Es un problema de motivación, tiene que serlo. Cuando el Real Madrid no se siente amenazado de muerte, entra en un estado de semiinconsciencia que recuerda al de los sonámbulos; están y actúan, pero permanecen dormidos. Eso debió suceder. Después de cinco victorias consecutivas, el equipo creyó que podría recuperar sus rutinas sin entender que carece de rutinas, que su temporada se debate entre la tragedia y la proeza, sin que tengamos todavía claro hacia dónde caerá la moneda. Dicho lo anterior, perder en Cornellà no es tan raro si pensamos que también lo hicieron el Barcelona en Copa y el Atlético en Liga. Lo extraño es perder como lo hace el Real Madrid, lánguido por momentos y caótico a ratos, sin ser inferior en tiempo suficiente y sin ser superior los minutos necesarios.
La mejor prueba del desorden reinante es que, cuando marcó Gerard Moreno (92’), Sergio Ramos ejercía funciones de delantero en compañía de Borja Mayoral y Benzema. Así se pasó varios minutos, equivocando gravemente la lectura del partido: el Espanyol estaba todavía demasiado vivo como para desatender la defensa.
Tal vez una observación más adecuada de lo que estaba ocurriendo hubiera evitado la derrota. Sin embargo, el empate también habría resultado descorazonador, porque calcó los desmayos de tantos partidos anteriores, esa amnesia colectiva que hace que los futbolistas se pregunten, en algún momento, qué diablos están haciendo allí.
Habrá quien culpe a Zidane y es muy lógico, señalar culpables simplifica el análisis. El Madrid saltó al campo con Bale de nueve, una demarcación que limita su campo de acción y si algo necesita este chico (ya señor) es campo de acción. Podemos estar de acuerdo en eso, pero no explica la derrota, ni siquiera el empate. Por detrás había jugadores de nivel suficiente (Isco, Asensio, Lucas) para imponer su voluntad y no lo consiguieron. Y la ausencia de Cristiano tampoco es lamento explicativo, o no debería serlo.
Quizá no se adaptaron a las características industriales del partido. La noche no invitaba a disfrutar, sino a guarecerse. Y tampoco es el Espanyol un adversario que permita licencias poéticas. Sus planteamientos presentan un juego de melé que tiene escapatoria en Gerard Moreno y Sergio García. En esa pareja hay mucho talento, primaveral y otoñal, e ingenio suficiente como para desarmar a cualquier equipo que baje la guardia. Justo lo que hizo el Madrid en el peor momento.
Si la escalera de los méritos tiene el acceso abierto, confío en ello, es hora de que el seleccionador convoque a Gerard Moreno (25) en detrimento de quien haga falta. Su importancia en el equipo sólo es comparable a la que tiene Iago Aspas en el Celta.
Al Real Madrid, entretanto, todavía le asiste el gran consuelo: qué es un partido de Liga jugado un martes glacial en comparación con el desafío que espera dentro de una semana en un estadio en llamas. Poco o nada. De momento toca nada. Una nada inquietante que aun podría transformarse en todo.