El 14 de enero de 2014 Clarence Seedorf anunciaba en Río de Janeiro que dejaba el Botafogo, su último club, para convertirse en entrenador del Milan. Siete días después, Constantino Fernández se proclamaba presidente del Deportivo.
Cuatro años más tarde, el holandés sonreía con un pasillo de dientes agarrado del brazo de Tino al ser presentado como el séptimo entrenador de su mandato –tercero de la temporada—, con el detalle de que en todo ese tiempo solo se sentó en un banquillo durante 36 partidos. “No importa la experiencia. Zidane tenía menos que yo cuando llegó al Madrid. Hay que tener coraje”, dijo en su bienvenida en Riazor. “Liderazgo, lo que el equipo necesita es eso”, sentenció el presidente, que destituyó al director deportivo hace unas semanas. “Ante el descalabro psicológico del grupo hace falta quien tire del carro. Si no hay jugadores que lo hagan, se puede hacer desde el banquillo. Clarence aporta ese valor, es su principal valor diferencial”. Las frases al más puro estilo coaching contrastan con la opinión de una amplia porción del deportivismo.
El domingo, cuando se empezó a filtrar que el holandés estaba a un paso de firmar, en A Coruña hubo una reacción de risa nerviosa primero, para dar luego paso al lógico desdén de quien cree haberlo visto todo, con una serenidad incrédula: la lucidez del moribundo. Nunca en un cuarto de siglo estuvo el deportivismo tan ahíto de penurias. Y el empacho de sinsabores lo hace proclive, en la era de las redes, a los chistes y las mofas, propias y ajenas. “Ya tenemos mediocentro”, bromea con retranca el deportivismo. Desde Vigo invocan a Hristo Stoichkov cuando llegó al banco de un Celta malherido. Los valencianistas dicen que es el nuevo Gary Neville. En Granada les recuerdan el caso de Tony Adams. Otros rememoran los antecedentes del holandés en Riazor: las derrotas con el Real Madrid, la discusión con Mijatovic a la vista de las cámaras, y por supuesto el 4-0 al Milan en la Champions de 2004. Pero quizás de lo que más se lamentan es de que el elegido haya sido el tercer plato, tras el no de Martín Lasarte y los problemas burocráticos de Diego Alonso.
Es un momento crítico, en el que hasta el más amante del fútbol sedoso aprieta los dientes y ve en el banco coruñés, transfigurado en santo, a figuras como David Vidal: hay que jugar cerraditos y salir a la contra, aducen. Aviados van con Seedorf si llega igual que a Milán. En su primer partido alineó juntos a Robinho, Kaká, Honda y Balotelli. Su apuesta no fue suficiente para clasificarse a competiciones europeas y fue destituido. Hace dos años probó en la segunda división china. Duró tres meses. No hubo más experiencias. Recientemente estuvo cerca de cerrar su pase al Atlético Paranaense brasileño, pero la negociación terminó de la peor manera, con uno de los miembros de su agencia de representación diciendo que el presidente del club estaba “gagá”.
Con semejante bagaje, ¿para qué quiere el Deportivo a Seedorf pues? Como reanimador. Un fulano que los agarre de la pechera y los ponga a andar, que les haga ver que la salvación está a tres puntos, que quedan 16 partidos, que los Alpes que esperan al final del calendario son tachuelas de cuarta. Un ansiolítico para un equipo inane.
¿Será suficiente eso o será demasiado decir tras el paso de técnicos de todo pelaje que no pudieron poner remedio a la debacle deportivista? Ah, amigo, pero entonces no es un problema de banquillo. Hubiéramos empezado por ahí. Él mismo lo dijo, en su aceitada alocución inicial, que “lo que cuenta el trabajo conjunto, la unión, las ganas y la convicción”. Por eso aunque nadie sepa por qué ni cómo ha llegado, el panorama invita a darle, al menos, el beneficio de la duda a Seedorf. Creer o tirarse ya al mar. Incluso los que, como el que suscribe, viven a 600 kms del Atlántico.
[…] educó en una escuela como la del Ajax que es sinónimo de buen fútbol y, por lo que hemos visto estos meses en A Coruña, le sobra vocabulario. Tiene mano izquierda con los futbolistas y no creo que les impida jugar bien. […]