El 6 de mayo de 1954, Roger Gilbert Bannister —Sir Roger Bannister de ahí en adelante— fue el primer hombre que detuvo cronómetros por debajo de cuatro minutos en una carrera de una milla, 1.609 metros. En un típico día tempestuoso de primavera británica, con turbonadas de aire entre 30 y 40 km/h, Bannister produjo la hazaña en las pistas de Iffley Road, en la Universidad de Oxford, que entonces eran de ceniza, cosidas por raíces de árboles… y que aquel día eran como un magma entre las cenizas y el barro rojo. Pero en esas condiciones, Roger Bannister (un zanquilargo de 1,89 de altura, con tremendo kick de aceleración, cambio de ritmo)… no tenía rival. Él había aprendido a correr en los suburbios de Londres (Harrow), en la Batalla de Inglaterra, «imaginando que caían bombas sobre mí y ráfagas de ametralladora, y que tenía que escapar lo más rápido que pudiese». La familia Bannister tuvo que huir a Bath. Como estudiante de Medicina y en los descansos de clases, Bannister aprovechaba de una forma bien simple el poco tiempo que tenía para entrenarse: corría todo el tiempo que se podía, todo lo más ligero que podía.
Este pasado día 3, el afamado neurólogo Sir Roger Bannister, que llegó ser Master del Pembroke College de la Universidad de Oxford, no pudo terminar su carrera definitiva contra el Mal de Parkinson —quizá más temible que las bombas nazis— y dejó este mundo a los 88 años, en ese Oxford de sus hazañas. Bannister no había vuelto a rodar ni en entrenamientos ni en carreras benéficas (en algunas de estas llegó a competir con Sebastian Coe), desde que en el verano de 1975, entre Leominster y Londres, un conductor poco sobrio impactó contra su vehículo y le hizo añicos el tobillo derecho, además de herirle en cara y pecho.
Aquel 6 de mayo de 1954, en esa pista de Iffley Road —hoy sigue existiendo y útil como Roger Bannister Track, con superficie de tartán y con el punto exacto del Bannister Close—, Sir Roger terminó la milla en 3:59.4, tres minutos, con cincuenta y nueve segundos y cuatro décimas, primer hombre que sellaba una hazaña sobre la que algunos habían comentado: «Correr una milla por debajo de cuatro minutos es imposible, y el que lo haga se romperá las piernas». «Nunca presté atención a comentarios semejantes. Los conocía, pero no eran cosa de especialistas, sino más bien de algunos periodistas», diría Bannister a Sports Illustrated, que le bendijo como Deportista del Año 1954.
Pero en 1944 y 45, dos suecos, Arne Andersson y Gunder Hägg, ya habían firmado 4:01.6 y 4:01.4, respectivamente. Los pasos de la carrera de Iffley Road fueron marcados por dos liebres, Chris Brasher y Chris Chataway («convertían las penalidades en un placer», recordaba Sir Roger), ambos compañeros de Bannister en el equipo de la AAU que se iba a enfrentar con el University Track Club de Oxford. Una cámara de la BBC filmó aquella carrera, que era un trial preparatorio para el duelo AAU-Oxford. Brasher condujo a Bannister hasta un primer cuarto de milla en 57,5, rumbo al 1:58 en la media milla (804,5 metros). Pasó al frente Chataway, que dio tiempo en tres cuartos de milla, 1.207 metros: 3:00.7. A falta de 300 yardas, Bannister rebasó a Chataway… y consiguió atrapar lo que parecía imposible entre las oleadas de viento que se iban y venían: rematar el último 400 por debajo de 59 segundos en 58,9.
Norris McWhirter, el speaker oficial de las pistas de Oxford (también, editor del Libro Guinness de los Récords), se tomó su tiempo para hacer el anuncio oficial y agrandó el tenso suspense de que allí se acababa de ver algo al menos igual de grande que la primera cumbre en el Everest, firmada por Sir Edmund Hillary y el Sherpa Tenzing Norgay, en 1953. Al fin, McWhirter calmó al público y habló así por el micro de pìsta: «Damas y caballeros, este es el resultado del noveno evento (del día), la milla. Primero, número 41, R. G. Bannister, Amateur Athletic Association y antes de Exeter y Merton Colleges, Oxford, con un tiempo que es nuevo récord del Meeting y de esta pista y que —sujeto a ratificación— será un nuevo Récord Británico por un Inglés Nativo, un Nacional Británico, de todos los competidores (All-Comers), Europeo, del Imperio Británico y Récord Mundial. El tiempo ha sido de tres minutos…».
«Corres siempre mejor si corres de modo en el que tú estás hecho para correr y al fin… siempre se trata de la capacidad de extraer de ti más de lo que crees tener dentro; el último acelerón contra el ácido láctico se trata de la orden y el compromiso de un cerebro ante un cuerpo que ya no quiere responder y esto es lo que al espectador se le escapa y lo que no puede vivir», describió Bannister en su libro The Four Minute Mile, La Milla en Cuatro Minutos. «En las últimas cinco yardas en Iffley Road, la cinta de la línea de meta parecía retroceder, llegar allí era como llegar al cielo y cuando terminé era como un relámpago que hubiese explotado, deshecho y sin deseos de vivir», recordaría un Bannister… que aún haría una milla en 3:58.8... tan cerca como el 21 de agosto de ese mismo 1954, en los Juegos del Imperio Británico (Empire Games), en Vancouver. Allí, ante 30.000 espectadores en el Empire Stadium, Bannister batió a John Landy, el australiano de Melbourne que el 21 de junio ya había dejado el récord mundial en 3:58.0. Fue la Miracle Mile, la Milla del Milagro.
