El lunes 27 de marzo de 1995, Michael Jeffrey Jordan salió del Hotel Plaza de Nueva York para un almuerzo con cuatro colegas, incluido Ahmad Rashad, el exjugador de fútbol americano que creció en la NBC como confidente de Jordan. Después de una retirada de 17 meses, que arrancó oficialmente en octubre de 1993, (justo después del asesinato en una carretera de su padre, James y del crecimiento de los rumores sobre sus apuestas y noches de juego), Michael, MJ23, había vuelto a jugar sólo diez días antes con los Chicago Bulls de Phil Jackson, a los que ya había hecho tricampeones: 1991,92, 93. El 19-3-95, Jordan fue de nuevo jugador de baloncesto, tras su discretísima etapa en las ligas menores de béisbol, y anotó 19 puntos (7/28 en tiros de campo) en la derrota de los Bulls en Indianápolis, ante los Pacers, vencedores por 103-96, tras prórroga. Para reaparecer en Indiana, Jordan usó el número 45, el que había utilizado su hermano mayor Larry en la high school de Emsley A. Laney: su 23 (la mitad del 45 de Larry) ya estaba oficialmente retirado por los Bulls a esas alturas. El 45 era el número que usaba en el béisbol.

Una huelga general de béisbol había detonado el regreso a los Bulls de MJ23, que en esos 17 meses se había ido a jugar con los Birmingham Barons, filial de los Chicago White Sox: precisamente, otra franquicia propiedad de Jerry Reinsdorf, el constructor de Chicago tambien propietario de los Bulls. Como beisbolista, Jordan había sido criticado con saña por Sports Illustrated (‘Empaca y vete, Michael’, portada del 14-3-1994), crítica que costaría a la revista un veto jordánico de por vida. Con ganas de baloncesto, y vestido de calle y con zapatos de charol, Jordan se midió cierto día de febrero de aquel 1995 con su joven (ex)compañero B. J. Armstrong sobre el parqué del Berto Center, la pista de entrenamiento de los Bulls. Tras acribillar a Armstrong —de esa particular guisa—, MJ anticipó a BJ su regreso a la disciplina de los Bulls. Y tuvo que acondicionarse para un recambio de ritmos, desde la horizontalidad del béisbol, donde el juego se proyecta a través de brazos y caderas… hasta la verticalidad del baloncesto, en donde todo movimiento crece hacia arriba desde la raíz de la planta de los pies, por vía del core: abdominales bajos…

Así que aquel lunes 27 de marzo de 1995, Rashad sacó a Jordan de su habitación del Plaza… «para mantenerle la cabeza relajada». Los Bulls llegaban a NY directos desde Atlanta, donde el sábado 25 habían batido por 98-99 a los Hawks, con suspensión definitiva sobre la sirena de… Jordan: quien así coronó una anotación de 32 puntos, con 14/26 en tiros de campo. ‘¿Quién va a tirar este último tiro…? ¿Pippen?’, había provocado el hawk Steve Smith a Jordan, esa noche del 25 de marzo en Atlanta. «Yes, será Pip», había replicado MJ a Smith (uno de los que más veces le defendieron): sólo segundos antes de mandar una lluvia de plomo al corazón de los Hawks.

Tras la sobremesa, y ya de nuevo en el Plaza, Rashad presintió que algo especial podía suceder al día siguiente en el Madison, cuando los Bulls chocaban con los Knicks. Después del almuerzo, Pat O’Brien, veterano locutor de la CBS, tenía entrevista con Jordan. O’Brien preguntó literalmente a Michael: «¿Cuándo van a verle explotar sus fans… cuando van a ver esa clase de partido en el que usted anote algo… como 55 puntos?». En esos momentos, tras diez días de regreso del béisbol, los medios especializados en NBA hablaban de un Jordan «domesticado»: Fair Jordan, titulaban los tabloides neoyorquinos. Otros, en Florida, le daban por «acabado». Doug Collins, antiguo entrenador de Michael en los Bulls y comentarista televisivo, había ido más lejos en la apostasía. Collins había llamado a Jordan… «humano». Casi un insulto. «No hay ningún mensaje especial, es sólo cuestión de tiempo», respondió Jordan a O’Brien.

