Como cabía esperar en tiempos de tinieblas, el personal se ha detenido en las anécdotas. El Coach Svetislav Pesic, flamante campeón de Copa del Rey… después de un salto en el tiempo desde 2003… estaba esquiando en el Sur de Austria cuando el Barcelona requirió sus servicios. Se han detenido en las secuencias extrañas/dudosas del gran partido que fue la emocionante final de Copa: esencialmente, los cinco segundos sin sacar, decretados a 55 segundos del fin contra Rudy Fernández (cronómetro en mano, el tiempo había pasado… ni Rudy protestó)… y los dos movimientos sospechosos de Víctor Claver, en extensión de brazos y en el ultimo segundo de juego, en el rebote del triple rectificado (double pump) de Causeur.
Ahí, Claver extendió los brazos ante Taylor, que falla el palmeo, y luego ante Rudy. Digamos que habría que echar mucho valor para pitar una falta en esas acciones, con 90-92 y con el partido agonizando. A Claver le hizo algo muy parecido Tony Parker en el último segundo del tiempo reglamentario de una semifinal europea España-Francia, en 2013, en Liubliana y en rebote a triple errado por Calderón… nadie pitó, y el partido se fue a una prórroga que perdió España. Para uno (que algo ha visto y jugado…), es casi más falta lo que ocurre con Rudy: de no ser porque, cuando Claver empieza a bajar el brazo intencionadamente… ya está sonando la sirena final y Rudy no ha empezado a cerrar la maniobra. Después, Oriola, frenético de júbilo, choca con Doncic sin querer: y casi lía la de Dios. Pero en fin…
Obviamente, y en brazos de la ignorancia más degenerativa, se ha ido al forofismo anecdótico. Lo trascendental, en la humilde opinión de alguien (yo mismo) que lleva trabajando y envuelto en torneos internacionales de baloncesto en los 30 años que van de 1988 a 2018 fue la aparición, irrupción y resurrección de Coach Pesic, con toda su personalidad, doctrina y carisma: todo lo que Pesic aprendió como jugador en el Bosna de Sarajevo, campeón europeo con Mirza Delibasic (1979)… y todo lo que depositó en el último titulo mundial de Yugoslavia, en 2002 en Indianápolis, o en aquel 2003 sensacional del Barça, en el que el club azulgrana firmó Liga, Copa… y su primera Euroliga.
Pero es que en 2007, Pesic —cuyo hijo, Marko, ganaba la Copa de Alemania como manager del Bayern Múnich casi a la misma hora del éxito de su padre en Las Palmas— también hizo campeón de la EuroCup de la FIBA a un Akasvayu Girona donde asomaba un tal Marc Gasol… quien aún recuerda aquel año como «imborrable». Aunque hay alguna otra cosa en la carrera de Svetislav Pesic (Novi Sad, 1949, hoy ciudadano alemán)… que aún resulta más imborrable que el año del Akasvayu.
«Responsabilidad, responsabilidad individual, defensa y sobre todo… rebotes: el rebote es la clave para ganar este partido». Así retumbaban en el vestuario barcelonista del Gran Canaria Arena las palabras del mismo Pesic que, en vísperas, resumía así su filosofía y casi su carrera: «El baloncesto es un deporte de equipo y, por tanto, hay que ser un equipo y no un grupo de individualidades. No soy un mal entrenador, pero no lo sé todo». Dicho y hecho: el Barça de Pesic —capaz de dedicar un tiempo muerto en semifinales sólo para concienciar a Adam Hanga— promedió 91 puntos en los tres partidos de esa Copa de Gran Canaria… a la que llegaba casi como se sale de un estado de coma. En la final, y tras esa arenga en vestuarios, sus motivados hombres altos barrieron el marcador de rebotes ante los madridistas: 39-24. Todo junto, el Real de Laso intentó levantar el partido (40-58, 52-67…) con small ball… y casi lo consigue: pero para que se llegara al 90-92 final, tuvieron que caer ocho triples madridistas en el último cuarto (27-38, Real). A ver cuándo se repite.