En Vancouver, tras un carrerón a ritmo brutal, Bannister desbordó por la derecha a Landy, ya en plena curva del último 150… mientras Landy miraba a su izquierda, al interior. «Cuando miré en la contrarrecta, creyendo que Roger ya no estaba, y le vi que aún seguía conmigo, sabía que la cortina había caído. Cuando el rival no hace crack a un ritmo como el que llevábamos, el que haces crack eres tú», dijo un Landy que se vio desbordado en la recta por el mortal kick de Bannister: 3:58.8 al final, por 3.59.6 de Landy. Bannister siempre dijo que la carrera de Vancouver había sido «más gratificante» que la de Iffley Road. Tres semanas después de batir a Landy, Bannister se proclamó campeón de Europa de 1.500 metros (3:43.8), en el Neufeld Stadion de Berna… y al fin se retiró en diciembre de ese mismo 1954. Casi ahí mismo, Chataway se alzó plusmarquista mundial de 5.000 metros antes de embarcarse en una brillante carrera como ejecutivo en la Civil Aviation Authority y como Director General del Orion Bank. Murió en 2014. Brasher falleció en 2003, no sin llevarse a la tumba el oro olímpico de 3.000 obstáculos en los Juegos de 1956, en Melbourne.

En la actualidad, más de 1.300 atletas —casi la mitad, unos 600, de EE UU— han bajado de cuatro minutos en la milla. La plusmarca española de la británica distancia se mantiene en 3:47.79 desde que el 27 de julio de 1985, a eso de la medianoche y ante 30.000 espectadores en el Bislett Stadium de Oslo, el toledano José Luis González Sánchez (8-12-1957), de Villaluenga de la Sagra, corrió como nunca en su vida y entró justo detrás del británico Steve Cram, que imponía un nuevo récord mundial en 3:46.32 (hoy sustituido por los 3:43.13 de Hicham El Gerrouj en 1999, en Roma).
«Por dos veces en dos años, yo tuve la cuarta mejor marca mundial de la milla… y los que estaban delante eran Cram, Coe y Said Aouita, mira qué tres», declara González a A LA CONTRA. «Aunque a mí y a los de nuestra generación, ya nos pilló muy lejos, yo siempre supe quién era Roger Bannister y lo que había hecho. 3:59 en aquellos tiempos y en aquellas pistas era algo extraordinario, sin duda. De los de hoy, no sé si alguno sabe sobre Bannister y su historia».
González critica que se hayan perdido «el sentido táctico» y la «maniobrabilidad» en las carreras de mediofondo. «Y no es por los africanos», establece el toledano, subcampeón mundial de 1.500 al aire libre en Roma, en 1987. «¿O es que no había africanos en nuestros tiempos?», se pregunta González, que repasa la lista de estrellas africanas de los años 80 y 90: «Morceli, Aouita, el propio Adi Bile, ¿hemos dicho algo?… si hubieran tenido que eliminarnos a Ovett y a mí por las h…..s que nos hemos dado, no sé cuántas carreras habríamos terminado, pero aquí se han perdido muchas cosas».
«La milla y su historia siempre me apasionaron», establece González, quien revela: «Tengo en casa una cinta de vídeo con todos los récords mundiales de la milla… ni sé cuántas veces me he visto las carreras de Herb Elliot y, sobre todo, la de John Walker, que era uno de mis ídolos, cuando Walker bajó de 3:50 (3:49.4, 1975, Gotemburgo). Yo pasaba tiempo entrenándome en EE UU (González ganó en 1986 la Milla de la Quinta Avenida, en Nueva York) y prefería irme a Berkeley, para pisar y entrenarme en la pista de la Universidad de California, que había sido la pista favorita de Jim Ryun, uno de los mejores milleros de todos los tiempos. Y lo hacía por romántico, porque me seducía el halo de campeones como Ryun. No sé qué puede quedar hoy de eso».
En 1954, Bannister rompió el muro de los cuatro minutos. En 1953, Hillary y Tenzing conquistaron el Everest. En 1954, Willie Mays regresó desde el Ejército a los San Francisco Giants de béisbol, tras ser alistado para la Guerra de Corea… que nunca llegaría a conocer. Los americanos veían en televisión a Hopalong Cassidy. Después surgieron Tandy, Elliot, Jazy, Ryun, Walker, Coe, Ovett, Scott, Cram… y José Luis González, el lebrel toledano que una medianoche de Oslo, en 1985, corrió más rápido que en toda su vida y ahí nos dejó ese récord: 3:47.79, el más antiguo del atletismo español. Va a hacer 33 años…