Juraría que el Barcelona ha ganado un punto y el Espanyol se ha quitado un complejo. Por tiempo indefinido ya no será el equipo ninguneado de Barcelona, al menos deportivamente. Del Espanyol de Cornellá, desprecio que descubrió a su vez otro complejo, en este caso de superioridad, habremos pasado, muy probablemente, al Espanyol de los cojones, y valga la expresión polisémica para dar cuenta del valor, la resistencia y la incomodidad. La victoria en Copa y el empate que todavía humea han permitido al Espanyol zarandear al Barça como no lo había hecho nadie esta temporada —Supercopa al margen— y declarar un estado de insurgencia que queda simbolizado en el enfrentamiento entre Gerard Moreno y Gerard Piqué. Si el fútbol resulta un deporte adorable es, además de otras evidencias, por su afición a las historias circulares, por aceptar que se encuentren quienes se buscan. Y en este caso había doble orden de caza y captura.
El derbi de Barcelona (ciudad, no provincia) estuvo plagado de tumultos que no pienso criticar porque forman parte de un proceso (de un procés) de rebelión muy saludable. La teatralidad siempre fue mayor que la violencia, caso de existir, que lo dudo. Pero era una teatralidad necesaria porque se trataba de representar físicamente la sublevación o el sometimiento. Así se explica que Gerard Moreno celebrara su gol (65’) subido a las vallas de la publicidad, frente a uno de los fondos, como quien arenga a las tropas, digno heredero de William Wallace. No se sacudía la lluvia, sino yugo del esclavo, que diría Calderón (de la Barca).
El mismo sentido tiene que Piqué mandara callar al estadio cuando empató de cabeza (82’). Debía hacer demostración de que la revuelta había sido sofocada, aunque sólo fuera cierto en el reducido marco del partido. No tardó en recordárselo Gerard Moreno; al embestirlo, con mucho aparato y ninguna maldad, quiso dejar constancia de que el empate no significaba la rendición. Si dijera que la reyerta posterior fue edificante me echaría encima a los defensores de las buenas maneras y el amor interplanetario, pero créanme que algo de eso hubo. Era oportuno y hasta conveniente que el Espanyol/Moreno reaccionara como lo hizo, y es hasta posible que tampoco le venga mal al Barcelona/Piqué admitir que su vecino vive en otra casa, pero no en el piso de abajo.
Hubo más historias, además del simbólico enfrentamiento entre los dos Gerard, personajes antagónicos que, si hubiera justicia, deberían encontrarse en la Selección. Hubo un partido espléndido por lo peleado y por lo abatido por el temporal. Hacía tiempo que no veíamos un campo tan anegado que impidiera circular el balón, así de finos nos hemos vuelto. Asistir a ese otro fútbol es muy reconfortante porque añade una dificultad a ese juego que acabaremos por meter en una probeta cuando los estadios estén cubiertos y el VAR a pleno funcionamiento. La épica es desafiar al cielo o al gigante que lo guarda. Y todo eso lo vimos en Cornellà.