No es posible saber cuántos españoles han pisado Stalingrado o Volgogrado: este es el nombre que Nikita Khrushchev impuso en 1961 a la llamada Ciudad del Destino, donde el mismo Khrushchev cimentó su carrera política: de Comisario Político del PCUS entre las ruinas de la ciudad… a Primer Secretario de ese Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1953 y 1964. De alguna manera, como puede verse, Stalingrado (será así, de ahora en adelante) también ejerció su peculiar magnetismo sobre Khrushchev, ese rudo gobernante que se las tuvo tiesas con John Fitzgerald Kennedy. De las ruinas humeantes de Stalingrado, Verdún en el Volga, Khrushchev emergió vivo, gracias al famoso lema del Camarada Stalin: «Ni un paso atrás». Pero…
Estábamos hablando de cuántos españoles han podido patearse la Plaza de los Soldados Caídos, Ljeninski Prospekt, Dzerzhinski Prospekt… la gran colina Mamayev Kurgan, con la colosal efigie de la Madre Rusia y su espada vengadora, el Museo Panorama… o la Plaza de la Estación, donde hoy siguen bailando las estatuas renovadas de la Fuente (Barmalej) de la Danza de los Niños con el Cocodrilo: ya no son las mismas figuras humeantes de 1942; fueron recambiadas en 1953. Bueno, se sabe de un español que anduvo y luchó tanto por Stalingrado… que allí cayó el 3 de septiembre de 1942, y allí está enterrado, en Mamayev Kurgan, el Monumento a los Héroes. Se trataba de un soldado vizcaíno, un oficial del 62º Ejército de la Unión Soviética del Camarada Stalin, justo el que absorbió de frente el impacto masivo del VI Ejército de Friedrich Paulus: hablamos de Rubén Ruiz Ibárruri, el único hijo varón de Dolores Ibárruri, Pasionaria.
Otro español que ha andado por Stalingrado es, increíblemente, este que aquí suscribe. Fue entre marzo y abril de 2005, cuando la Federación Internacional de Atletismo convocó a una serie de periodistas (no tan) distinguidos para reportear en la ciudad lo que era Un Día en la Vida de una tal Yelena Isinbayeva, dos veces campeona olímpica en salto de pértiga y tricampeona mundial al aire libre. Ahí, Yelena ya había sido oro olímpico en 2004, en Atenas. Gracias a un sistema soviético de Escuelas Deportivas, donde siempre ha sobresalido la Número 10 (Distrito de Voroshilovsky), la Ciudad del Destino es también la del nacimiento de Isinbayeva… y de otros 60 atletas olímpicos de la Madre Rusia, con campeones tan suntuosos como Yelena Slesarenko (altura), Tatyana Lebedeva (triple salto), Denis Pankratov (natación), Aleksey Petrov (halterofilia).
En relación a Isinbayeva, la excursión terminó con un bonito (…) reportaje donde la Zarina de la Pértiga aparecía subida en la torreta y el cañón de un carro de combate Ióssif Stalin-2 (IS-2) de los que montan guardia entre el Museo Panorama y el aún acribillado Molino de Gérhardt. «Los de Stalingrado no podemos perder», dijimos que decía Isinbayeva: quien no debía de interesar mucho en la anterior oficina de quien suscribe… dado que no hubo más remedio que interrumpir una excursión de trabajo por el Volga con la (resfriada) Zarina de ojos verdes… porque en Madrid dijeron que el enviado especial a Stalingrado tenía que hacerse como fuera y desde allí… la crónica de la final del Masters 1000 de tenis que, a esa misma hora de ese mismo día (3 de abril de 2005, domingo) jugaban en Miami/Key Biscayne dos señores llamados Roger Federer y Rafael Nadal: que aún andan por ahí. Viniendo de 0-2 en sets a favor de Nadal, Federer ganó esa apasionante y polémica final en cinco mangas (como para no recordarlo), la crónica se hizo, vaya que sí se hizo, uno se llevó la bronca de los asombrados camaradas del atletismo ruso y mundial… y, posteriormente, la foto de Isinbayeva encaramada al cañón de 122 mm. del blindado IS-2 fue calificada como de «connotaciones fálicas». Lo apunto para cuando empecemos a hablar del Führer Adolf Hitler y sus cosas…
Se están cumpliendo 75 años del final de la gran batalla que, en esa misma ciudad, decantó el curso de la II Guerra Mundial. Digo se están cumpliendo porque aunque los cuarteles generales del VI Ejército alemán (Paulus, ya Mariscal de Campo y Strecker, Cuarteles Sur y Norte) se rindieron entre el 30 de enero y el 2 de febrero de 1943, hubo bolsas aisladas de soldados teutones que combatieron hasta principios de marzo: entre ellos, elementos aislados del IV Ejército Panzer y Unidades SS (hasta más de 10.000 hombres), conscientes de que se enfrentaban a una muerte segura en caso de rendición. Las tropas del Eje se dejaron allí, entre agosto de 1942 y marzo de 1943, a un total de 627.899 hombres (incluidos húngaros, rumanos e italianos: recuérdese el papel de Marcello Mastroianni en Los Girasoles). De ellos, quedaron cercados en el infierno de ruinas una cifra aproximada entre 220.000 y 230.000. Al fin, fueron 91.000 los que acabaron rindiéndose con Paulus y Strecker.
