El 12 de febrero de 1978, Domingo de Carnaval, jugaba en Cádiz sus últimos diez minutos con el Betis uno de los más símbolos más afilados en la verdiblanca historia del Real Betis Balompié: Rogelio Sosa Ramírez, el Zurdo de Caoba (La Pata de Caoba, Er Caoba), artista de genialidades como La Tostá y La Rosca. Ese día, ese Domingo de Carnaval, hace 40 años exactos, Rogelio Sosa (Coria del Río, 15-4-1943, inscrito el 2 de mayo en el Registro Civil) jugó en el Estadio Ramón de Carranza y en Primera División sus últimos diez minutos como futbolista en activo y con la camiseta verdiblanca: que defendió durante un récord de 16 temporadas, a través de 300 partidos entre Primera y Segunda División.
Ese día, hoy hace 40 años exactos, el Betis de Rafael Iriondo, todavía vigente campeón de Copa del Rey, aplastó por 0-5 al Cádiz, pero perdió para los restos a su comodín, Antonio Benítez (grave rotura de fibras): como en un presagio de la nueva caída a Segunda del club de Heliópolis, al fin de la temporada 77-78. Esos últimos diez minutos de Rogelio con el Betis (los únicos que jugó en esta temporada; ya en todo 1977 solo había intervenido un cuarto de hora, en Copa, en Alicante) quedaron inmortalizados en una sensacional fotografía de Manuel Ruesga Bono, publicada en el extinto diario sevillano SurOeste, de los Medios de Comunicación del Movimiento.
El propio Rogelio describe así la histórica instantánea del Ramón de Carranza… y su circunstancia: «Mira esa foto de Ruesga; yo, con la mirada, al frente, y fíjate dónde está el balón. De los diez minutos que estuve en el campo, lo único que recuerdo es que Fernando Lobato, que nos había dejado ese año para irse al Cádiz, me pasó por el lado y me tiró una rasca que me parte si me llega a dar. ‘Pero dónde vas, ¿no me conoces?’, le tuve que decir». En ese mismo Carranza, el 30-8-1964, Rogelio se había consagrado al marcar el primer gol en la prórroga de la final del X Trofeo, que el Betis conquistó por 2-0 (Rogelio y Frasco) ante el Benfica de Eusebio, Coluna y Simoes, las águilas que habían dominado la Copa de Europa en 1961 y 62. En semifinales, el Benfica había eliminado al Real Madrid… y el Betis, al Boca Juniors. Los béticos saludaron aquel título del Carranza, el Trofeo de Hierro, como si fuera una Copa de Europa arrancada a las garras del campeonísimo lisboeta..

«A paso corto corre más el galgo que el mastín… pero a paso largo, corre más el mastín que el galgo». Esas palabras vitales de su padre, Francisco Sosa, acompañaron a Rogelio desde que salió de los juveniles del Betis para Tomelloso (60-61) y, sobre todo, para Ponferrada, ya en la 61-62. A la Ponferradina lo llevó Santiago Tejera, por 25.000 pesetas de ficha anual. Rogelio se había curtido para el fútbol en el Prado de la Feria de Coria, en los años 50 y en equipos del pueblo como el Acción Católica, con el Padre Aníbal, y el Victoria Balompié. Sus referencias y rivales de la época eran talentosos artistas corianos como Milan, Miro… y nada menos que un primo suyo que respondía por Manuel Ruiz Sosa. Y también, Manolo Cardo.
