Lo más importante del partido entre el Madrid y la Real Sociedad sucedió en el último minuto, esa atronadora pitada del Bernabéu a Karim Benzema a pesar de que el marcador señalaba un contundente 5-2 a favor del equipo blanco. El motivo aparente, la falta de reflejos.
Era éste un partido de entrenamiento ante un miércoles que asomaba sus colmillos, una especie de proyección de futuro con las camisetas cambiadas. La afición contempló la primera parte, cerró los ojos, se imaginó a un rival hablando francés y sonrió al imaginar la paliza. Pero la sonrisa se fue apagando mientras avanzaba el reloj, para terminar convertida en un rugido que salió de las gargantas madridistas como señal de aviso.
Un sacrificio, eso es lo que pide el estadio desde hace semanas, un sacrificio para aliviar las heridas. Esos miles de personas que acuden puntualmente al campo llevan muchos meses sufriendo humillaciones en forma de empates y derrotas vergonzosas. Al mismo tiempo el Barcelona se encuentra a años luz de distancia, en una temporada en la que lo político se ha mezclado de tal manera con lo deportivo que muchos sienten la necesidad de que cada punto de los azulgranas sea impugnado ante el Tribunal Constitucional. Pero como eso no cuela, la afición blanca comprueba que cuando sale del estadio su herida es cada vez más profunda.
El gesto final de la afición fue sólo un reflejo, un grito inconsciente que respondía a un estímulo que se instaló antes de Navidad en el lóbulo frontal de sus cerebros. Aparentemente era el fallo estrepitoso de Benzema, pero la rabia respondía a un nervio oculto de mayor calado. Si hubiera un psicoanalista capaz de hacer terapia colectiva descubriría que el grito iba dirigido al entrenador, a un Zinedine Zidane que se está mostrando tan errático que hasta los más fieles de su séquito cuestionan su infalibilidad.
La protesta por el gol fallado de Benzema fue otro reflejo, porque ponía de manifiesto otra cosa. A veces piensas que te duele la muela del juicio, esa que te mortifica cuando te comes un helado, pero no es así. Piensas que son los molares pero en realidad son los premolares. Al contrario de lo que estudiamos en la Facultad de Derecho de la Complutense, la aparente causa de la causa no es en este caso la causa del mal causado.
Los reflejos también suceden cuando existe una luz que se proyecta, un resplandor. Como en la famosa película de Kubrick, nunca sabremos si es el aislamiento el que provoca la locura o si es la locura la que hace que vivamos aislados del resto. Para el Bernabéu, el sacrificio de Benzema significaría que Zidane saliera por fin de su aislamiento. Pero para Zidane, sacrificar a Benzema equivaldría a volverse loco. El estadio del Real Madrid se está convirtiendo en el Hotel Overlook, ese en el que el personaje que interpretaba Jack Nicholson perdía el juicio. El campo de Chamartín lleva un tiempo convertido en un lugar con influencia maléfica, con ganas de sangre, aunque a veces parezca que la única sangre que pide es la propia, no la del enemigo. La grada quiere que los fantasmas internos de Zidane sacrifiquen a su hijo Karim, del mismo modo que Dios quería que Abraham sacrificara a su hijo Isaac.
Pero a diferencia de lo que sucedía en el Antiguo Testamento, cuando Zidane levante su cuchillo no aparecerá ningún ángel del cielo para sujetar su brazo. Serán los aficionados blancos los que aplaudirán al ver las gotas de sangre caer sobre el césped, sin prestarse a reconocer que ese sacrificio debería haber intercambiado el papel del sacerdote con el de la víctima. En este caso sí, la causa de la causa será la causa del mal causado.