Si antes del partido nos hubieran preguntado por el marcador más previsible, no pocos habrían coincidido en el 3-5. En esos guarismos se define la personalidad del Betis, un equipo que sabe atacar pero que en cuestiones defensivas no es practicante. Para un rival de cierto nivel, el Betis es el enemigo perfecto porque su juego promete espacios y una alta rentabilidad de cara a gol. Habrá quien advierta una crítica en el comentario anterior y quisiera negarlo cuanto antes. En caso de que el Betis consolide al final del campeonato su posición en la mitad de la tabla, la que ocupa ahora, tendremos que reconocer que su estilo sale a cuenta, ya que sintoniza dos conceptos a menudo contradictorios, médica y teológicamente, diversión y supervivencia.
Asegurar el espectáculo antes que la victoria es una proposición de carácter filosófico que tampoco deberíamos despreciar. El Betis garantiza diversión, aunque no siempre se la garantice a los béticos. Añadan el derecho de réplica que se concede al adversario y convendrán que no hay otro equipo en la Liga que presente una oferta tan atractiva. Y no es necesario que seas bético, o mejor todavía si no lo eres.
Hace un par de años, probablemente menos, el Real Madrid hubiera llorado de alegría ante un contrincante en semejante disposición: defensa de tres, deseos de jugar y escaso interés en la autoprotección. El problema es que ya no hay elementos que definan la personalidad del equipo, solo fogonazos de bombilla a medio fundir o a medio enroscar.
Lo contó Valdano en cierta ocasión con esa manera de contar tan suya. Sus simpatías por el Liverpool proceden de una pancarta que vio en Anfield en los tiempos de la televisión en blanco y negro, y que pretendía guiar, con evidente humor inglés, a los telespectadores de la época: “El Liverpool es el que tiene el balón”. Durante décadas, el Real Madrid también fue el que tenía el balón. La cosa cambió de modo filosófico e institucional con la llegada de Mourinho y hay que reconocer que el Doctor No le sacó brillo al nuevo sistema. Después de aquel aprendizaje, no hubo un equipo en Europa que contragolpeara mejor. Aunque vinieron otros entrenadores y el contragolpe dejó de ser el recurso prioritario, los jugadores se siguieron sintiendo cómodos a la carrera. Todo cambió en algún momento indeterminado de esta temporada.
De pronto, sin que sepamos cómo, el Madrid ha extraviado sus señas de identidad, las históricas y las circunstanciales, y por el camino se ha dejado también la confianza en sí mismo, el rasgo fundamental de su carácter. Así se explica que, después de adelantarse a los diez minutos (Asensio), se viera incapaz de dominar un partido en ventaja. Y no niego los méritos del Betis. Al contrario. Pienso que la obsesión por jugar bien que ha inculcado Setién convierte el marcador en un simple elemento decorativo. De tal manera que el equipo juega siempre con el mismo arrojo e idéntica despreocupación ofensiva.
Entre Joaquín (vía Nacho) y Mandi dieron la vuelta al resultado en el breve espacio de cuatro minutos (33’-36’), lo que nos hizo pensar en un descalabro tan mayúsculo que el Real Madrid podría arrastrarlo hasta París. Olvidamos que el Betis no tiene nunca la menor intención de defender el marcador porque su única bandera es el estilo.
De vuelta del descanso, el Real Madrid (vía Zidane, hay que suponerlo) apeló al orgullo, motivado seguramente por la desesperación más absoluta. Y funcionó. Cuando un equipo grande se enfurece siempre se rompe algo. Ramos empató como si el minuto 50 fuera el 93 y Asensio volvió a adelantar a los madridistas después de un arrebato de Carvajal que en la guerra le valdría una medalla.
El Betis ni se inmutó. Ni entonces ni cuando Cristiano marcó el cuarto gol en un latigazo digno del Cristiano pre-crisis. Prueba de lo que expongo es que Sergio León acortó distancias gracias a un pase de Júnior, chico al que hay que subirle la cláusula de rescisión de manera inmediata (no acepten menos de 50 millones y luego repartan).
Lo importante: el partido tuvo emoción hasta casi el último instante, cuando Benzema, que había entrado en el 88’ consiguió el quinto y definitivo. El Madrid había logrado su objetivo, ganar y reconocerse en el espejo, y el Betis el suyo: honrar al fútbol nudista y divertir al aficionado genérico, no necesariamente del Betis, y preferiblemente si no lo es.
«sin que sepamos cómo, el Madrid ha extraviado sus señas de identidad, las históricas y las circunstanciales, y por el camino se ha dejado también la confianza en sí mismo, el rasgo fundamental de su carácte». Claridad en el diagnóstico, conviene indagar las causas. Maravillosa crónica, merecedora de un helado de vainilla. Un beso!