Hay personas que literalmente se vacían para llevar a cabo sus obras que, ya sea por su complejidad, su dificultad o intensidad, suponen un esfuerzo sobrehumano y soltar todo lo que uno lleva dentro. Hablo de casos como Coppola con sus Padrinos o Apocalypse Now, John Huston con La Reina de África o Moby Dick, Peter Jackson con su trilogía de El Señor de los Anillos, o Donald Trump cuando ayuda a su hijo Barron de 11 años a hacer los deberes… Pues, aparte del mal chiste, eso parece que le pasó a Richard Linklater tras el rodaje a lo largo de 12 años de esa increíble cápsula del tiempo que fue Boyhood (Momentos de una vida). Y lo digo porque en La última bandera es difícil encontrar algo del director que hizo peliculones como los que componen la trilogía Antes del… amanecer, atardecer, anochecer.
Título: La Última Bandera
Dirección: Richard Linklater.
Reparto: Steve Carell, Bryan Cranston, Laurence Fishburne, J. Quinton Johnson, Richard Robichaux, Dontez James, Jerry Lee Tucker, Kate Easton.
País: Estados Unidos.
Duración: 124 min.
Con un tridente de actores de la categoría de Steve Carell, Bryan Cranston y Laurence Fishburne y con un tema tan jugoso como el que plantea la historia basada en la novela de Darryl Ponicsan, Linklater construye un relato más forzado que los remaches de un submarino, donde la naturalidad es la gran ausente de unos diálogos que se supone son el punto fuerte de una cinta de sus características.
En La última bandera Lindlater nos cuenta la historia de Doc (Steve Carell), un hombre pegado a un bigotillo y a unas gafas al que la vida no le ha sonreído precisamente. Doc, veterano de la Guerra de Vietnam con un expediente manchado por un incidente que le llevó a cumplir una condena en una prisión militar, recibe la noticia de que su único hijo ha fallecido en acto de combate en Bagdad. Así, el hombre sale a la busca de sus viejos colegas de Vietnam, Sal (Bryan Cranston), propietario de un ruinoso bar donde él es su principal cliente, y Mueller (Lawrence Fishburne), ahora redimido de todos sus vicios de juventud, metido a reverendo y felizmente casado y retirado de la vida mundana —aquí es inevitable recordar al personaje que hizo Fishburne hace 40 años en Apocalypse Now—.
Los tres viejos amigos, que ahora parece que no tienen nada que ver, se enrolan en la misión de recoger el féretro del hijo de Doc y enterrarlo con todos los honores. La peli se convierte así en una road movie de amigotes donde hay humor —los mejores golpes se los debemos al buen hacer de Bryan Cranston—, nostalgia, discusiones político-religiosas y una sensación de que la película tiene que explotar por algún lado, pero no lo hace.
Es cierto que hay atisbos de buenos diálogos en las divagaciones a costa de Dios y el alcohol entre Cranston y Fishburne, que hay algún gag pasable como las secuencias donde compran sus primeros móviles en Nueva York y que por momentos parece que existe un claro mensaje antibelicista, pero todo resulta afectado, postizo y carente de punch. Así, cuando el personaje de Sal tiene la oportunidad de dar una patada al patriotismo yanqui, es cuando se vuelve más patriota; cuando se adentra en su parte más dramática, el director se vuelve convencional y no corre ningún riesgo; y cuando decide soltarse la melena y juntar a los tres veteranos de Vietnam con un joven marine en un vagón de tren y se ponen a hablar de pollas y a hacer chistes de sus respectivos miembros, lo hacen forzadamente. Es una pena, pero ni las risas ni los diálogos fluyen con la naturalidad que deberían. Un desperdicio de tres grandes actores por culpa de un guion y un director que, en esta ocasión, pecan de convencionales y no asumen riesgos.
CERVEZA RECOMENDADA
Flying Dog Doggie Style. Alcohol: 5,5%. Amargor: 35 IBU.

Para ver una cinta de un director que sabe retratar con tanta precisión a la sociedad americana media, qué mejor que esta birra, un clásico de la cervecera Flying Dog, cuyo creador, George Stranahan, abrió el primer brewpub de la marca del perro volador en 1990 en la montañosa localidad de Woody Creek, Colorado, un pequeño pueblo a las afueras de Aspen. Un año más tarde, su Doggie Style consiguió el premio de la mejor American Pale Ale de los Estados Unidos, lo que la llevó a convertirse en un clásico. Hoy, tras su paso por Denver, cuentan con una gran fábrica donde elaboran para todo el mundo desde Frederick, Maryland.
La Doggie Style Pale Ale es una intensa cerveza de color ambarino y espuma blanca que destaca por sus aromas cítricos y frutales propios de los lúpulos americanos Cascade y Simcoe. Aunque su profundo sabor se asienta sobre una base de malta melosa y delicada, lo que destaca en boca es un sabor frutal y a naranja amarga que se corona con un suave amargor, sequedad y notas especiadas. Una gran reinterpretación del estilo británico con el equilibrio que los americanos saben aportar con sus sorprendentes lúpulos.