El 28 de marzo de 1995, los Bulls hicieron en el célebre Madison Square Garden el entrenamiento matinal de tiro, el shootaround, casi al mismo tiempo que se retiraban de la pista los últimos excrementos de los elefantes del Circo Ringling Bros. and Barnum&Bailey, que había ocupado la instalación durante cinco días. El autobús del club de Chicago tardó 15 minutos en doblar la última curva hasta la entrada final en el edificio, desde la Séptima Avenida. Las entradas de 95 dólares en taquilla se revendían a … 1.000 dólares. Dentro del Garden, y con lanzamientos como milagros, el redomado apostante Michael exprimía 50 dólares a Ron Harper en el juego H.O.R.S.E (en herradura de tiro a voluntad), el juego de tiros que cerraba —y cierra— los shootarounds en la NBA. En esos momentos, la mercancía y nuevas camisetas de los Bulls y Jordan… ya volaban de las manos en las tiendas de Gerry Cosby, dentro del Garden. «Este material había estado muerto más de año y medio, y ahora vuelve a la vida», declaró Jim Root, de Gerry Cosby&Co. Chris Brienza, Jefe de Relaciones Públicas de los Knicks, acreditó —con graves limitaciones de espacio— a 325 periodistas, casi el doble de los 175 usuales en un día normal de regular season.

Antes del juego, Jordan no atendió a los periodistas dentro del vestuario de los Bulls, como solía hacer con los medios neoyorquinos. Se encerró en el cuarto de los trainers, a solas con su máquina portátil de marcianitos. Ya estaba preparando Space Jam. Nueva York y el Garden eran… Nueva York y el Garden. Allí, los Bulls de Jackson y Jordan habían librado batallas memorables de playoffs con los Knicks de Pat Riley y Patrick Ewing entre 1991 y 93. Y sin Jordan: en 1994. Pero en el cuarto partido de las Finales del Este, en 1993, Jordan había disparado… 54 puntos sobre los Knicks, en el viejo Chicago Stadium. En 1992, su propio padre, James, había arengado a Michael para «hacerse cargo» de los fastidiosos, pegajosos Knicks.

Tras el anuncio, bastante afectuoso, del speaker de pista del Garden, Mike Walczewski, la multitud de 19.763 espectadores guardó lo que parecía ser un clamoroso silencio expectante. Allí estaban los Bulls, de rojo… y allí estaba Jordan, ausente en la victoria de los Knicks en 1994 sobre Chicago, en Finales del Este. Y allí estaban Woody Allen, Spike Lee, Peter Falk, Bill Murray, Diane Sawyer, Christopher Reeve, el Gobernador Mario Cuomo, Lawrence Taylor, Itzhak Perlman, Earl Pearl Monroe… incluso Al Cowlings, el compañero de escapada de O. J. Simpson en aquel Ford Bronco blanco, por las autopistas de Los Ángeles…

«Más que cualquier cosa, lo que esa gente quería era ver un gran partido de Michael… era como si hubieran ido a un show de Broadway. Es extraño que un jugador pueda adaptarse a esa expectación de Nueva York. He visto a muchos caer de cara ante esa presión. Pero Michael mantuvo todo el partido aquella noche sobre la palma de su mano, como si fuera King-Kong o algo así, como si todo gravitara dentro de su puño cerrado», reflexionaría después Phil Jackson. Algo así iba a pasar con el halo de Jordan, por toda América: en 1997 y 1998, desde Boston a Los Ángeles.

Pero Nueva York y toda su lista de edificios del Madison Square Garden habían visto sobradas demostraciones monstruosas de Wilt Chamberlain o de la majestad de los Celtics con Bob Cousy y Bill Russell. Eso, sin hablar de los duelos gigantescos entre Ali y Frazier. O de Frank Sinatra. Casi podían esperar lo que se les venía encima. Antes de empezar, Jordan restregó sobre la pista las Air Jordan X, las Legacy Continues, enteramente como un tigre que afila las garras sobre un tronco. «Y el caso es que pocas veces me había sentido menos seguro antes de un partido», recontaría Air/Fair, sólo unas pocas semanas después.