Pero el hecho más memorable (insisto: para quien suscribe) en la carrera y quizá en la vida de Svetislav Pesic se remató el 5 de agosto de 1987, en el pequeño resort italiano de Bormio, en los Alpes de Lombardía. Ese día y en el Palazzo Pentágono de Bormio, la Selección Junior o Sub-19 de Yugoslavia dominó por 86-76 a EE UU en la final del Mundial de su categoría. España ni se clasificó para aquel Mundial. Allí, en la fase previa, el 1 de agosto, la Yugoslavia del Coach Pesic había bombardeado a esos mismos EE UU (Gary Payton, Stacy Augmon, Larry Johnson…) con un impactante 110-95.
Lo más impactante no fue el 110-95 en sí. Fue que Toni Kukoc, un zurdo larguirucho —croata, de Split— que ni había cumplido 19 años aún, redujo a cenizas la defensa dispuesta por Larry Brown para sus chicos americanos. En el gran partido de su vida, Kukoc ametralló la defensa de Brown con 11/12… en triples. Fueron triples de todas las facturas: parado (set, catch and shoot), en transición, tras dribblings o bloqueos, con Augmon, Johnson, Lionel Simmons o LaBradford Smith cerrando sobre Kukoc, al que sus compañeros plavi de cuatro años llamaban La Pantera Rosa: 37 puntos totales, escoltado por 22 tantos de Nebojsa Ilic, del Estrella Roja y hoy general manager de la Federación Serbia.
«Jamás en mi carrera volví a hacer unos números semejantes, ni siquiera me acerqué. Aquel día de Bormio, los triples me eran más fáciles que una bandeja. Ves ese agujero enorme, grande, como un estanque, y sabes que cada cosa que tiras… allí dentro va. Normalmente, yo podía anotar cinco o seis triples, pero ese dia salió todo, todo iba sobre ruedas después de que entraron los dos primeros tiros. Ese día supimos que no había límite para nosotros y que teníamos que ganar ese Mundial». Tras los 11 triples, Toni se detuvo en los 37 puntos con 1/2 en canastas de dos y 2/3 en tiros libres. Fue asombroso. Quedó para la leyenda que acompañó a Toni cuando en 1993 se incorporó a los Chicago Bulls, donde Michael Jordan se acababa de retirar (Michael regresaría en 1995). Pero esa es ya otra historia.
Ese 1 de agosto de 1987, Kukoc dejó petrificados a Larry Brown y sus americanitos. Tras entrenar al Bosna (1980-87), Svetislav Pesic dirigiría a aquella Selección yugoslava que fructificó en el oro del Campeonato Mundial de 1990, en Argentina… y que hizo implosión, pulverizada en las entrañas por la Guerra de los Balcanes. Antes que nada, ahí van los nombres de los 12 campeones de Bormio 1987. El Mundial estuvo a punto de no celebrarse por los diluvios y riadas alpinas que devastaron la zona, sólo días antes. Pero allí se proclamaron campeones, con Yugoslavia y con Coach Pesic… Zoran Kalpic (4), Luka Pavicevic (5), Ilic (6), Kukoc (7), Miroslav Pecarski (8), Teo Alibegovic (9), Aleksandr Sasha Djordjevic (10), Samir Avdic (11), Vlade Divac (12), Radenko Dobras (13), Dino Radja (14) y Slavisa Koprivica (15). Preparando el Campeonato, en Sarajevo, habían tenido que hacer a las órdenes de Pesic hasta tres series de subidas a los 300 escalones del trampolín olímpico (que ya no existe) del Monte Igman. Y la noche antes de la final de Bormio, los chicos plavi, joven manada de lobos balcánicos anduvieron revolcándose y de jugueteos por los toboganes y trampolines helados del pueblo alpino, en las inmediaciones del Passo dello Stelvio.
