Cristiano Ronaldo cumple 33 años, una cifra simbólica desde diferentes perspectivas, ninguna menor. Si empezamos por la religión sobra decir que Jesús fue crucificado a esa edad. Si hablamos de psicología, nos encontramos con estudios que afirman que es a los 33 años cuando las personas se sienten más felices, porque, aplacados los impulsos de la adolescencia, no siempre saludables, el sentido de la realidad se mezcla con un fuerte sentido de la esperanza. Digamos que, en la madurez recién estrenada, el entusiasmo y la energía de la juventud permanecen intactos o casi. Hay quien considera que si la muerte de Jesús se establece a los 33 años es porque, ya en la época de los evangelistas, se consideraba que aquel era el momento de la plenitud vital, inmejorable simbología para su sacrificio.
Para un jugador de futbol, concretamente para un delantero, los 33 años también representan una frontera. Y para afirmarlo no es necesario un exhaustivo estudio de campo, sólo un somero repaso. Si nos centramos en el Real Madrid, advertimos que Butragueño tenía 32 años cuando se marchó al Celaya mexicano y Raúl había cumplido los 33 cuando fichó por el Schalke. En ambos casos, la despedida estuvo forzada por una merma en el rendimiento y por el indisimulado hartazgo de una parte de la afición, ansiosa de caras nuevas, especialmente en la delantera. Ronaldo Nazario, precoz en todo, hizo antes las maletas, a los 30. En este caso, el hartazgo era multidireccional y terminaba en el que sentía Capello por Ronnie y El Fenómeno por Fabio.
Con independencia de ese microcosmos llamado Real Madrid (tal vez cosmos sin diminutivo), lo cierto es que cuesta encontrar delanteros que hayan retrasado su declive más allá de los 33 años. Ibrahimovic es el ejemplo que nos viene a todos a la mente. Su prestación en el París Saint-Germain, donde jugó entre los 30 y los 34, le convierte en una asombrosa excepción. En su última temporada con la camiseta del PSG marcó 50 goles en 51 partidos, y fue nombrado por tercera vez mejor futbolista de la liga francesa. Terminado su contrato, se marchó como agente libre al Manchester United a razón de 200.000 libras semanales. Allí continúa a los 36 años, limitado por la lesión que sufrió en los ligamentos de su pierna izquierda y que le tuvo casi siete meses parado.
Sin embargo, Ibrahimovic no es un jugador de características similares a Cristiano. Aunque su corpulencia condiciona su estilo, su juego no está basado en la velocidad, ni estrictamente en su estado de forma, sino básicamente en el talento. Tampoco la longevidad de Totti puede ser utilizada como contraste por la diferente exigencia física. Excluyamos, asimismo, a otros veteranos más o menos exóticos como el Roger Milla de los 90 o el Kazuyoshi Miura de nuestros tiempos, cincuenta años cumplidos.
Para hallar a un jugador comparable a Ronaldo tal vez deberíamos remontarnos medio siglo atrás y no hará falta movernos de Portugal. Eusebio, Balón de Oro en 1965, irrumpió como un prodigio físico en un fútbol que todavía no había dado ese salto. La luz de La Pantera negra se comenzó a apagar por culpa de una lesión en la rodilla y en 1975, a los 33 años, dejó Lisboa para fortuna en los Estados Unidos (Boston Minutemen, Toronto Metros-Croatia y Las Vegas Quicksilvers). Con el Benfica marcó la nada despreciable cifra de 383 goles en 365 partidos de Liga.
Puskas rebate la teoría de que el instinto goleador se pierde, aunque tal vez sea el único. Tras dos años inhabilitado por la FIFA, llegó al Real Madrid pasado de edad (31) y de peso (incalculable). Muchos lo daban por un futbolista amortizado: había jugado catorce temporadas en el Honved y había sido miembro estelar de una selección húngara inigualable, campeona olímpica en el 52 y subcampeona mundial en el 54. Sin embargo, Puskas recuperó su mejor nivel. Además de su contribución a los éxitos colectivos, ganó el pichichi a los 33, 34, 36 y 37 años; en ese tramo también fue máximo goleador de la Copa de Europa.