Sólo en el primer tiempo, y entre los rugidos guturales de «defense», Michael Jordan descargó 35 puntos sobre la defensa de los Knicks de Riley, que singularmente le había echado encima a su viejo conocido perro de presa: John Starks. Exactamente la misma marca que Mike había producido en el célebre Shrug Game de las Finales de 1992, cuando en el primer tiempo del primer partido ya había martirizado a Portland y a Clyde Drexler con seis triples… y se encogía de hombros (Shrug) en una mirada a Magic Johnson —que hacía de locutor en la banda—, una mirada y un gesto jordánicos que querían decir algo así como ‘No sé qué estoy haciendo, pero qué bien y qué dulce sabe esto’.

El fiero, implacable Starks (1,96, ex guardia de seguridad en supermercados) reconocería después: «Cuando (Jordan) está así en un partido, tienes que esperar a que él empiece a fallar, no hay otra. Y eso que él siempre ha sacado todo lo mejor de mí en defensa». El descanso llegó con 56-50 para los Knicks… y con los 35 puntos de Jordan en una serie de 14/19 en tiros de campo y 6/7 desde la personal… justo tras una dura falta de su viejo amigo Oakley. 14 años después, cuando Kobe Bryant facturó 61 puntos en el mismo Garden, KB acabó el primer tiempo con… 27 tantos.

John Starks se enfrentaba a tal diluvio de suspensiones, fintas, entradas con parada y double pump… que Riley cambió la asignación de MJ con Starks para Anthony Bonner, con órdenes a los knicks interiores —Ewing, Oakley, Mason— de ayudar en las penetraciones de Jordan… sin perder de vista a la batería de tiradores de élite que Chicago mantenía en el perímetro: Pippen, Kukoc… Steve Kerr. «Tienen demasiados tiradores buenos como para concentrar la defensa individual en un solo hombre y luego tener que ir a ayudas hiperextendidas por toda la pista», apuntaría Riley.

La clave del dilema constante que azotaba a la defensa knickerbocker residía en estas palabras de Jackson: «En 1993 y 1994, desde que Michael nos dejó, la defensa de Nueva York nos había sofocado. Necesitábamos hacerles puntos. Así que antes de empezar, le dije: «Go for it, Michael» («Ve a por ello»)… si él metía sus tiros, todo lo demás se podía discutir. Y en unos pocos minutos… ya se veía que estaba metiendo los tiros». Técnicamente, Jackson había insertado a Jordan en el punto focal de su Ataque de Triángulo: el poste medio-alto en transición, el Post-Up Sprinter, desde donde Michael comprometía a Starks y Bonner en fintas y pasos como de mambo, izquierda-derecha, arriba, abajo… «De ésta, me voy a acordar de él para siempre», resumió un Starks al que Jordan quería sacar de sus casillas, con la lengua provocadora más afuera que casi nunca: «Creo que has olvidado cómo se me defiende».

Tras el descanso, Jordan empezó a anotar… de tres en tres (3/4 en triples al final), pero sin que los Knicks perdieran la cara: desde el banquillo de los Bulls, reservas como Kerr o Armstrong —que comparaba a Michael con Einstein o Mozart— empezaban a ‘contemplar’ asombrados, como petrificados, un show que ya se parecía al Ataque del Arcángel de finales de los 80 de unos Bulls… que no ganaban nada: «Sálvanos, Michael». Phil Jackson no quería esa dependencia de Jordan, con los demás hechos unos jordanaires: era algo que el Zen Master ya había desterrado hacia 1990-91.

Era 82-82 al fin del tercer cuarto… y 90-99 para Chicago en el minuto 41, con Jordan sentado. Michael impuso el 102-107 en una suspensión sobre Starks que le llevaba hasta los 53 puntos. Ya dentro del último minuto, la primera asistencia de Jordan —saliendo de la línea de fondo— para un tiro a tabla de Pippen (19 puntos, 7/12 en tiros, con Armstrong en 16)… valió el 107-109. A 39 segundos, dos tiros libres de Ewing (36 puntos al fin) igualaban a 109. Ese mediodía, Jordan y Ewing se habían reunido en el Plaza como dirigentes del Sindicato de Jugadores (NBAP), tramando cosas del nuevo convenio colectivo de la NBA. Producto de la tensión general, en las oficinas de la cadena Turner Sports, los ratings de la TNT volaban en puntos Nielsen hacia un 8,0 brutal para un partido de regular season. Cerrarían con 5,0 de media, un nuevo récord.

