Si el Real Madrid siente la irrefrenable necesidad de contratar a un delantero centro puede hacer una oferta por Guillermo Fernández, delantero del Numancia. Si lo que busca es un futbolista con talento y energía puede incluir a Dani Nieto en la operación. Ninguno de los dos tendría mayores problemas para esperar una oportunidad desde el banquillo. No es broma: son buenos momentos para visitar el Bernabéu y subir de cotización. Al Real Madrid le plantan cara los pavos que antes se comía en Navidad. Los corderos se le escapan del horno y los langostinos le discuten la cocción. No se recuerda a un Madrid tan piadoso, tan incapaz de hacer sangre.
El empate del Numancia en el Bernabéu es la enésima demostración del actual extravío de un equipo que fue símbolo de verticalidad y pegada. Ahora no hay ni una cosa ni la otra. El juego se pierde en la retórica del control, la conducción y el sobeteo. Tanto se echa de menos la pelota que no hay quien la entregue sin comérsela antes a besos. No hay velocidad porque no hay vértigo y no lo hay porque los futbolistas piensan demasiado y recuerdan en exceso. En lugar de disfrutar, repasan instrucciones y advertencias. En este aspecto, el fútbol tiene mucho de experiencia sexual, inequívocamente masculina —y primitiva— por su finalidad introductoria. Si se racionaliza el acto, se destruye la emoción. Y sospecho que problemas de este tipo son los que agarrotan a los jugadores del Real Madrid. En vez de actuar, piensan.
Existe otro problema añadido y es la falta de atrevimiento. El regate ha desaparecido del repertorio de los futbolistas y no hemos hecho nada al respecto. Nadie ha tenido la dignidad de encadenarse a la valla de un ministerio en reclamación de los caños o las colas de vaca. No se han convocado manifestaciones a favor de las ruletas o las lambrettas. Ningún club ha tenido el buen gusto de incluir en sus contratos bonos por regates o cinturas quebradas. Los entrenadores, tan obsesionados en no perder el balón, tampoco los dibujan en sus pizarras. La consecuencia es que los regateadores son una especie tan amenazada como el pingüino de Magallanes o la mariposa monarca. Y no es por falta de habilidad, sino por miedo a equivocarse. Nunca en la historia del fútbol hubo tan pocos jugadores dispuestos a regatear al contrario, porque nunca en la historia del fútbol hubo tantos jugadores obedientes.
El partido era perfecto para un regateador. No había nada en juego, salvo el orgullo, y perder el balón, incluso regalarlo, era un accidente que podía asumirse sin aspavientos. Sin embargo, apenas vimos regates. Los dos que me vienen a la cabeza los recuerdo con más emoción que los cuatro goles, dobletes de Lucas y Guillermo. El regate de Ceballos fue una extraordinaria cola de vaca, una argucia también denominada “elástica” porque elásticas deben ser las piernas del regateador. Se trata, como ya sabrán y les aconsejo que no lo prueben, de mostrar la pelota con un pie y cambiarla súbitamente de dirección y autovía. El otro, obra de Isco, fue un túnel con salida al área, una burla que no pierde eficacia con el paso de los siglos.
Si jugadores como los del Real Madrid apenas se atreven a regatear pierden el primer recurso que distingue al talento, la forma más eficaz para salir de los atascos y superar las líneas enemigas. Sin eso, el Numancia puede reducir distancias hasta el punto de empatar y merecerlo. No es un problema de juego, no lo digamos más; es un problema de diversión. Y no hay quien se divierta recitando la lista de los Reyes Godos.