Partidos como el de ayer, disputado en la preciosa Arena do Gremio, le dan prestigio al fútbol sudamericano. Tras una gran final de ida, en la que Independiente consiguió empatar a uno jugando por casi setenta minutos con un hombre menos, la de vuelta, en Porto Alegre, no fue muy distinta. Un equipo brasileño dominador, más rápido y técnico, y uno argentino bastante ordenado y rudo, además de sumamente concentrado.
Los paralelos con el partido de ida son muchos, pero lo que más los acerca es la temprana expulsión de un jugador de Independiente. En este caso, fue Fernando Amorebieta, quien, tras un rechazo, estampó su botín en el pecho de Luan, ganándose una expulsión justa y que tuvo que ser corroborada por el VAR. El episodio fue a los 43 del primer tiempo y, teniendo en cuenta que el partido llegaría a los penales, el equipo de Avellaneda jugó en total 135 minutos de esta serie con diez hombres. Aún así, en ninguno de los dos encuentros pudo ser superado en el marcador por los de Renato Gaúcho.
Gremio arrancó bien el partido, empujado por los casi cincuenta mil espectadores que abarrotaron su estadio, y que luchaban por imponerse a los diez mil argentinos que tampoco se cansaron de gritar. Los desbordes de Everton y la movilidad de Luan hicieron que Campaña, el portero del Rojo, tuviera que lucirse en los primeros 45, en los que la defensa de Independiente se vio desbordada por los ataques brasileños.
En la segunda parte, el equipo de Ariel Holan pareció ordenarse mejor con diez jugadores —igual que en la ida en Avellaneda— y levantó una muralla infranqueable de cinco hombres atrás. Hay equipos que funcionan mejor cuando tienen instrucciones claras, por más rústicas que puedan ser. Independiente es un equipo con jugadores talentosos (Gaibor, Meza, Menéndez, Benítez, Bustos) pero parece sentirse más cómodo siendo un cuadro que espera con los dientes apretados para salir a la contra. Y tiene ese orgullo de equipo grande (es el que más títulos de Copa Libertadores tiene) que sale a flote en las situaciones más difíciles.
Complicado saber si fue el orden de Independiente el que motivó que Gremio ralentizara su juego y se volviera más predecible o si, por el contrario, fue la poca creatividad de los brasileños la que facilitó el trabajo defensivo de los argentinos. Sea como sea, el Rojo defendió ordenadamente y, a pesar de que los de Porto Alegre tuvieron un par de claras, el despliegue casi heroico de algunos jugadores de Independiente (Nico Domingo y Alan Franco fueron sus grandes figuras) hacía pensar que el cero a cero estaba escrito en piedra.
Ya en los tiempos suplementarios, ambos equipos lucieron cansados, con muchos jugadores del Rojo acalambrados y una hinchada argentina que fungió de pulmón extra para un cuadro agotado. No se puede pasar por alto el desempeño de la barra de Independiente, una muestra de que hay pocos hinchas en el mundo más comprometidos que los argentinos. En muchas ocasiones suplieron la ausencia de Amorebieta, por más descabellado que suene.
Con el empate consumado a los 120 minutos, la sensación era que Independiente se llevaría los penales por una cuestión de justicia poética: habían jugado tres cuartas partes de la serie con diez hombres y probablemente merecían un reconocimiento mayor para su inmenso esfuerzo. Pero Martín Benítez falló el último tiro desde los doce pasos y Gremio se consagró campeón de un título que ha ganado mucho prestigio tras esta gran serie disputada por dos de los mejores equipos del continente. Que siga así.