En 1957, en el Prado y en el Victoria, Manuel Infantes Ruiz, Manuel El Rubio, un majestuoso bético de Coria, vio las fintas y quiebros de cintura que desplegaba el zurdito canijo de Francisco Sosa y Ana Ramírez… y lo presentó en los juveniles del Betis. En esos juveniles del Betis, junto a Paco Chaparro, Rufo, Bizcocho… Rogelio se encontró con Manolito Ordaz Rebollar, alumno del Colegio San Francisco de Paula, quien le iba a descubrir una maldad conocida como La Tostá. Así se ceba La Tostá, en palabras de Rogelio Sosa: «Te pones de espaldas al contrario, le enseñas la pelota por delante con la derecha, y al ir el contrario a por ella, hay que pisarla con la izquierda y salir de frente. Pasan por tu vera como un tren, como pasó Griffa (Jorge Bernardo Griffa Monferoni, central argentino del Atlético de Madrid, años 60) en el Metropolitano, de modo que terminó en la pista de albero de afuera, y yo le dije ‘¿Adónde vas?’. Y me respondió: ‘A matarte en cuanto te coja, que te mato, que te mato». Muchos años después, Rogelio adivinó el recuerdo de un reflejo en aquellas ruletas de un tal Zinedine Zidane. Mientras, Manuel Ordaz Rebollar ha terminado siendo un buen pintor realista, en Almería: sus cuadros se exhiben en exposiciones.
Después de sus estancias en Tomelloso y Ponferrada, Rogelio debutó en el Betis el 16 de septiembre de 1962, primer partido de la Liga 62-63: ante el Real Madrid, en Heliópolis. Fernando Daucik le dio la alternativa, con derrota por 2-5 ante un Madrid con Di Stéfano, Puskas, Amancio y Gento. Jugó 16 partidos, y tras una polémica campaña 63-64 —se le reprochaba mandanga y falta de poder físico, estuvo a punto de tener que abandonar el Betis—, el Zurdo de Caoba abordó el incierto curso 64-65.
Pero llegó el técnico francés Louis Hon, exjugador del Real Madrid, y en ese verano de 1964, tras una gira por Alemania, Holanda y Bélgica… explotó el Milagro del Carranza. «Parece que Dios dijo: ‘Rogelio, ahí tienes el Carranza, para ti’. Fue una maravilla: de repente, de ser un jugador al que se había querido hundir pasé a ser una figura clave para esos mismos que me habían querido buscar la ruina». El Betis se salvó con un angustioso 0-0 en la última jornada, en el Camp Nou (tarde heroica del portero Carmet) y el Barcelona, con 12 millones de pesetas, ya hizo la primera de una serie de ofertas que lanzó por Rogelio Sosa. No se aceptaron por el Betis… y en muy poco tiempo más irrumpió Rexach en el Barça.
En julio de 1965, Rogelio Sosa se proclamaba Campeón Mundial Militar con España, en el Mundial Militar de Marruecos. En 1966, al de Coria se le anotó en la lista de 40 preinscritos por el seleccionador Pepe Villalonga para el Mundial de Inglaterra, que España atravesaría con más pena que gloria.
Fueron pasando las temporadas, siempre con la verdiblanca y las trece barras en el pecho. En junio de 1967, en Granada y en promoción, un tanto en velocidad de Rogelio ante Ñito (total, 2-0 y 0-1 para el Betis) devolvía al Betis a Primera, con Antonio Barrios al frente. Según Rogelio… «Barrios tenía tó el arte. Un día, en el vestuario, dando la táctica, había puesto 12 jugadores en la pizarra. Uno saltó y dijo: ‘Míster, no vale que ahí ha puesto usted a 12’. Y Barrios respondió: ‘Es igual, usted no juega».
Rogelio fue afinando la rosca para los goles de córner o de saque de esquina. Él siempre habla de que metió diez. Hay ocho reseñados con certeza. Él ensayaba los saques de córner, en busca de la parábola perfecta de 180 grados… desde el mismo rincón final de la baranda verde que delimitaba el pasillo de albero de Gol Norte de Heliópolis. Rogelio siempre recuerda un córner que le metió al Salamanca, con el que venía Frasco, excompañero en la noche mágica del X Trofeo Carranza. Esto fue en diciembre de 1969, en Segunda División. «Frasco le dijo al portero de ellos, que se llamaba Justo, ‘cuidado, que tira a meterlo’. Era el último minuto, le di… y entró. Frasco se quería morir.
