por el propio futbolista en su cuenta de Instagram, se propagó por las redes sociales con la misma viralidad que el vídeo que grabó Real Madrid Televisión cuando el jugador irrumpió en la Ciudad Deportiva de Valdebebas. En apariencia, una anécdota.
Sin embargo, fue más que eso. Muchos, quizá una mayoría, sonrieron ante la ocurrencia de Ramos, transgresor en el vestir y en los accesorios. Pero también hubo quien torció el gesto. El primero de los afectados fue Audi, patrocinador desde 2003 y proveedor de los coches de la primera plantilla. Es obvio que su acuerdo tiene como objeto que los jugadores se dejen ver con los automóviles de la marca y es conocido también que el esfuerzo no siempre es correspondido. Es relativamente habitual que los futbolistas exhiban otros coches, por lo general mareantes deportivos de procedencia italiana.
Para estimular el uso de los automóviles patrocinados, el club ha establecido un parking oficial, más próximo al vestuario, y otro más alejado, donde se aparcan el resto de vehículos. En el parking oficial cada plaza está asignada y señalada con el dorsal del futbolista y el logo de Audi. A pesar de todo, y según comprobamos cada cierto tiempo, la medida disuasoria resulta de dudoso efecto.

En el caso de Ramos y el 600 color guinda se pasaron por alto dos convenciones. La primera, la de utilizar los coches oficiales en entrenamientos y actos del club. La segunda, respetar las zonas reservadas para los Audis. Tal y como se aprecia en las imágenes, el capitán aparcó su modesto utilitario junto al Q7 de Vallejo.
Quien crea que todo lo anterior es una minucia puede tener razón, pero seguramente no trabajará en Audi. Quien desprecie la cuestión tampoco formará parte del departamento de marketing del Real Madrid. En poco tiempo tocará renovar el acuerdo de colaboración con el gigante alemán de la automoción y se espera que en mejores condiciones de las actuales. Traten de explicarles a esos directivos circunspectos que el 600, aunque en grado de parentesco lejano, forma parte de la familia Audi por matrimonio morganático de Seat con el Grupo Volkswagen. Ni qué decir tiene que la grabación de Real Madrid Televisión, replicada por numerosos medios, tampoco generó muchas adhesiones ni en Audi ni dentro del club.
La razón por la que un futbolista que dispone de un Audi R8 Spyder FSI Quattro Tiptronic de 540 CV se desplaza al entrenamiento en un pelotilla se nos escapa por completo. El propio Ramos eligió modelo cuando el pasado noviembre se hizo entrega de los coches cedidos —que no regalados— a los futbolistas (el seguro también corre por cuenta de la marca). Finalizada la temporada, cada jugador debe entregar su coche o recomprarlo por el 70% de su valor. Los vehículos devueltos pasan al concesionario de Mirasierra y entran en el mercado de segunda mano donde no resulta fácil colocarlos por ser automóviles de gama alta rebosantes de extras; el comprador que dispone de sumas tan elevadas suele invertir en un auto nuevo.
Pero volvamos la cuestión. Hay que pensar, no queda otra, que Sergio Ramos se sintió conmovido por el regalo de cumpleaños de René, su hermano y representante, o que se vio impelido a probarlo, tal vez fascinado por semejante objeto casi prehistórico. Ya sabemos que entre lo viejo y lo vintage sólo media un moderno atrevido.
Con independencia de los problemas que pueda generar al abnegado departamento de marketing, el caso es indicativo del poder que han adquirido los grandes futbolistas en los grandes clubes. Para ellos no existen reglas, sólo recomendaciones. Y pocos las atienden. El motor del 600 de Ramos escopeteó por Valdebebas, pero Cristiano irrumpe de tanto en cuanto con un Lamborghini Aventador que parece resquebrajar la tierra.
Por supuesto que no es importante en comparación con la Copa de Europa o la capa de ozono. Tampoco se puede considerar como un desafío a la institución. Es, simplemente, una demostración de cómo han cambiado los tiempos. En el libro Gracias, Vieja, Di Stéfano lo relataba así: «…Al principio no podía comprar un coche, porque Bernabéu decía que no se podía fanfarronear aquí. Así que estuve dos años y pico sin coche. Bernabéu decía que los socios del Madrid eran gente de trabajo, la gente del Madrid humilde, y que teníamos que demostrar que éramos de la misma causa que la gente, y no poner los dientes largos al pueblo».
Di Stéfano se compró su primer automóvil, un Mercedes 180, después de ganar su primera Copa de Europa. Sin embargo, solía moverse por la ciudad con un Seat 600, no consigo confirmar si de color guinda.
Brillante. El artículo está cerrado con uno de esos lazos de regalo que uno nunca quiere deshacer.