Tengo la sensación de que las derrotas futbolísticas sólo pueden entenderse últimamente a través dos únicas corrientes posibles. O asistimos a la postura determinista, y algo petulante, de equiparar los resultados negativos a situaciones reduccionistas (fue un error puntual en el despeje, el rival ha metido un gol más que nosotros, el árbitro me tiene manía…) o nos vemos abocados a participar en ese aquelarre tremendista, patrocinado y retransmitido por las grandes marcas, en el que perder un partido, el que sea, nunca puede ser una posibilidad. Siempre tiene que tener una explicación maximalista (han tirado la Liga, han sido unos cobardes, el entrenador está acabado,…) y siempre, absolutamente siempre, debe existir un culpable.
Si no ha cambiado en los últimos años, que ya me creo cualquier cosa, la definición de virtud que manejaba la filosofía clásica decía algo así como que era el justo intermedio entre dos extremos igualmente viciosos. Es muy probable que la virtud no exista (un debate muy interesante, por cierto) pero no me parece mala idea eso de tratar de buscarla utilizando la lógica. Sobre todo entre seres humanos con capacidad para hacerlo. Sobre todo porque, en lo que respecta a esto de tratar de asimilar una derrota, no me siento cómodo en ninguno de los dos extremos, igualmente viciosos, que me rodean.
Entre los aficionados al fútbol mediático es habitual que cada derrota provoque una especie de sismo tectónico de duración variable en función de lo rápido que llegue el siguiente partido. Puede que las cosas no fuesen exactamente así en el entorno del Atlético de Madrid, pero últimamente no parecen muy diferentes. Con cada resultado negativo asistimos a un torrente bastante desagradable de declaraciones histéricas y contra declaraciones paternalistas.
El equipo de Simeone ha perdido en Villarreal y seguramente lo ha hecho de forma merecida. Lo segundo es una afirmación personal y ampliamente cuestionable, soy consciente. Lo primero no. Es así. ¿Por qué ocurrió? No lo sé, pero traigamos todas las explicaciones al centro del debate porque esa será la única forma de intentar entenderlo.
El nuevo Estadio de la Cerámica (antiguo Madrigal) es un campo maldito para el cuadro rojiblanco. También lo es su inquilino, ese Villarreal incómodo y fiable que personalmente me parece un ejemplo envidiable de club que sabe flotar con dignidad en mitad de ese universo tóxico que es el fútbol de las grandes cifras. Algo tendrá que ver en la derrota el hecho de que el cuadro amarillo se le dé históricamente tan mal al Atleti.
Si repasamos el partido con la mirada limpia, veremos que la primera media hora de los madrileños fue muy buena. Dominando, jugando muy bien el balón, construyendo con criterio y llevando peligro. Era una versión bastante fiel de ese Atleti de las últimas jornadas que tan buenas sensaciones estaba dejando. Todo se torció con el gol de Griezmann después de convertir un penalti que personalmente creo que no existió. El Villarreal se quitó su coraza defensiva y el Atleti se dejó querer, adoptando una vez más esa posición táctica de Bicho Bola que tanto desespera a una parte de la parroquia. El escenario no era nuevo pero el desenlace sí que lo fue. ¿Por qué fue diferente esta vez? Quizá la respuesta estaría en preguntarse por qué no lo fue las otras veces.
El problema de adoptar una formación compacta en torno a la portería para aprovechar la necesidad de abrirse del rival no está en defender bien (que en el caso del Atleti se da por hecho) sino en, paradójicamente, saber qué hacer con el balón cuando lo tienes. En el caso del partido en cuestión, los de Simeone decidieron hacer dos cosas que creo que acabaron condicionando el resultado. La primera despreciar el balón. Cada vez que el equipo lo recuperaba optaba por tirarlo, perderlo o malgastar la posesión condenando al ostracismo a sus delanteros e invitando al Villarreal a permanecer en campo rival. Aun así, en la única ocasión en la que se saltaron este guión, Griezmann tuvo el 0-2 en sus botas. La segunda mala decisión fue la de bajar la intensidad y eso, en este equipo, es jugar con fuego. Cuando el Villarreal empató con una gran jugada de esas que a veces pueden ocurrir, porque el equipo contrario también juega y además lo hace muy bien, el Atleti estaba tan fuera del partido que ya no pudo entrar en él. El resto es historia.
¿Simple mala suerte o acierto puntual del equipo castellonense? No. Se veía venir. ¿Incapacidad del entrenador rojiblanco o cobardía? Tampoco. Y manda narices que alguien se plantee algo así a estas alturas.
Pero existen otras circunstancias menos cinematográficas que quizá puedan a ayudar a entender el tema. Ese excelente centro del campo del Villarreal que se comió al Atleti en la segunda parte y que contrastó con la ciclotimia de Saúl o el preocupante mal estado de Koke (sólo un renacido Thomas mantiene el norte). El mal partido de Griezmann (que también es humano). La lesión de Filipe y una plantilla menguante que invita a especular con el esfuerzo (preocupante). El empuje, la fe y la intensidad de un Villarreal que en eso ganó claramente a su rival. Unos cambios difíciles de explicar. El tener que jugar en Rusia, a varios grados bajo cero, tres días antes.
Hay más circunstancias y seguramente ahí, sin drama y teniendo todas ellas en cuenta, podremos encontrar una explicación que se asemeje a la verdadera. Lo que no tengo tan claro es que merezca la pena el esfuerzo porque a veces perder un partido de fútbol resulta que no es más que eso. Perder un partido de fútbol.
Gran post….parece que tenemos en la afición gente que no ha perdido nunca….quien lo diría