Estamos tan pendientes del siguiente drama rojiblanco, del último gabinete de crisis en el entorno de Simeone, del próximo fichaje inverosímil que tendrá que soportar el banquillo colchonero o del enésimo debate respecto a la poética y la estética del estilo del Atlético de Madrid, que a veces nos olvidamos de lo bien entrenado que está ese equipo. Los números defensivos son simplemente escandalosos. El ratio de errores es ínfimo, independientemente del elevado grado de rotación que está teniendo la plantilla. El nivel de intensidad y de rigor físico es más que evidente. La generosidad táctica es impropia de jugadores multimillonarios que viven rodeados de un entorno mediático tendente a reducir cualquier éxito a méritos individuales. El equipo de Simeone es una roca difícil de penetrar pero cuando se pone a rodar, especialmente si lo hace dirigida por tipos como Griezmann o Diego Costa, puede convertirse también en un rodillo.
El Atleti ha ganado en Sevilla un partido que no debería quedar en saco roto, que es lo que suele ocurrir últimamente con todo lo que no está directamente relacionado con la obtención de un título. Creo que ganar 2-5 en Sevilla es algo más significativo que esos simples tres puntos que se obtienen con ello. El cuadro rojiblanco llegaba a un campo complicado, con un equipo en alza que jugaba en casa y con la presión de saber que todos sus rivales habían ganado. Nada fácil. Realizar en esas condiciones el ejercicio de poderío y superioridad que ha realizado debería servir, como mínimo, para ganarse la credibilidad, la legitimidad y el respeto que desgraciadamente no siempre parece tener el equipo de Simeone entre ciertos grupos de interés.
No confío mucho en que eso ocurra. Nada más terminar el partido, por ejemplo, con ese contundente 2-5 todavía en el marcador y teniendo caliente el recuerdo del 0-5 que había lucido en el mismo sitio diez minutos antes, un periodista, en lo que parecía una pregunta retórica, le dijo a Escudero si el Atlético de Madrid había sido superior. El jugador sevillista, quizá recogiendo el fruto de haber asimilado unas cuantas horas de información deportiva contemporánea, contestó que no, que “según cómo se mire”. ¿Según cómo se mire? A lo mejor habría que empezar a mirar (y aceptar) el fútbol simplemente como es.
El Sevilla salió mucho mejor que su rival a disputar el partido. Conscientes quizá de tener el factor físico algo limitado tras el desgaste en Champions, comenzaron el encuentro a tumba abierta. Encerrando a su rival en su área y tratando de hacer daño primero. El equipo madrileño lo pasó mal y tuvo que jugar el primer cuarto de hora encerrado en su área, pero a estas alturas de la película ya sabemos que eso no es necesariamente un problema. Entre Oblak y el buen ajuste defensivo, los rojiblancos lograron superar esos minutos de incertidumbre y empezar a controlar el partido. Lo hizo a base de bajar el ritmo y de recuperar el balón. El cuatrivote en el centro del campo impedía el juego fluido del Atleti pero al menos permitió compensar la posesión e intentar, sin éxito, ser más vertical. Entonces apareció Diego Costa y lo cambió todo. Genio y figura. Ángel y demonio.
El hispano-brasileño es un excelente delantero. No sólo para el Atleti sino para cualquier equipo. Es capaz de fijar a la defensa contraria él solo. Es capaz de jugar al espacio y de abrirse a la banda. Es capaz de jugar de espaldas o por alto y es capaz de desquiciar a todos sus rivales sin perder la concentración. Segundos después de ganarse una merecida tarjeta amarilla por una absurda carga por la espalda que enfadó a todo el estadio, fue capaz de robar un balón al último defensor y abrir el marcador. Lo hizo además sin cambiar la expresión de su rostro. Ajeno a lo que el mundo piensa de él. A partir de ahí todo fue mucho más fácil. Se ha echado mucho de menos un jugador así en la Ribera del Manzanares.
El segundo gol llegó poco después, de las botas del mejor futbolista del partido. Un Griezmann excelso que quizá sea el más feliz con la llegada de Diego Costa a la plantilla. Su nueva posición, por detrás del delantero y más cerca de la zona de creación, ha hecho de él un jugador todavía mejor de lo que ya era. Está en un momento de forma imparable y da la sensación de que el techo es un concepto que todavía no conoce. No me sorprende que Simeone amplifique todos los cantos de sirena que pueda para convencer al francés de que el Atleti pueda ser su casa unos pocos años más. Su hat-trick en el estadio hispalense no es más que el broche de oro a un partido en el que, por resumir, lo hizo todo bien.
Me consta que hay un puñado de colchoneros, entiendo que minoritario, que se tiraban de los pelos al finalizar el partido por esos dos goles encajados a última hora y que, de alguna forma, maquillaban de forma “indigna” un resultado que, por otra parte, seguía siendo escandaloso. Francamente, creo el Atleti puede vivir muy tranquilo sabiendo que el límite para poder relajarse sobre un campo de fútbol se obtiene al llegar a los últimos diez minutos con 0-5 en el marcador.
El equipo de Simeone sigue en el mismo lugar al acabar la jornada 25. A siete puntos del líder y a siete puntos de su inmediato seguidor. Mirándolo con frialdad, el cuadro colchonero está en números de campeón de Liga. El problema es que en esa misma Liga, desgraciadamente, hay un muchacho llamado Messi que va a seguir ahí. No queda otra que seguir pensando partido a partido porque hubo un tiempo en el que eso sirvió.