Leía el otro día un artículo en A LA CONTRA del gran Carles Ruf sobre los deportistas y su repercusión sobre la sociedad, y me gustó esa llamada a la normalidad: “Son seres admirados, idolatrados, capaces de ser casi un Supermán en el imaginario popular, parte de los sueños de la gente. Pero en el fondo son seres humanos como cualquiera (…). Tampoco entiendo a esas estrellas que, cuando se les acercan niños para pedirles autógrafos o fotos, se niegan. Que no puedan perder 20 segundos de su vida para hacer feliz a la gente…”.
Es muy importante que los deportistas entiendan en qué se convierten en el momento en el que empiezan a ser personas públicas, en muchos casos personajes idolatrados y, casi siempre, líderes de opinión, o como se dice ahora, influencers. Prácticamente de un día para otro se convierten en los principales agentes de la trasmisión de valores. Personas poderosas, superhéroes de las emociones.
Obviamente, ese es el momento en que aparecen las marcas. Es fácil de entender el porqué, ¿no? Las marcas necesitan acercarse a sus consumidores y, para ellos, se asocian con los deportistas con el fin de construir una relación que ayude a la marca a tener una mejor percepción en el mercado. Haciendo un símil, es como querer construir una relación sentimental. La marca quiere parecer “sexy”, primero busca acercarse para “caer bien” o “llamar la atención”, para luego “enamorar” y por último “generar una relación estable”, que dure muchos años y, si es posible, toda la vida. Y es más fácil conseguirlo si eres aficionado al baloncesto y lo haces a través de Pau Gasol, de Messi si eres aficionado al fútbol —y además seguidor del Barça—, o de Rafa Nadal o Garbiñe Muguruza si eres aficionado al tenis.
Los deportistas para seguir sumando gestas deportivas no deberían olvidarse de la figura de los patrocinadores, deberían entenderla y respetarla. Las marcas no deben ser vistas como unas personas molestas que están aprovechándose de su fama —muchas veces da esa sensación—. Sin ellas, muchos deportistas no podrían desarrollar su carrera deportiva. En estos patrocinios no se trata simplemente de apoyar económicamente a los deportistas; debería ser una estrategia conjunta de cómo acercarse más y mejor a la sociedad. Es una gran herramienta, tanto para las empresas como para los deportistas porque permite una asociación reciproca de valores.
En estos acuerdos, las dos partes se necesitan y ambas salen ganando. Forman parte de su profesión y, para ser mejor profesional, hay que formarse y ser consciente de las necesidades de las marcas que les apoyan, conocer sus productos y sentirse parte de un proyecto común —en la NBA es obligatoria esa formación—.
No es fácil en muchos casos hacérselo ver. La mayoría de las marcas lo que piden a un deportista es que sea capaz de entenderles, compartir con ellos proyectos en común que ayuden a mejorar la relación de su marca con el mercado, y cuando se hace bien, también ayuda a desarrollar la marca personal del deportista. Si esto se hace en común, siempre cuidando y respetándose ambas partes, y digo siempre, es muy rentable para ambas partes.
Para mí la clave está en tres aspectos muy básicos que están excepcionalmente reflejados en Jerry Maguire —película que recomiendo encarecidamente—.
1. Estrategia común
2. Pasión…
3. …y cariño
Ahí le has dado, estrategia comun y cariño…el resto va solo. Pero sin lo primero será una relación artificial y forzada. Pelayo era (y es) un gran caso de éxito con Don Vicente