A 25,8 segundos del final en el Garden, Michael Jeffrey Jordan deshizo el empate a 109 con su última canasta (21/37 en tiros de campo, 10/11 en libres, dos asistencias), después de que Starks ya no se hubiera podido contener, justo como le pasó a Smith en Atlanta, tres días antes: «¿Qué pasa, cómo estás…? ¿Qué has estado haciendo estos años?, ¿Quién se va a jugar ese tiro?». Ya iban los 55 puntos de MJ, el Double Nickel, las dos monedas de cinco centavos, como lo iba a definit Spike Lee. En el tiempo muerto subsiguiente, la expresión de Riley, vacía, se asemejaba a la de Sonny Corleone justo antes de ser ejecutado. Starks produjo el 111-111: sendos tiros libres. Esos 55 puntos de Jordan serían el récord de puntos de un jugador visitante en el Garden… hasta los 61 de Bryant en 2009. Para los Knicks, Bernard King y Melo Anthony anotaron 60 y 62 tantos en 1984 y 2014.

… Con 111-111 quedaban 14,6 segundos. Jackson pidió tiempo para hacer ver a Jordan que el balón le iba a llegar… pero que estuviera atento al levantarse para tirar porque Ewing ya salía a ayudar sobre él y eso generaba un vacío nuclear en el eje de la defensa de los Knicks. Desde su propia pista, Jordan actuó sobre un Starks al límite de sus recursos físicos y mentales, al que Michael maduró como en pases de muerte. Desequilibrado, groggy, Starks cayó al histórico piso del Garden como Ali en 1971 ante Frazier, Jordan se alzó, Ewing acudió casi en choque con Starks… y Jordan, el Ojo del Diablo, divisó, en el centro del vacío que Jackson había prometido… al pívot Bill Wennington: al que Michael facilitó su segunda asistencia de la noche. Fue como un truco de magia. El canadiense Wennington (que había jugado contra España en 1984, en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles) machacó a placer sus dos únicos puntos del partido (1/1).

Quedaban tres segundos. De vuelta, Starks, roto, perdió el balón al cruzar media pista… y ahí ya estaba el micrófono del ya fallecido Craig Sager en la cancha para reclamar a Michael Jordan en la TNT. «Esa asistencia ha sido la Justicia, justicia poética y ha traído de vuelta a una noche caótica la realidad y el orden», enfatizó Phil Jackson. 14 años después, el 2 de febrero de 2009, Kobe Bryant rompió esa marca de Jordan, dejándola en 61 puntos (19/31 en tiros de campo, 3/6 en triples, 20/20 en tiros libres y tres asistencias. Esa noche, y con 31 tantos de Pau Gasol, vencieron (117-126) los Lakers que iban a ser campeones en 08-09: y Spike Lee dio la enhorabuena a Kobe en el regreso a vestuarios, como en 1995, él, Spike, Mars Blackmon había saludado a Michael, su gran héroe de las Air Jordans, en la noche del Double Nickel. De regreso a Chicago, al Berto Center, Jordan soltó a Jackson este irónico misil: «He decidido retirarme otra vez».

«¿Qué más podría hacer ya?… has de decir a los jugadores que no pueden esperar cada noche que yo haga lo que hice en el Garden. En nuestro próximo partido, quiero que juguemos como un equipo». Se venían encima los playoffs, y la respuesta de Jackson fue colgar en el vestuario del centro de entrenamiento y del flamante United Center este poema de Rudyard Kipling, La Ley de la Jungla: «Ahora es la Ley de la Selva, tan vieja y tan cierta como el Cielo. Y el lobo que la mantenga podrá prosperar pero el Lobo que la quiebre deberá morir… porque la fuerza de la Manada es el Lobo y la fuerza del Lobo es la Manada».

La Ley no se iba a cumplir en los playoffs de 1995, cuando un gran Orlando Magic, con Shaquille imponente, apeó a los Bulls. Pero en 1995-96, Jordan y sus Bulls, el Lobo y su Manada, ya con Dennis Rodman… recuperaron el título de la NBA tras la insaciable cacería que les valió el 72-10 en regular season, ya con Jordan vistiendo la camiseta número 23. Tras el Double Nickel Game vino, ahí sí… la Ley de la Selva.

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