En su sonrisa cabía la felicidad de un país. Y no de un país cualquiera. Con su felicidad levantó el ánimo de todo un club. Y no de cualquier club. Se juega como se es y Ronaldinho se rio jugando o jugó riéndose. Fue feliz con un balón, que manejó con la despreocupación que sólo puede ofrecer quien tiene un sentido lúdico de la vida. Era su herramienta de trabajo, pero para Ronaldinho la pelota sólo ha sido una excusa para jugar con la vida.
Ahora anuncia su retirada del fútbol profesional, aunque de la profesión ya se había retirado hace tiempo, desde que en septiembre de 2015 dejó Fluminense y no volvió a disputar un partido oficial. Fue el cierre gris de una trayectoria brillante, pero que siempre nos dejó la sensación de no haber alcanzado la dimensión que le permitía su talento.
Como todos los genios, Ronaldinho fue un artista disperso. Es probable que de no haber sido así, tampoco hubiera ofrecido tantas pinceladas de genialidad como regaló. Con alguna distracción menos, quizá su reinado se hubiera prolongado en el tiempo y a aquel Balón de Oro de 2005 le hubieran seguido algunos más. Pero un Ronaldinho más ordenado hubiera sido un Ronaldinho menos alegre. Y un monje con hábito y sin sonrisa hubiera sido incapaz de hacer arte con una pelota.
Picasso comentaba que la inspiración siempre le encontraba trabajando. A Ronaldinho, la inspiración le llegaba cuando se divertía. Y en el campo, pocos futbolistas se han divertido tanto como él.
Deja regates imposibles, pases mirando a la grada, lanzamientos de falta magistrales, goles sutiles y latigazos a la escuadra. Su variedad de recursos era infinita, pero su capacidad de compromiso nunca fue tan abundante. Siempre quiso marcar su ritmo, ir a su aire, pero ese ritmo no siempre fue el que más convenía a sus clubes y poco a poco le fue sacando de la élite.
Dio sus primeros pasos en Gremio, dejó de ser un niño en el PSG, fue un referente en Brasil y un ídolo en Barcelona, quizá el último humano. Luego llegó Messi, que es otra cosa. Otra dimensión. Nadie se sostiene en pie al compararse con el argentino.
Quiso volver a ser figura en el Milan, pero como le ocurrió en Barcelona abandonó el club antes de lo previsto para convertirse en el protagonista de una operación de márketing de Flamengo, que no tardó en cansarse del estilo de vida de Ronaldinho. Volvió a ser una estrella en Atlético Mineiro, con el que ganó la Libertadores, se dejó ir en Querétaro y sólo aguantó dos meses en Fluminense, en un final que se adivinaba hacía tiempo.
Pero también ganó títulos Ronaldinho. El Mundial, la Liga de Campeones, la Copa Libertadores (es uno de los pocos futbolistas que ha ganado la Liga de Campeones y la Libertadores), la Liga española y la italiana, campeonatos estaduales en Brasil, la Copa América, la Confederaciones, infinidad de premios individuales, con el Balón de Oro por encima de los demás… y dio a Messi el pase para que el argentino marcara su primer gol con el Barcelona. Y puso en pie a un Santiago Bernabéu rendido a su arte y que le ovacionó como nunca se ha vuelto a aplaudir a un rival desde aquel 19 de noviembre de 2005.