Te reto a que sigas leyendo. Hasta el final. Tengo que contarte algo que quizá te incomode.
Mi hijo sufre acoso.
Acoso. Cinco letras que se quedan cortas para recoger lo que él siente, lo que él vive de continuo. No se trata de una broma. Ni de algo que sucede sin más.
Mi hijo recibe insultos, amenazas, humillaciones… Incluso alguna vez se ha llevado un empujón o ha tenido que limpiarse un escupitajo.
Lo he visto llorar de rabia y de impotencia. Aunque intenta resistir, encajar las mofas y las intimidaciones.
Pero yo no puedo estar a su lado para defenderlo.
¿Debería, como madre, reprobar a todos lo que lo menosprecian? ¿Explicarles, uno a uno, que si no les gusta como es o lo que hace pueden mirar para otro lado en lugar de ensañarse con él?
Me resulta imposible. Dolorosamente inviable.
Y, sin embargo, para mí siempre será “mi niño”, independientemente de los años que tenga, que no son demasiados, y, desde luego, suman muchos menos que la masa que lo ofende sin piedad.
David contra un embravecido Goliat. Una batalla perdida mucho antes de comenzar.
Por eso, intento prepararlo. Engrosarle la piel de las emociones para que entienda que esos agravios, en realidad, no tienen que ver con él mismo sino con los que los profieren. En cuadrilla. En manada.
Pero no sirve de mucho. De nuevo amagan con pegarle, le advierten de que lo esperarán fuera. Maldicen lo que hace. Despotrican contra mí. Lo juzgan sin compasión ni clemencia. Lo hacen sentirse pequeño. Muy pequeño frente al agravio y la deshonra.
Un día tras otro.
¿Quién defiende a mi hijo?
¿Debo esperar esa temida visita en el hospital? ¿O puedo soñar con un mundo donde no haya que disculparse por existir?
No tengo demasiadas esperanzas.
Mi hijo es árbitro.
Y yo, su madre, regalo a kilos mi dolor a todos los que sostienen que recibir insultos y amenazas va en su (mísero) sueldo.
El ser juez en algo siempre implica que tus decisiones no sean acogidas por igual por todo el mundo… Pero ahí entra la educación de cada uno… Te guste o no… Cagate en quien quieras pero en voz baja.. Desahogate para ti mismo.. Porque esa persona»»cumple con su trabajo y no tiene maldad… Pero claro… Eso hay que enseñarlo desde pequeños
Es cierto que hay que luchar con la lacra de la competitividad y me gusta querida Terry que en tu artículo dejes ver que la solución.sea la educación desde pequeñitos en la casa y en la escuela,aunque a veces sea difícil luchar contra corriente .Muchas gracias.
Como siempre Terry das en el clavo. El respeto a la autoridad en este caso debe aprenderse e interiorizarse. Algunos papas olvidan que se aprende más con ejemplo que con discursos y que en casa ellos son la autoridad. Luego no podemos asombrarnos de que nuestros hijos reproduzcan esa violencia.
Esto que nos cuentas, apreciada Terri es un episodio más de la «era»» de la indolencia. Mis disculpas si el cafe me ha puesto tan solemne.
No queremos sufrimiento, no queremos dolor, todo ha de ser correcto; s i te costipas tomate un …. si tienes ardor de estómago tomate … Parece que todo tiene solución, y además esta al alcance, sin más.
.Y de repente, nos damos cuenta que tenemos que desahogarnos. Y con quien lo pagamos con el más débil,con quien nos resulta más fácil, y si alguien nos afea la conducta, lo justificamos sin más. Nuestra PLENITUD EMOCIONAL se logra haciendole la puñeta al prójimo. No importa que sea o no el responsable de nuestras fustraciones. Si además es un niño es más cómodo descargar la rabia.
La superación de estas circustancias se me antoja difícil. La educación de los adultos en esta materia es una aventura llena de incertidumbres.
No se me ocurre nada más.