Llevamos muchos años luchando con el TDA (trastorno por déficit de atención) de mi hijo Pedro, sobrellevando que no esté más de dos minutos atento en las clases, que a la mínima prefiera molestar a sus compañeros, que no copie apuntes, que no haga los ejercicios… Recuperando ese tiempo que pierde en el colegio por la tarde, por la noche, los fines de semana en casa, dedicándole horas y horas…
Pero por mucho que tenga que estudiar o por muchos exámenes que tenga al día siguiente hay algo que es prioritario: los entrenamientos y los partidos con su equipo de fútbol.
A mí nunca me ha gustado el fútbol, pero voy cada sábado a verlo jugar porque disfruto mucho cuando, de repente, aparece OTRO Pedro. Lo veo excepcionalmente concentrado, atento y obediente a cada una de las palabras, gestos y miradas que Javito, su entrenador, o el resto del equipo le indican.
Todos y cada uno de los sábados me digo: ‘Hijo mío, si estuvieras así de atento en las clases, en casa haciendo los deberes y en los exámenes… qué fácil sería para todos el día a día y cuántos disgustos nos ahorraríamos’. Y miro a Javi con admiración y, la verdad, también con envidia, por conseguir uno de mis grandes deseos: que Pedro esté concentrado y, a la vez, y sobre todo, que sea feliz”.
Es la carta de Esther, una madre que sueña lo que anhelamos cualquiera de nosotros: que a nuestros hijos no les duela el alma, que sonrían, que disfruten de esta vida en el territorio sagrado de la infancia…
Pero no siempre es posible. Hay condiciones muy duras, como el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), que se empeñan en ponerlo difícil.
Esther se pregunta: “¿Cómo podrían ser los colegios para que cada clase, cada explicación, cada trabajo… fueran como los partidos?, ¿qué tendría yo que hacer para que, en vez de repetir las explicaciones, mi hijo me hiciera caso a la primera?”.
No tengo esas respuestas. Aunque sé que todos estos niños y sus familias merecen un presente mejor y menos escarpado. Sin inseguridades, sin baja autoestima, sin impulsividad, sin esa lucha constante y solitaria frente a ellos mismos, el mundo y el sistema.
Un 4% de la población infantil está afectada por este trastorno. Y en ese escenario, a veces gris, a veces negro, surge el deporte. Una vez más, como una maravillosa vía de escape, de autorrealización, de superación y cambio de piel para afrontar la vida.
Bravo por Pedro y por todos los chicos que, como él, siguen adelante y se ilusionan en cada competición. Que esperan con ansia cada entrenamiento. Para encontrarse consigo mismos. Para poder ser ellos sin la máscara de las etiquetas.
El TDAH también pasará. Creedme. Pero, mientras, aferraos al deporte. Porque, efectivamente, es una tabla salvadora que os mantendrá seguros y os llevará mucho más lejos de lo que ahora podéis siquiera imaginar.
Enhorabuena por el artículo y por la sensibilidad…entre todos podemos!!!.
«que a nuestros hijos no les duela el alma,que sonrían,que disfruten de esta vida en el territorio sagrado de la infancia» o cómo explicar con las mejores palabras un sentimiento común a las familias que contamos con un niño con TDAH..una vez más Terry Gragera se mete en nuestra piel y expresa nuestros sentimientos…!grande!. Gracias
Como siempre enseñándonos la realidad de la vida.. Nadie es perfecto pero unos más que otros necesitamos ayuda.. Y el deporte como la familia son la salvación de muchos.. Es un orgullo que se realicen y sean felices…en lo que sea.. En loque
Nunca me gustó el fútbol, hasta que vi lo feliz que hacía a mi hijo. Desde entonces soy su mayor seguidora.
El deporte en equipo es la mejor terapia