Mientras el universo mediático que rodea al Atlético de Madrid parece perderse en disquisiciones sobre la estética, la ética, la metafísica o el hedonismo, el equipo, ajeno a la dictadura del click fácil, ha decidido seguir sumando puntos. De tres en tres, a ser posible. Mientras unos se quejan de lo aburrida que es una película que no han visto (y que en ningún momento han tenido intención ver) y los otros condicionan el sentido de su discurso a si un determinado amigo está (o no está) sobre el campo, los de Simeone siguen ganando partidos como el que no quiere la cosa. Por las buenas o por las malas. Con razón o sin ella. A veces, incluso, jugando bien. Ocurrió en Copenhague y ha ocurrido contra el Athletic en el Metropolitano. Lo curioso es que, si se piensa bien, tampoco es tan raro. Otra cosa es que eso interese o no para soportar un determinado prejuicio que está más basado en supersticiones que en datos reales. Escuché una vez decir a Javier Sádaba que cuando la verdad no es entera se convierte en aliada de lo falso. Creo que estamos ante un buen ejemplo de que el filósofo tenía razón.
El equipo rojiblanco sigue la estela del líder tras la visita del Athletic de Bilbao en Liga y lo hace con solvencia, con hechuras de equipo asentado y dando la sensación de tener más recursos de los que parecía. El equipo venía con las buenas sensaciones ofrecidas en Dinamarca pero quizá la infinita superioridad que mostró ante un rival cuya entidad está en tela de juicio, quitaron algo de mérito a lo que allí ocurrió. Nada más empezar el partido en el Metropolitano se vio sin embargo que lo de la Europa League no había sido un espejismo y que el equipo seguía subido a esa inercia positiva. Salió dominando, jugando la pelota con rapidez, combinando en pocos metros y con verticalidad suficiente como para tener sometido al equipo contrario. No disfrutó de ocasiones muy claras de gol pero el dominio fue absoluto. No sólo ganó claramente la posesión del balón sino que además jugó bastante bien. Datos aparentemente reveladores en estos tiempos de análisis lisérgico y de posverdad.
La Liga parece haber quedado en un mano a mano entre dos equipos. Entre el único al que todavía no le han pitado un penalti a favor desde que comenzó la temporada y el único al que no le han pitado un penalti en contra en los últimos dos años. Así escrito parece incluso más sangrante de lo que ya es. Pero es lo que hay. El otro día a Godín le reventaron la mandíbula sin que pasase nada. Contra el Athlétic de Bilbao hubo otros dos o tres posibles penaltis pero volvió a ocurrir lo mismo. Nada. Bueno sí, una sospechosa soberbia del colegiado a la hora de lidiar con el fenómeno que ya es recurrente. Dice Simeone que es mejor no volver hablar del tema para no presionar más a los árbitros. Puede que tenga razón, pero eso no explica nada. Creo.
El incidente, que encendió a la grada, fue aprovechado por el equipo de Ziganda para bajar el ritmo. Pausa tras pausa, pérdida de tiempo tras pérdida de tiempo, el equipo vasco consiguió frenar a su rival rompiendo la dinámica y consiguiendo que el encuentro entrase en una fase de gran espesura. Es triste decirlo pero fue lo mejor que hizo el equipo bilbaíno. Un equipo que dejó una imagen atroz en Madrid. Una imagen que no se justifica sólo con las ausencias de Raúl García y Aduriz. Algo pasa en esa casa.
El Atleti, el de Madrid, volvió a retomar el pulso de la primera parte nada más volver del vestuario. Se apoderó del balón, lo movió con criterio, aplicó ritmo al juego y cambió la perspectiva. Thomas se hizo el jefe del centro del campo y acabó completando una gran actuación. De las mejores con la camiseta rojiblanca. Mira que si el ansiando mediocentro resulta que estaba en casa.
La sensación era que el equipo madrileño era muy superior al rival pero no llegaban las ocasiones. Simeone decidió entonces sacar a Gameiro (por un desconocido Koke que volvió a ser irrelevante) y el equipo se hizo más vertical. Paradojas de la vida, la llegada de Diego Costa ha hecho mejor al francés. Liberado de la presión de ser el ariete de referencia (que ahora soporta gustosamente el hispanobrasileño), Gameiro parece más suelto, más fino y hasta más feliz. Suyo fue el gol que abrió el marcador y, al igual que en Copenhague, volvió a completar un partido bastante serio.
Me dejo para el final a Griezmann porque, nos guste o no (y a mí me gusta), el otro francés está un par de escalones por encima del resto sus compañeros. Desde la llegada de Diego Costa (bendito Diego Costa) el Principito ha retrasado su posición para jugar mucho más liberado y, sinceramente, se sale. Llega a todo, todo lo ve y todo pasa por su lado. Se ha convertido en ese jugador que empasta la creación con la finalización y encima se permite el lujo de correr y defender como un espartano contra los atenienses. Es un jugador excelente y Simeone, que no da puntadas sin hilo, ya se ha encargado de alentar al personal para que se le siga queriendo. Creo que hace bien.
Mientras el Atleti piensa ya en la siguiente eliminatoria de Europa League, en la Liga vuelve a dormir en tierra de nadie. A la misma distancia del equipo al que persigue que de sus propios perseguidores. Mientras llegan las emociones fuertes, disfruta tranquilamente de su propia verdad. Posiblemente la verdadera.