De esos 91.000, apenas retornaron a Alemania unos cinco o seis mil, a partir de 1955, tras gestión directa del Canciller alemán federal Konrad Adenauer. Equipos de fútbol como el prometedor F. C. Nürnberg de antes de 1939 quedaron diezmados. En el Frente del Este también desapareció August Klingler, el último gran goleador de la Selección alemana del Reich, antes de la II Guerra Mundial. Las fuerzas soviéticas firmaron 1.121.619 bajas, casi el doble que las del Eje, siempre incluidos muertos, heridos y desaparecidos, además de 4.341 tanques perdidos (por 1.500 de los alemanes)… pero con la dramática desaparición para la Luftwaffe de 495 aparatos, igual a 20 Escuadrones completos. Hay más cifras, pero nunca terminaríamos con el detalle completo: por ejemplo, los rusos capturaron a… 22 generales, dentro de la masa del VI Ejército.
En Stalingrado, Hitler perdió el timón de la II Guerra Mundial detrás del naufragio del VI Ejército de Friedrich Paulus, con sus cinco Cuerpos de Ejército completos (4, 8, 11, 14 y 51), 13 Divisiones de Infantería, tres Divisiones Acorazadas (la 14, 16 y 24), tres Divisiones Motorizadas (la 3, la 60 y la 39, que había sido la punta de lanza de Heinz Guderian en el avance de 1941 hacia Moscú), una División Antiaérea, unidades de ingenieros, croatas, el Octavo Ejército Italiano, el Tercer Ejército Rumano…

«Los países aliados eran contrarios a mandar tropas al Volga y al Don… resultaba muy difícil hacerle comprender a un soldado italiano por qué motivo se le destinaba precisamente a luchar en la inmensidad de la estepa rusa y lo mismo vale, en mayor o menor grado, para los restantes aliados», escribió en sus memorias (Stalingrado y yo) nada menos que el propio Mariscal Friedrich Paulus: Mariscal de Campo y de hecho desde el 30 de enero de 1943, el regalo envenenado que Hitler le hizo con toda la esperanza de que se suicidara. Van palabras del mismo Adolf Hitler, que se conservan en cintas grabadas en el Foreign Office y que cita Alan Clark, Secretario de Estado con Margaret Thatcher, en su excelente libro Barbarossa:
«No pasará una semana antes de que Seydlitz, Schmidt e incluso Paulus estén hablando en la radio (en Moscú). Los van a meter en la Lubianka (célebre prisión moscovita del KGB) y y allí se los comerán las ratas… ¿cómo puede ser uno tan cobarde?… van a hablar ellos mismos en persona… en esta guerra ya no se nombrarán más Mariscales de Campo. Eso se hará al final de la guerra. No voy a contar mis pollos antes de que estén en los corrales». (El Führer solo se equivocó en algunos meses y personas. El 28 de mayo de 1943 empezó a hablar Paulus en Radio Moscú. Seydlitz y Schmidt se habían rendido con Paulus, al que Seydlitz sí siguió en la radio rusa. Pero el General Arthur Schmidt, Jefe de Staff del humillado Paulus, nunca cooperó con los soviéticos. Pasó por la atroz Lubianka y feroces campos de trabajo hasta que Konrad Adenauer consiguió que se le devolviera a Alemania, donde murió en 1987. Paulus regresó en 1953 y solo vivió en Dresde cuatro años más, hasta 1957. Murió coincidiendo con el 14 aniversario de la caída de Stalingrado).