En la final del 5 de agosto, Larry Brown, enloquecido, volcó todo su arsenal defensivo hacia el perimetro y contra Kukoc, al que redujo a nueve puntos. Pero, lógicamente, y tras el 40-43 del descanso, las torres de Yugoslavia, Divac y Radja, decantaron el titulo, con 21 y 20 tantos. Kevin Pritchard (15) y Simmons (13) fueron los más realizadores de unos desolados yankees. En el descanso, cuando perdían por tres, Pesic tiró al suelo violentamente la bolsa de equipamiento del utillero, en el vestuario de Yugoslavia… y dejó todos los discursos a Djordjevic, quien pidió «jaja» («pelotas», «huevos» en serbocroata) a sus compañeros y les arengó a «dejar en la pista todo lo que se tenga, desde las plantas de los pies para arriba».
«Salimos del vestuario como perros que no hubiesen comido en varios días… estábamos absolutamente seguros de que no íbamos a perder», recordaría el bosnio Alibegovic. Miguel Ángel Forniés, fotógrafo catalán y luego Jefe de Prensa del Joventut, fue el único periodista español presente en Bormio. En plena euforia plava y sobre la pista del Pentágono, Forniés hizo a los campeones (con el patrón Bora Stankovic) una foto histórica y emblemática (en blanco y negro), sobre la que volveremos. Más tarde, en Navidades, Pesic (que ya estaba con la Selección de Alemania) felicitó a sus chicos de Bormio con esa postal, a cuyo dorso el coach había escrito, de su puño y letra: “Nunca olvidéis lo que hemos logrado juntos”.
Como equipo, esos chicos-hombres de Yugoslavia nunca perdieron con ningún otro de su generación entre 1984 y 87. Misha Pecarski, Djordjevic, Divac y Koprivica eran, todos, del Partizán. Tras ganar la final se fueron directamente al Training Camp del equipo sénior del Partizán de Belgrado, en la Montaña Dorada de Zlatibor donde el general manager en 1987 era… Dragan Kicanovic, y en juveniles ya emergía Sasha Danilovic. «Éramos el verdadero y propio Dream Team de Yugoslavia, recuerda siempre un Divac al que Brana Rajacic, gruñón asistente de Pesic, regañaba cada vez que intentaba subir la pista con dribblings descarados entre las piernas… o así. «Coach, ¿cómo le deja hacer eso (a Divac, 2.12 por entonces)?», clamaba Rajacic a Pesic, que se encogía de hombros y respondía: «Lo hace perfectamente». Pero si no hacían bien las series de cuestas y la preparación fisica, Pesic castigaba a Radja y Divac con carreras, en las que cargaban a hombros a Rajacic, con sus 120 kilogramos.
Amunicionada con la soberbia artillería de los campeones de Bormio (más Drazen Petrovic, Paspalj, Vrankovic, Zdovc…), Yugoslavia dominó el Mundial absoluto de 1990 y los Europeos de 1989 y 1991, además de firmar plata en los Juegos de 1988, en Seúl, ante la última gran URSS del renacido Sabonis. En 1991, los Balcanes estallaron: justo cuando los plavi y los chicos de Bormio iban a sellar un nuevo título continental, en el PalaEur de Roma. Comenzó la diáspora. En muy pocos años, Drazen Petrovic, Paspalj, Kukoc, Radja, Divac, Vrankovic… marchaban a la NBA. Desde la Universidad de Oregón State (donde Divac le visitaba, cuando iba a jugar a Portland), Alibegovic fue al Alba Berlín… y a Cáceres.
Prisioneros de guerra, como escribió Alexander Wolff en Sports Illustrated, los grupos étnicos de serbios, bosnios y croatas iban rompiendo lazos. Petrovic dejó de responder a las llamadas de Divac. Este (entre Lakers, Hornets y Kings) dejó de hablarse con los croatas, con Drazen y con Kukoc y con Radja… casi sin saber cómo. «Pasamos de ser compañeros de mesas y de chistes que bromeábamos con el acento y la procedencia de cada uno…a tener que visitar hospitales de guerra y a gente sin hogar. Si hubiéramos mantenido las amistades, nos habría esperado un infierno en cada vuelta a casa.», admitiría Radja, ya en 1996, casi mientras Divac lloraba en Los Ángeles («éramos el mejor equipo del mundo…»), cada vez que encontraba entre sus cintas la grabación de la final europea de 1991, con la paliza de su Yugoslavia a una excelente Italia: 88-73.
