Suelen pasar estas cosas en el fútbol. Se presenta en Madrid el Sevilla un equipo roto, destrozado en el derbi y superado por el Alavés sin apenas nervio, con el nuevo entrenador cuestionado desde el minuto uno y la vergüenza en la cara de que se presenten unos ultras en tu Ciudad Deportiva a pedir explicaciones que sus diminutos cerebros jamás entenderán.
Suelen pasar estas cosas. Que suenen las trompetas alrededor del equipo local, el Atlético en este caso, y se empiecen a pronosticar resultados escandalosos, baños de fútbol y clasificaciones rápidas. Para qué esperar al partido de vuelta. Si a todo ello le sumas un estado de ánimo por las nubes y el mejor equipo posible, la fórmula del éxito ya no tiene secretos. Pero como dijo Sepp Hernerger, el seleccionador alemán campeón del mundo en 1954, «la pelota es redonda, el partido dura 90 minutos y todo lo demás es teoría».
Y esa teoría se le fue al Atlético por el desagüe en diez minutos tenebrosos. No iba mal la cosa hasta el minuto 79, Simeone había activado los resortes de partido control y el plan estaba siendo ejecutado con precisión milimétrica. Primer mandamiento: que no me marquen en este partido de ida. Segundo mandamiento: balones a Costa.
Ante la certeza de que el Sevilla no está ahora mismo para animar fiestas ni lanzarse en paracaídas, el delantero brasileño se bastó para poner la soga en el cuello de los de Montella. En media hora, a Diego Costa le anularon un gol que debió subir al marcador e hizo internacional a Sergio Rico con tres acciones de esas que activan al equipo y a la grada, de esas que otorgan al Atlético el carácter del que adoleció en la primera parte de la temporada y que, hasta la mano fatídica e Moyá, daban a este Atlético el marchamo de aspirante a todo. Porque Costa finalizó el trabajo en la segunda parte con una acción de killer auténtico al rematar cruzado una falta de Koke que parecía perderse en el tiempo. 1-0 y plan perfecto chequeado.
Y es que lo aconteció a partir del minuto 79 cuesta entenderlo, incluso para la gente de un Sevilla que no parecía descontento con una derrota mínima que remontar en el Sánchez Pizjuán al calor de su gente, descerebrados del fondo incluidos. Sin querer pinchar, Navas acarició un centro blandito y sin peligro desde la banda derecha que Moyá depositó mansa e inexplicablemente en su portería.
Empate y desconcierto. Fernando Torres al campo y más desconcierto. Y al final, al fondo del minuto 88 un balón sin dueño en la medular que Nzonzi cede a Ben Yedder, que este alarga hacia Correa y que este deposita en la portería de Moyá. Y así, sin querer, se destrozan las teorías, se manda al carajo eso de los estados de ánimo en el fútbol y se encarrila una eliminatoria en la que nadie daba un duro por ti.