El 18-2-68, en un 4-3 del Betis al Barcelona, con el campo mojado, la Zurda de Caoba se preparó y alzó en semiespuela un balón desde el piso húmedo… y en el aire empalmó un trallazo que dejó seco a Sadurní, meta barcelonista. Fue el 2-1 para el Betis. El 1-0 había llegado tras jugadón entre Rogelio y Quino, que amagó en carrera hasta producir un tanto de antología. «Ese día, cuando entramos al vestuario en el descanso, Rogelio se vino muy callado y me dio una de las felicitaciones que más recuerdo: ‘Hasta hoy no te había visto meter un gol como este», relató con el paso de los años el propio Joaquín Sierra Vallejo, Quino, el delantero con más clase en la historia del Betis: el hijo trianero del poeta Juan Sierra.
En 1971-72, con Ferenc Szusza en relevo de Barrios, Rogelio salvó materialmente al Betis de un nuevo descenso al firmar tres vitales goles de cabeza (seis puntos) entre enero y marzo de 1972: a Sporting, Valencia —ya con Quino— y al tremebundo Granada de Pedro Fernández y Ramón Alberto Aguirre Suárez. Tras el 2-1 del 6 de enero ante el Sporting, Manuel Alonso Vicedo, de Radio Sevilla, ensalzó así de pasionalmente una actuación memorable de Rogelio, con dos goles en el Día de Reyes y sobre una marisma enlodada: «Rogelio ha mecido a los defensas del Sporting como los costaleros mecen el palio de la Esperanza de Triana». Ahí, a Vicedo le quedaban cuatro meses de vida: moriría al siguiente mes de mayo, junto a otros tres compañeros de Radio Sevilla, en terrible accidente de tráfico.
Volvió a bajar el Betis, en Castalia, en 1973, en la despedida de Luis del Sol —que se acordaba del Rogelio que había dejado en 1960 en juveniles, antes de irse a Madrid—… y en marzo de 1974, en el campo del Sevilla, con los dos eternos rivales en Segunda, a Rogelio le tiraron una mandarina cuando iba a ejecutar un golpe franco, con 2-0 para el Sevilla. «Me comí la mandarina… y metí la falta», recuerda. Ese día, el Betis cayó por 2-1 en Nervión… pero regresó a Primera como campeón de Segunda, con aquel peculiar delantero centro, el argentino Juan Carlos Palito Mameli. «De él decían que jugaba muy bien sin balón… y yo decía, ‘a ver si juega alguna vez con el balón, mete un gol y ganamos».
Del 23-11-1975, ya de nuevo en Primera, quedó para el recuerdo un minicórner ante un Barcelona (con Cruyff) al que el Betis ganaba por 1-0, gol de Cardeñosa. En el minuto 83, Rogelio había entrado por el mismo Cardeñosa. Con 1-0 y en el minuto 90, Sosa se fue a tirar un córner y le dijo a Antonio Benítez: «Di al árbitro que se fije en lo que voy a hacer, que el balón va a dar la vuelta». Él habló con el juez de línea, le dijo que se fijara, pisó el balón para que diera una vuelta completa… y ahí se quedó Rogelio, mientras los azulgrana protestaban en masa… y el partido terminaba con triunfo verdiblanco. «Pero el córner estaba tirado, el balón ya había dado una vuelta», recordaba Rogelio con el paso de los años.
