Los Estados Unidos son excesivos. En todo. Cuando algo les gusta, tienen que hacerlo más grande, más lujoso y más “haiga” que los demás. Da igual que sea fabricar una televisión, organizar una expedición científica o montar una guerra. Y esta opulencia es, si cabe, todavía más marcada en el mundo del deporte. Ya sea la Superbowl de la NFL, probablemente la cita deportiva anual más importante del mundo, o las Series Mundiales de béisbol (será por denominación de origen), los americanos aman los grandes citas deportivas, con extravagantes records de cuántas pizzas se comen mientras trascurre el espectáculo o qué cantidad de veces se usan los inodoros en los descansos.
Y al margen de los 4 grandes deportes (béisbol, futbol americano, baloncesto y hockey sobre hielo), sorprendentemente hay un evento que ha calado de una forma muy peculiar en el americano medio, y esa no es otro que el Derby de Kentucky (“The Most Exciting Two Minutes in Sports”), una carrera de caballos que se celebra en el histórico recinto de Churchill Downs en Louisville. Con más de 150.000 espectadores, retrasmitida en directo por la poderosa NBC y con una bolsa al ganador de 1,5 millones de dólares, se celebra desde finales del Siglo XIX acompañada por un compendio de tradiciones al mejor estilo británico, desde la comida (el “burgoo”, un guisado de vacuno, pollo y cerdo) y bebida (el imbebible “Mint Julep”) pasando por un peculiar Dress Code, hasta la música que debe sonar.
Pero si la tradición en USA gusta, gusta más todavía la innovación, y en las carreras de caballos no iba a ser la excepción. Y así, hace un par de años el empresario tejano Frank Stronach anunció la creación de una carrera con unas condiciones tan novedosas como atractivas. Se fijaba previamente el número de participantes en doce, y cada propietario tras el pago de un fee de un millón de dólares, preinscribiría a dos ejemplares casi un año antes de la disputa de la carrera. Luego podría vender, prestar, alquilar o compartir su derecho a participar en la carrera con otros propietarios. Además, los propietarios, adicionalmente al derecho a participar en la prueba, también tendrían una cuota del dinero que se produjera en la carrera, tanto por derechos de televisión como merchandising, apuestas, etc. Nunca se había visto nada igual (ni parecido). Había nacido la Pegasus World Cup, con 12 millones de dólares de dotación, de lejos la carrera con una bolsa más cuantiosa de las que se disputan en todo el mundo y se haya disputado jamás.
Cuando se anunció el evento, el mundo del turf (anglicismo que engloba a todo el complejo mundo de las carreras de caballos) mostró una mezcla de escepticismo y curiosidad. Y es que sus reglas rompían todo lo establecido. Pero la acogida fue inesperadamente buena. A los pocos días de su presentación, no solo todos los puestos en los cajones de salida estaban vendidos, sino que los compradores habían sido algunos de los emporios más poderosos de este mundillo. Y es que las grandes cuadras americanas, europeas o japonesas apoyaron sin fisuras esta nueva forma de entender el turf, medio deporte y medio negocio, pero siempre espectáculo. Y tras el éxito de la primera edición en el 2017, el sábado 27 de enero tendrá lugar en el precioso hipódromo Gulfstream cerca de Miami la segunda edición de esta peculiar carrera, con las cámaras de la NBC en directo, más de ochenta mil espectadores in situ, y, si los 12 millones del 2017 habían reventado todos los registros, este año se anuncia una bolsa de 18 millones de dólares, casi 10 veces más que el mítico Derby de Epsom o el propio Derby de Kentucky.
El favorito para esta edición es el americano Gun Runner, con una cuota en apuestas cercana al par. Este fenómeno ha sido galardonado como Caballo del Año del 2017 en Estados Unidos, y en sus 18 participaciones públicas se ha impuesto en 11 de ellas, ganado para sus propietarios cerca de 9 millones de dólares. Pues bien, la victoria en la Pegasus le reportaría casi esa misma cantidad en un par de minutos de carrera.
El espectáculo está servido. Y es que en Estados Unidos todo es excesivo.