El deporte de élite oculta en muchas ocasiones historias dramáticas, oscuras y trágicas que tienen que ver tanto con el sufrimiento, las privaciones y a veces maltratos que algunos deportistas han padecido de pequeños robándoles literalmente la infancia, hasta las depresiones o incluso suicidios de algunos otros tras conocer el amargo sabor del fracaso, o después de verse relegados al anonimato tras haber vivido entronados en un mundo de fantasía, éxitos y riqueza prematura. Ahí están los casos de Andre Agassi, que contó en una biografía el infierno de su infancia con la raqueta, o los numerosos ciclistas, atletas, boxeadores o futbolistas convertidos en auténticos juguetes rotos.
Título: Yo, Tonia.
Dirección: Craig Gillespie.
Reparto: Margot Robbie, Sebastian Stan, Allison Janney, Bobby Cannavale, Caitlin Carver, Julianne Nicholson.
País: Estados Unidos.
Duración: 121 min.
De estos dramas generalmente tienen la culpa los padres del deportista —lo que ahora se llama el entorno— que se comportan como auténticos monstruos, los entrenadores convertidos en tiranos torturadores, los medios de comunicación que necesitan héroes y antihéroes para vender a cualquier costa y, finalmente, la sociedad y el deporte profesional en sí, sustentado sobre unos valores que se venden como saludables y educativos, pero que administrados en las dosis erróneas son en muchas ocasiones destructivos y devastadores para los deportistas.
El drama que aquí nos cuenta el director de Lars y una chica de verdad (2007) es la historia real de la patinadora norteamericana Tonya Harding, la primera de su país en completar un salto de triple axel en competición de patinaje sobre hielo en 1991, que se vio envuelta en un sórdido caso que llenó portadas de periódicos y horas de telediarios después de que su rival, Nancy Kerrigan, fuera agredida por el entorno de Tonya rompiéndola una rodilla. Con todos los ingredientes para hacer de esta peli un telefilme de sobremesa de domingo, Gillespie y su guionista Steven Rogers realizan un mordaz, esperpéntico e irónico biopic en forma de falso documental armado con una narrativa brillante trufada de gotas de humor negro al estilo de los hermanos Coen que no sólo es el relato de este morboso caso, sino todo un retrato de la lucha de clases existente en el país de Trump entre los palurdos white trash y la cultivada élite white collar.
Yo, Tonya es una excelente película no sólo por la original gramática con la que está contada, sino también por sus protagonistas, en especial las actrices que dan vida a la patinadora, la australiana Margot Robbie, que ya interpretó a esa sexy mujer de Leo DiCaprio en El lobo de Wall Street (2013), y su vulgar, dominante y sádica madre, encarnada magistralmente por Allison Janney. No en vano ambas están nominadas al Oscar por Mejor Actriz y Mejor Actriz de Reparto, respectivamente.
El trío protagonista lo completa Sebastian Stan, dando vida al palurdo marido de Tonya que urde el plan de partirle las piernas a la patinadora rival de su ex mujer junto con su guardaespaldas, un auténtico pedazo de carne con ojos. Con todo, esta historia realmente tenebrosa tiene el valor de estar contada de una forma arriesgada y decididamente valiente. De hecho, se podría debatir en estos tiempos de neorrorección política si la forma de tratar las escenas de malos tratos y las palizas recibidas por la patinadora por parte de su marido es la más conveniente, ya que seguramente habrá a quien le moleste y quien lo mire con cierta ironía, pero es una decisión arriesgada del director que te lleva a veces a reírte tras ser testigo de una situación tan terrible. Por último, como muchos otros biopics, la cinta se cierra con material de archivo de los personajes auténticos, lo cual le da el punto de realidad a esta historia que, de tan siniestra que resulta, parece irreal.
CERVEZA RECOMENDADA
Whirled Peas. Alcohol: 9%. Amargor: N/F.

El enrevesado nombre de este bebedizo turbio, literalmente guisantes arremolinados, es un juego de palabras que fonéticamente en inglés suena muy parecido a las palabras world peace, paz mundial, lo que acompañado por el delirante diseño de la etiqueta con varias caras de Donald Trump retorcidas, no es más que una irónica provocación ante la política del belicista presidente norteamericano.
Los barceloneses de Garage Beer Co. se han marcado con este híbrido entre una Double IPA y una New Englad IPA un cervezón de color naranja turbio lleno de aromas frutales proporcionados por su mezcla de lúpulos, entre los que incluyen el novedoso BRU-1. Estos lúpulos están bien balanceados con la mezcla de maltas de cebada, trigo y avena, lo que le proporciona más presencia a la espuma, una elegante turbidez y una textura más suave. Por último, el trago se culmina con un contundente 9% de alcohol, todo un cálido reto para esta impresionante cerveza fresca y afrutada.
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