A finales de los 70 fueron decreciendo los minutos en juego del Caoba, ya bien doblada la treintena. En 1976 apareció Iriondo, tras la despedida de Szusza (previo aligeramiento de la cartera) con el 5-1 al Español del 31-10-1976. Iriondo limitó al mínimo las apariciones de un Rogelio que en todo 1977 solo se alinearía un cuarto de hora. Fue en lugar de Cardeñosa, en la segunda parte de la prórroga de la vuelta copera de cuartos de final ante el Hércules, en Alicante, resuelta el 5-6-77 en los penaltis, dos paradas de Esnaola: 2-1 en Heliópolis y 1-2 en Alicante. A Iriondo fue a quien Rogelio, por entonces, le soltó quizá la más famosa y extrapolada de sus frases: «Míster, correr es de cobardes». Antes, en 1971, en un partido vital para un ascenso, en Mallorca, Antonio Barrios se lo había pedido de otra manera: «Rogelio, corra aunque solo sea hoy’. Pero con Rafa Iriondo, Er Caoba ya venía muy de vuelta. Él lo razonaba así: «Iriondo era muy pesado y estas cosas, aquí donde estamos, se dicen de golpe, tal como lo piensas. El que tiene que correr es el balón y el futbolista bueno, lo que tiene que tener es personalidad, como en la vida».
En 1977, a Rogelio se le recuerda en el césped del Calderón, en los penaltis de la angustiosa final de Copa ante el Athletic, protestando a García Carrión la repetición del penalti de Chechu Rojo… que Esnaola había detenido. «No jugué… porque Iriondo no me puso y luego recogió la Copa del Rey para el Betis un jugador (Cobo) que estaba lesionado y que estaba en el banquillo. Pero cuando cogieron la Copa los demás jugadores, me la dieron en el césped y me sacaron a hombros. Despues me vi en El Ruedo, en esa misma foto del césped, compartiendo portada con Curro Romero».
Bajo el manto victorioso del título de Copa, Rogelio continuó otro año: una figura patriarcal en un vestuario que se tambaleaba, sin plantilla para tres competiciones. Apareció ante la gente del Betis por última vez en Cádiz, ese Domingo de Carnaval de 1978, 40 años atrás. Con Antonio Benítez roto en ese mismo partido de Cádiz, y el equipo reventado, a la deriva, el Betis de Iriondo pasó de los cuartos de la Recopa a la humillación de un descenso inexplicable: solo unas pocas semanas antes de bajar, ese mismo Betis del drama le había metido 4-2 al Real Madrid de Juanito, Jensen, Santillana, Stielike… que iba a ganar la Liga 77-78.
Después, Rogelio ayudó técnicamente a Serra y a Luis Aragonés. Una vez, Lopera le pagó unas primas atrasadas con un Nissan que el jefe tenía guardado, procedente de un embargo. Hace unos días, el Betis actual le entregó a Rogelio un recuerdo que no le había llegado por lo de la Copa del Rey de 1977. Y ahí sigue nuestro genio: en su Coria, en su Casino y con esta filosofía: «Es curioso que el diez sea siempre el que mueve a los equipos… es más fácil encontrar a diestros que se manejen con las dos piernas, pero es muy difícil encontrar a un zurdo que no le dé bien. Yo siempre me acuerdo de Andrés Bosch, que desde aquel día del Trofeo Carranza siempre me decía que cuando las cosas no iban bien, cerrara los ojos en el campo y me pusiera a pensar un poquito por qué no funcionaba la cosa».
Son los recuerdos de Rogelio Sosa Ramírez. Han pasado 40 años desde que aquel chiquillo de la Pata de Caoba y del Prado de la Feria de Coria se vistió de futbolista por última vez. Pero en la memoria de los béticos viejos aún retumba el eco de aquel gol del Carranza, el 30-8-1964, el gol ancestral de Rogelio Sosa Ramírez al Benfica de Eusebio da Silva Ferreira: aquella noche bruja en la que el temple de la Zurda de Caoba y el halo del Real Betis Balompié domaron a la Pantera de Mozambique y a las Águilas de Lisboa.
Precioso texto que glosa las glorias de una de las mayores leyendas de la historia del fútbol español. Chapó, don Alejandro.