Es normal que el fútbol sudamericano quiera parecerse al europeo. Después de todo, su mejor versión se juega cruzando el Atlántico, donde los clubes tienen más historia, mejor infraestructura, mejores jugadores y mucho más dinero. Seguir el modelo europeo es, desde muchos puntos de vista, una decisión lógica. Pero me da la impresión de que estamos imitando las cosas equivocadas.
En lugar de importar los trabajos con juveniles que hacen el Barcelona o Le Havre, los temas de infraestructura que ha impuesto el Real Madrid o los empadronamientos de hinchas violentos que se lleva a cabo en casi toda Europa occidental, hemos decidido, desde este lado del mundo, ir por el lado más efectista. Y sabemos bien que eso suele terminar mal.
Hace algunos días, Alejandro Domínguez, el director de la Conmebol, anunció el primer gran cambio: la final de la Copa Libertadores se jugará, por primera vez, a partido único y en una sede neutral. Como en la Champions o en la Europa League. Si obviamos los contextos sociales o geográficos (y eso es lo que ha hecho Domínguez), la decisión no carecería de sentido. Suele suceder que las finales a un partido son un poco más emocionantes y garantizan más teleaudiencia, convirtiéndose así en eventos que van más allá de lo deportivo.
Pero obviar el contexto social y el geográfico, y también el económico, es siempre una pésima idea. Supongamos que la final del 2019 la disputan un equipo argentino y otro uruguayo. Un Peñarol-San Lorenzo, por ejemplo. Lindo partido, lleno de tradición y de buenos futbolistas. Ahora bien, pongamos que, como se anda especulando en los medios, la final sea en Lima, Perú, en el estadio Nacional, en el que caben cuarenta y cinco mil personas. ¿Cuántos hinchas argentinos harán el vuelo de cinco horas desde Buenos Aires, pagando, como mínimo, 400 dólares? ¿Cuántos lo harán desde Montevideo? ¿Cuántos hinchas peruanos pagarán una entrada con precio de final continental para ir a ver a dos equipos que, con suerte, seguirían por la televisión?
A diferencia de Europa, las distancias entre las capitales sudamericanas son muy largas y los vuelos low cost recién han empezado a llegar. Un vuelo de Santiago a Sao Paulo dura más de cuatro horas y cuesta alrededor de 400 dólares. Entre Bogotá y Buenos Aires hay 4.660 kilómetros, un vuelo de más de cinco horas. Y habrá que rezar para que ningún equipo mexicano llegue a la final, porque ahí sí que los jugadores del América llegarían con jet lag a Asunción, para jugar frente a un Defensores del Chaco semi vacío.
Las distancias son largas y las economías de muchos países sudamericanos aún son muy inestables, sin mencionar los contextos políticos, aunque hay que admitir que, en eso, nuestros amigos europeos se nos están acercando peligrosamente. Lo cierto es que el hecho de jugar una final única en la Libertadores es una decisión sin pies ni cabeza y cuyo sustento es ridículamente pobre.
«A partir de 2019, la Conmebol Libertadores se definirá en una apasionante final única, transmitida en un horario estelar desde un campo elegido con antelación. Más que un partido, este será un gran evento deportivo, cultural y turístico que traerá grandes beneficios para el fútbol sudamericano, sus clubes y sus aficionados. Esta emocionante contienda ofrecerá un espectáculo deportivo de clase mundial y una mejor experiencia en casa y en el estadio», ha dicho Alejandro Domínguez. Los reto a encontrar, en este inmenso párrafo, algo que no sea un lugar común. Perderán su tiempo.
La Copa América, otra víctima
Por si fuera poco, los brillantes dirigentes de la Conmebol han decidido esparcir sus planes hacia otra de las competencias más importantes del continente: la Copa América. Ya en el 2016 se inventaron una Copa Centenario en Estados Unidos sólo un año después de una exitosa edición en Chile. Estamos hablando de un campeonato que debería jugarse cada cuatro años, como cada certamen internacional que se precie de serlo. Pero esta vez han ido más allá.
Según anunció la Conmebol, con la creación del pomposo Comité Organizador Local de la Copa América llegan más novedades. La competencia contará con seis selecciones invitadas, dos europeas, dos asiáticas y dos de la Concacaf (Centro y Norteamérica). No deberá sorprendernos, entonces, ver un grupo integrado por Brasil, Ecuador, Corea y Dinamarca, o presenciar una apasionante final entre Francia y Argentina (si es que la sorpresa, Japón, no se impone a Chile). En la Copa América.
Por el momento, parecen ser decisiones tomadas e irreversibles, de manera que lo único que nos queda es acostumbrarnos. Poco a poco, quienes tienen la misión de reformar el fútbol, tan venido a menos con los dirigentes corruptos que el FifaGate se ha encargado de desenmascarar, están haciendo lo posible por hundirlo un poco más. Como si lo necesitáramos.
¿La razón? Quizás el FBI tenga que volver a darse una vuelta por las oficinas de la Conmebol.