Para Kukoc (de Jugoplastika Split, como Radja), que invitaba a sus colegas de juventud a pasar los veranos con él en Split, junto al mar, «ya nunca más podía tratarse entre nosotros solamente de baloncesto; veíamos a niños heridos… sin brazos, sin piernas». «Para volver a jugar a juntos, habríamos necesitado hacerlo bajo un nombre abstracto, no sé, XYZ o algo así», razonaba Alibegovic.
Por todos los medios, Coach Pesic —hecho, a su vez, un trotamundos— intentó, sin éxito, promover una reunión colectiva de su equipo, en cualquier parte, en América o donde fuese. Preguntaba a todos si seguían teniendo la foto de Forniés en Bormio, que él les dedicó como postal navideña. Si se les había perdido (como le pasó a Kukoc, cuando se fue a Chicago), el Coach buscaría el recambio.
Cuando fue a empezar el Eurobasket de 1995, todo en Atenas, en el primer desayuno, en el comedor de los equipos, Divac sí se saludó con Kukoc y Radja. Un saludo protocolario: nada cercano. Ya había muerto, en 1993, en Alemania y en accidente de tráfico… nada menos que Drazen Petrovic: «Lo que más me apenó fue que nunca pude restablecer relaciones con él», dijo Divac, que ya en la misma pista de la final del Mundial de 1990, tras ganar el título, había despedido por las bravas a un hooligan… con la bandera de Croacia. «Le dije que había ganado Yugoslavia y que allí sobraba esa bandera». Muy poco después, cuando fue a visitar la tumba de Petrovic, en Zagreb, Vlade Divac fue perseguido por gritos de chetnik, los que se les dirigen a los peores terroristas serbios. Cuando Yugoslavia conquistó aquel Eurobasket de 1995, en Atenas, los croatas les acusaron de haber hecho en lo más alto del podio ateniense el signo de los chetniks, con los tres dedos desplegados a modo de revólver… y la Selección de Croacia abandonó el podio. «Aquel día no quisimos provocar. Sólo se trataba de decir… ‘esto es Serbia que ha ganado y nosotros somos serbios’. Pero los croatas siempre sufrieron muchas presiones para no llevarse bien con nosotros y contra nosotros», resumió entonces Sale Djordjevic.
«Cuando miro a nuestra foto de Bormio y pienso en la guerra… siento tanta tristeza…». Svetislav Pesic declaró eso después de que verificó la inutilidad de sus esfuerzos: él mismo había llegado a ser un Prisionero de Guerra. «He ganado Campeonatos de Europa y del Mundo, he ganado Euroligas… pero mi satisfacción personal más grande fue el Mundial con los Juniors de Yugoslavia en Bormio. Fue el resultado de cuatro años viviendo y trabajando juntos. Quedará en mi alma para siempre… en deportes, las cualidades de Yugoslavia siempre incluyeron un sentido de cooperación y de camaradería. Así fue en baloncesto, balonmano, fútbol, voleibol, waterpolo… incluso en ajedrez, que siempre nos ha gustado por las tramas y combinaciones que envuelve. Desgraciadamente, los políticos de nuestro país aprendieron muy poco de nuestros deportistas». Ese era el epílogo de Pesic en aquellos días finales del Siglo XX. Poco después, Alexander Wolff lo sintetizó en Sports Illustrated con estas líneas de E. M. Forster: «Si tuviese que elegir entre traicionar a mi país o traicionar a mi amigo, espero poder tener las agallas para traicionar a mi país». Los chicos de Bormio, con su Coach Pesic a la cabeza fueron unos campeones inolvidables. Y fueron… prisioneros de una guerra feroz.
Aquí si, Alejandro. Este artículo es fantástico, excelso, maravilloso.
Tu intervención en la Junta de accionistas del Betis del año 2016 fue decepcionante y lamentable, tanto en el fondo como en la forma. Todavía recuerdo aquello de «bético» como habitante de la Bética y el embrollo en que te metiste del que no supiste salir, ya fuera por el nerviosismo del que sabe que está haciendo algo mal o por el nerviosismo del que sabe que traiciona un sentimiento…