Eso sí, antes, entre noviembre y diciembre, el Führer había vetado la evacuación del VI Ejército, a través de pasillos abiertos por cuerpos acorazados (Hoth, Balck), cuando aún era humanamente posible y no le rodeaban hasta 46 divisiones soviéticas, incluida toda la reserva del Mariscal Zhukov. Cuando, a comienzos de septiembre de 1942, los blindados de List fracasaron en ocupar Batum y los campos petrolíferos de Kuban, en el Cáucaso, Hitler montó en cólera contra List, ya que sus tropas se precisaban para el 17 Ejército del Mariscal Kleist. Cuando el Mariscal Alfred Jodl recordó al Führer, en el Cuartel General de Vinnitsa, que todo el amplio avance de List se había hecho «exactamente» de acuerdo a sus propias instrucciones, Hitler estalló en cólera, cambió sus costumbres en Vinnitsa, se negó a compartir comidas y a estrechar manos con el Estado Mayor… y exigió los informes diarios de situación personalmente y en mano, solo a través de un estrecho círculo personal, totalmente restringido. Por supuesto, Jodl cayó en desgracia durante un tiempo, hasta que fue rehabilitado… antes de ser ahorcado en Nüremberg, en 1946: encima.
Cuando vienes o vas a Stalingrado, sigues aterrizando en las mismas pistas de Gumrak donde la Luftwaffe de Göring y Von Richthofen fracasó estruendosamente al abastecer al VI Ejército en el otoño-invierno de 1942. Desde la ventanilla del viejo Tupolev 134 de Aeroflot en el que uno voló allí, desde la escala de Krasnodar… solo se ve estepa. Ni una simple población o villorrio. Se atisba hasta algún rebaño de camellos: Asia está ahí al lado. De repente, y entre la inmensidad de la nada —¿qué fueron a buscar allí?— surgen las tiras de asfalto de Gumrak o, a la vuelta, los suburbios de Krasnodar. Cuentan que las tropas de Paulus llegaron hasta Stalingrado en el verano de 1942 en persecución de ese 62º Ejército soviético puesto en fuga tras ser derrotado en las batallas de Kotluban. «A fines de julio de 1942, el IV Ejército Panzer podía haber tomado Stalingrado sin un combate, pero se le desvió para ayudarme en el cruce del Don, cuando yo no necesitaba su ayuda y lo único que hizo fue atascarme las carreteras», relató el Mariscal Von Kleist, cuando ya todo había terminado. Ese mismo verano, el general Viktor Von Schwedler opinó en una Junta de Estado Mayor ante Hitler, que «no se pueden dejar puntas de ejércitos que atacan… hiperextendidas y aisladas, muertas, a merced de contragolpes enemigos». El Führer llamó «derrotista» a Schwedler y le mandó a la reserva en octubre de 1942. Al menos, eso valió a Schwedler para vivir hasta 1954, aunque escapó por milagro al bombardeo de Dresden.
Entre el 25 y el 29 de julio de 1942 empezaron los primeros ataques directos del VI Ejército a Stalingrado, cuando los tanques de Hoth (Divisiones Acorazadas 6 y 23) punzaban el Flanco Sur… pero el Camarada Stalin ya había decretado el Frente de Stalingrado desde su liderazgo de hierro (Stalin=acero) en la Stavka moscovita. Al mando del 62º Ejército, el General Vasili Chuikov fue llamado a implementar las órdenes del Camarada Staiin, con el auxilio de Khrushchev, Aleksandr Rodimtsev (y sus Guardias), Yeremenko… y pronto, Zhukov. El 22 de agosto, los panzers del 14 Korps de Von Wietersheim abrieron brecha en Vertyachi. En la noche del 23 al 24 de agosto, Richthofen ordenó el bombardeo más masivo desde que Barbarossa explotó, en junio de 1941. Toneladas de bombas incendiarias. El barrio de Voroshilosvki quedó reducido a cenizas, como más de dos tercios de la ciudad. «Esto es lo que los rusos necesitan para dejar de resistir», escribió el Sargento Wilhelm Hoffmann (Regimiento 267, 94 División). Pero ahí ya funcionaba el magnetismo: era, de frente, la lucha de Adolf Hitler contra el Camarada Stalin y su ciudad, Stalingrado, La Ciudad del Destino. Ahí fue cuando Hitler movió su Guarida del Lobo desde Rastenburg a Vinnitsa.»No nos rendiremos a la Bestia Fascista… Transformaremos cada calle en una barricada y cada distrito, bloque o casa de la ciudad será una fortaleza impenetrable», proclamó el Comité Regional del Partido Comunista de la Unión Soviética. Entre septiembre y octubre, el mismo Hoffmann fue escribiendo: «¿Van a luchar los rusos hasta en el mismo Banco del Volga?… son fanáticos, son demonios, no son hombres sino alguna clase de criaturas de acero… y entre nosotros, cada hombre ya se ve a sí mismo como un hombre condenado (28 de octubre)».