No obstante, si hacemos repaso al olimpo del fútbol comprobamos que la longevidad productiva es una excepción. El Maradona que fichó por el Sevilla a los 32 años, cumplida la sanción de quince meses por dar positivo, ya era un jugador disminuido (y agrandado en las tallas) en comparación con el jugador que maravilló años atrás. Tampoco en Argentina se libró de su condición de glorioso prejubilado (Newells, Boca), aunque nunca faltaban detalles de su inmensa clase.
Cruyff, al igual que Puskas, tuvo dos carreras. La primera, deslumbrante, se extingue tras su paso por el Barcelona (1973-78). De allí recaló en la Liga estadounidense (LA Aztecs, Washington Diplomats), donde demostró que todavía tenía fútbol y ganas de jugarlo: a los 32 años fue nombrado mejor jugador del torneo y a los 33 fue incluido en el equipo ideal de la Liga. En lugar de completar su retiro en América, Cruyff desanduvo sus pasos por Europa. Primero vistió de azulgrana en el Levante (diez partidos y dos goles), y después regresó a Holanda. A los 34 años fichó por el Ajax y en dos temporadas ganó dos ligas y una copa (ojo, además de inventar el penalti indirecto).
El Ajax no le renovó el contrato y con 37 años fichó por el Feyenoord, el gran enemigo. En Rotterdam logró el doblete (44 partidos, 13 goles) y fue nombrado mejor jugador de la Eredivisie.
Pelé se retiró del fútbol poco antes de cumplir los 34 años, si bien las malas inversiones le hicieron volver y fichar por el Cosmos a los 35. Allí jugó tres temporadas que tuvieron más significancia para el showbusiness que para el fútbol. El caso de Di Stéfano se conecta mejor con el de Puskas. Cuando el Real Madrid gana su quinta Copa de Europa consecutiva, Di Stéfano tiene 33 años; cumplirá 34 el día después del partido de vuelta de la Copa Intercontinental. Todavía ganó cuatro ligas más, pero no volvió a ser pichichi.
La pregunta sin respuesta (todavía) es si Cristiano ya ha doblado esa esquina o es víctima de una mala racha —individual y colectiva— que no se relaciona (aún) con la edad. Es pronto para afirmarlo, pero todo indica que ha comenzado el descenso que sobreviene a los deportistas de máxima explosividad, aquellos que tienen una alta dependencia de su condición física. Esto no significa que a Cristiano no le queden goles, ni éxitos por conseguir. De hecho, en la presente temporada, la más floja que se le recuerda, ya ha marcado veinte, y no es aventurado suponer que no serán menos de treinta cuando termine el curso.
No es un jugador acabado, ni mucho menos. Pero es posible que ya sea otro jugador. Y así debe entenderlo él mismo si pretende que lo comprendan los demás. Es muy probable que se hayan terminado los 50 goles por temporada y que deban cesar las comparaciones recurrentes con Messi, dos años y medio más joven. Cristiano tiene la obligación, por simple salud mental, de restar angustia a su juego. De no hacerlo, la frustración le hará más mella que la artritis. El proceso será lento, a tenor de su gesto tras ser sustituido contra el Levante. Pero es inexorable. Y bien lo sabe Zidane, que disputó su último partido como madridista poco antes de cumplir los 34.
No hay nada deshonroso en el declive, lento o apresurado; les ocurrió a los mejores. Tampoco procede la crucifixión futbolística, aunque Cristiano se suba a la cruz y se empeñe en repartir los clavos. Es el momento de disfrutar de la prórroga, seguramente en otro club que sea más paciente y que no haya visto tanto y tan bueno. Felicidades, en cualquier caso.
Hola.
Vaya por delante que eres un escritor excepcional, quizá por eso me muevo entre la tristeza humilde y el empacho ególatra, ambos por el mismo motivo: corregir al ídolo (cosas de gallegos).
Te escribo para comentarte que en el párrafo en el que haces referencia a Cruyff conjugas el pretérito perfecto simple del verbo desandar como «desandó». Quizá me equivoque, pero hasta donde yo sé debería ser «desanduve».
De ser un error, a mi entender no supone ningún descrédito, en todo caso, te hace más humano