Corría el minuto 73 de la segunda parte y el marcador señalaba un rotundo cuatro a cero a favor del equipo local. La noche aparecía gélida y la hora, cercana a la media noche, parecía inhumana para las personas que tenían que ir a trabajar al día siguiente pero, incluso así, todos los presentes en el estadio Metropolitano se levantaron de su asiento para aplaudir a Diego Costa. El hispano-brasileño, cariacontecido a pesar de la ovación, se debatía entre agradecer esas muestras de afecto o dejar salir su evidente desencanto por marcharse del campo sin haber marcado gol. Así son los jugadores ambiciosos. Así son los buenos jugadores.
Diego Costa no hizo gol contra el Leganés pero volvió a demostrar lo gran delantero que es. Peleando, abriendo el campo, asistiendo y condicionando (para bien) al equipo. Es más, Diego Costa ha cambiado al Atlético de Madrid. Desde su llegada asistimos, partido tras partido, al desempeño de un equipo diferente del que conocíamos. Es algo fácilmente demostrable con los números pero también, y sobre todo, es algo muy sencillo de ver. Es un fenómeno tan evidente, que duele pensar lo que hubiese podido pasar con el internacional español vistiendo la camiseta rojiblanca un poquito antes. Digamos, por ejemplo, frente al Qarabag. Me consta que no era el único que tenía ese pensamiento en la cabeza cuando Diego Costa estaba abandonando el campo pero, como decía Lewis Carroll, ya no puedo volver al ayer porque ahora soy una persona diferente.
Corría el mismo minuto 73 cuando un francés llamado Antoine abandonaba el terreno de juego después de haber marcado cuatro goles. Los valientes que asistían en directo a la enésima hazaña del señor Griezmann se rompían las manos agradeciéndoselo. Rendidos a la enésima clase magistral del pequeño galo, dejaban claro cuál es el pensamiento mayoritario de la afición colchonera. Imagino que no debe ser muy diferente del que existe en la parroquia rojiblanca al otro lado de la pantalla de plasma. Personalmente me parece muy difícil y hasta mezquino cuestionar el desempeño deportivo del jugador francés sobre el terreno de juego pero si nos ceñimos al partido de ayer, resulta literalmente imposible. En poco más de una hora había corrido, había atacado, había defendido, había regateado, había asistido, había marcado de falta, había marcado de cabeza, había marcado con la izquierda y había marcado con la derecha. Griezmann parecía tan contento que en uno de sus goles, el de falta, corrió cincuenta metros para abrazarse a ese cuerpo técnico anónimo que estaba pasando frío en el banquillo. Gran gesto. Allí acudieron todos los demás. Titulares y reservas. Jugadores y empleados. Todos se sumaban a una preciosa piña, de esas que ponen la piel de gallina al aficionado colchonero. De esas que demuestran lo realmente poderoso que es eso de jugar en equipo.
Según veía al futbolista abandonar el terreno empecé a pensar también en lo que estaba por venir. En lo interesante que podía ponerse el final del Liga si el Atleti ganaba el domingo en Barcelona. En que el equipo tenía los mismos puntos que cuando en 2014 ganó la competición. De lo bonito que podría ser jugar una final europea en Lyon treinta y dos años después. En el pedazo de equipo que tendría el Atleti la próxima temporada si la dupla Griezmann/Costa siguiese vistiendo entonces de rojiblanco y si se apuntalaran un par de posiciones por detrás. Si esa sospechosa y truculenta “limpia” de jugadores acontecida en las oficinas del Club en los últimos días tuviese algo que ver con poder conservar a los futbolistas que merece la pena conservar.
Preguntado en rueda de prensa sobre estas cosas, Simeone despachó el asunto con una de esas frases que tanto enfada y desespera a los buhoneros de titulares. “No me detengo a observar el pasado. Lo importante es vivir el presente”. Siento mucho que a los profesionales de la venta de mercancías perecederas les duela la falta de alimento para clicks pero es que es así. Algunos parecen dispuestos a cualquier cosa con tal de no vivir aquí y ahora, pero ese es un fenómeno que debería ser patrimonio exclusivo de amargados, desubicados o profesionales interesados. Obsesionados por los desmanes del pasado y aturdidos por las incertidumbres del futuro, a veces nos parece absurdo el poder pararse a disfrutar un rato de meter cinco goles en Sevilla. No lo es. Angustiado por cosas “más importantes”, parece hasta intrascendente el tener la oportunidad de divertirse viendo un 4-0 frente a uno de los equipos mejor entrenados de la Liga española, ese admirable CD Leganés de Asier Garitano, y hasta el haberlo hecho jugando muy bien al fútbol (eso que oficialmente nunca ocurre). Tampoco lo es.
Decía Albert Einstein que un hombre feliz está demasiado satisfecho con el presente como para obsesionarse demasiado con el futuro. No sé lo que durará pero, hoy por hoy, el Atleti, el equipo que salta al campo y los aficionados que lo acompañan (lo que ocurre en los despachos es harina de otro costal), se han ganado el derecho a ser felices.