El 13 de septiembre, el centro de Stalingrado estaba en manos alemanas, incluso la Fuente Basmalej de la Danza de los Niños con el Cocodrilo. A Chuikov solo le quedaban 40 tanques móviles… aunque grupos de T-34 operaban como baterías fijas entre los escombros. Pero los rusos seguían resistiendo entre francotiradores (Vassily Zaitsev…), casa por casa en los edificios altos (Traktor Factory, Barrikady, Octubre Rojo, el Molino de grano de Gérhardt…), hasta donde no podían alzarse los cañones de unos carros blindados acosados en lo que ya era un combate urbano o guerra de ratas entre esos mismos escombros humeantes: RattenKrieg. De noche, los perros acorralados sacaban la cabeza y abandonaban la destrozada ciudad… nadando por el Volga, lleno de ascuas y metralla. De madrugada, por túneles entre casas derruidas, los rusos recuperaban posiciones perdidas durante el día.
A golpe de lanzallamas y en sacrificio de unidades enteras (los rusos ejecutaban de inmediato a los operarios de estas armas, que cobraban más por el riesgo), los alemanes, que habían recibido refuerzos de tropas noveles (Pioneros), llegaron, por pura fuerza bruta, hasta unos 200 metros del puesto de mando de Chuikov, en Tsaritsa. El tráfico de ferries por el Banco del Volga, mantenía el hilo de vida a los defensores… mientras Zhukov ya iba acumulando en el exterior la masa de sus 27 divisiones de reserva, con el refuerzo de 19 Brigadas Acorazadas. Con los carros de combate casi inútiles en la lucha callejera, los alemanes olvidaron el rigor estratégico y, en lugar de atacar por los flancos más torturados y rodear a las últimas bolsas de Chuikov, intentaron percutir de frente, casi casa por casa, en golpes de aquí para allá, sin método y como en estertores o convulsiones.
Tras dos ataques finales de Paulus a la desesperada, el 11 y el 18 de noviembre, el cerco al VI Ejército se cerró el 22 de noviembre, en la Operación Urano, las divisiones de reserva de Zhukov, con apoyo de las más de 10.000 piezas artilleras de Tolbukhin y Trufanov, sellaron la colosal trampa al destruir a los desnutridos y desmotivados vigilantes rumanos (aquello que dijo Paulus…) en el Puente de Kalach. En Vinnitsa, List, Jodl, Halder, Kleist, Wietersheim… todos iban siendo purgados poco a poco, mientras se estrechaba el abrazo de acero del oso ruso y del Camarada Stalin. Mirando de reojo al peligro sobre Crimea, el inteligente Mariscal Von Manstein debatía con el Führer la salida en retirada explosiva del VI Ejército —ya exhausto y con gasolina solo para 30 km—, auxiliado desde el exterior por cuerpos acorazados. A mediados de diciembre, Hoth —que se frenó a 40 km de la ciudad— y los panzers de Hermann Balck se estrellaron en esos intentos de auxilio al VI Ejército, que el hábil Manstein había arrancado a Hitler… un poco demasiado tarde. Estaba echada la suerte de la RattenKrieg… y de la II Guerra Mundial en Europa. El 30 de enero de 1943, Paulus fue desalojado de su bunker de mando (que aún existe tal cual) en los viejos y semicirculares Almacenes Univermag, que hoy se esconden —intactos— en un simple patio interior del Hotel Intourist, en la Plaza de los Héroes. 62 años después de que Paulus levantara las manos, desde allí mismo, desde la Plaza de los Héroes y con Isinbayeva en el Volga, uno hacía crónicas de un Nadal-Federer que se jugaba en Miami. Más o menos, como Jodl cuando defendía a List.