El Patrón, el Robin Hood colombiano, el Rey de la Cocaína, el hombre al que, tras ser abatido a tiros por el llamado Bloque de Búsqueda de la Policía el 2 de diciembre de 1993 cuando huía por el tejado de una casa del barrio de La América de Medellín donde había estado escondido tras fugarse de la cárcel, despidieron decenas de miles de paisas cantando como uno sólo “Con dinero o sin dinero, hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley…”, el ‘enemigo público número uno’ que desafió al Estado colombiano ofreciéndose a pagar la deuda pública contraída por su país a cambio de no ser extraditado a los Estados Unidos, el tipo que maquilló de ideología el contrabando de cocaína definiéndolo como la guerra del pobre contra el rico, el mafioso que fue encerrado en esa cárcel-palacio de Envigado donde cada noche dicen que recibía dos o tres chicas vírgenes captadas en los colegios o donde, el día que se levantaba más torcido, daba la bienvenida a sus enemigos y los torturaba hasta la muerte con sus propias manos en una sala acondicionada para tales prácticas. Ese monstruo capaz de infundir terror, de declarar una auténtica guerra en su país con su poderoso ejército del Cártel de Medellín poniéndole precio a la cabeza de cada policía muerto, asesinando a ministros o candidatos presidenciales, ese ya legendario mafioso que sembró entre miles de jóvenes el fantasma de la prosperidad a través del sicariato y arraigó en ellos una siniestra cultura de la muerte que aún colea por los barrios populares de su ciudad, resulta que ahora se ha convertido en uno de los personajes con más atractivo para el cine y la televisión, con el riesgo que eso conlleva.
Título: Loving Pablo.
Dirección: Fernando León de Aranoa.
Reparto: Javier Bardem, Penélope Cruz, Peter Sarsgaard, Julieth Restrepo, David Ojalvo, David Valencia.
País: España.
Duración: 123 min
Ante la figura de Pablo Escobar y todo el reguero de muertos que dejó, uno no puede ser ni lejanamente neutral, ya que tuve la oportunidad de vivir y trabajar en la ciudad de Medellín en los años 90, cuando era la urbe más peligrosa del mundo y donde se registraban más muertes violentas que en ciudades como Sarajevo en plena guerra de los Balcanes. Pero más allá de juzgar al personaje real, el exceso de reencarnaciones de Escobar, desde el acercamiento entre glamuroso y folclórico de Wagner Moura en la serie Narcos al más político y turbio de Benicio del Toro en la cinta Escobar: Paraíso perdido, tiene la lógica consecuencia de que, como ha ocurrido en el último año con el personaje de Winston Churchill, uno ya esté un poco saturado del famoso narcotraficante y todo suene un poco a déjà vu.
El trabajo de adaptación de Fernando León de Aranoa (Familia, Barrio, Los lunes al sol) sobre el libro de la periodista colombiana Virginia Vallejo —un apasionado acercamiento a Escobar por la mujer que fue amante del narco y acabó saliendo de Colombia en un avión de la DEA— era un duro reto cargado de riesgos. El mayor parece ser que fue encontrar financiación para rodar la peli en español, lo que ha conllevado que fuese grabada en inglés hablado con ese arrastrado acento paisa y trufando algunas líneas de guion con expresiones locales, lo cual le resta a la cinta toneladas de credibilidad.
Aun así, y pese a portar una exagerada prótesis de barriga, el trabajo de recreación del personaje por parte de Javier Bardem es notable, lástima que no se pueda decir lo mismo de la actuación de Penélope Cruz metiéndose en la piel de Virginia Vallejo, un personaje lastrado además por una voz en off casi omnipresente que llena la peli de redundancias y explicaciones más que evidentes. Con todo esto, Loving Pablo está mejor resuelta en sus secuencias de acción —la fuga por la selva colombiana o el aterrizaje forzoso en una autopista americana de ese avión cargado de cocaína— que en las intimistas entre la pareja protagonista, algo extraño estando León de Aranoa tras la cámara. La película, de igual manera que hace el libro, nos retrata la doble cara de Escobar —un rasgo común en todo monstruo que se precie—, entre la del cariñoso padre de familia y la del desatado jefe del sangriento Cártel de Medellín. Eso sí, la adaptación a la pantalla se resiente de excesivos matices de trazo grueso en la descripción de los personajes, lo que hace perder incluso algunas gotas de humor con las que la periodista salpica su libro entre tanto charco de sangre y toneladas de cocaína.
A pesar de la saturación que muchos podamos sentir del personaje, querría recomendar aquí algunos libros para los que quieran acercarse más a la personalidad de El Patrón, aparte del escrito por Virginia Vallejo, Amando a Pablo, odiando a Escobar (Ed. Debate). Éstos son: el impagable testimonio escrito por su hijo Juan Pablo, Pablo Escobar: Mi padre (Ed. Península), la documentadísima recopilación gráfica del fotógrafo James Mollison, The Memory of Pablo Escobar (Ed. Chris Boot), y el que puede ser el mejor retrato del personaje, La parábola de Pablo: auge y caída de un narcotraficante (Ed. Planeta), escrito por el periodista colombiano experto en narcocultura Alonso Salazar, que más tarde llegaría a ser alcalde de Medellín. Y, cómo no, como banda sonora, no olvidarse del narcocorrido compuesto en su memoria por Los Tigres del Norte, Muerte anunciada.
CERVEZA RECOMENDADA
Papaya Rye. Alcohol: 9 %. Amargor: 72 IBU

Esta cerveza de estilo Imperial IPA, que fue calificada con el casi inalcanzable ‘100’ en Ratebeer, el ranking internacional de referencia en el sector cervecero, es por su potencia, intensidad y audacia la birra ideal para enfrentarse a esta apasionante historia. Sus creadores, los hiperactivos cerveceros de Nómada Brewing, la definen como un intento de encontrar el equilibrio en el más allá.
Esta Papaya Rye de color ambarino turbio presenta la novedad de incluir en su receta malta de centeno y papaya, ingredientes que redondean los efectos aportados por el alto contenido alcohólico y sus resinosos lúpulos. Nada más servirla en el vaso de pinta, su aroma ya llega a la nariz invadiéndola con notas a esta fruta tropical y a bosques de coníferas. Ya en boca, la cerveza explota con un sabor afrutado de lo más exótico y un rotundo y amargo final. ¡Todo un auténtico cervezón ideal para combinar con comidas picantes!