Hay una excusa que no se admite y hasta se considera ofensiva si pretende auxiliar a equipos como el Real Madrid: la mala suerte. Sin embargo, la mala suerte es un factor de influencia indudable que actúa en combinación con otros de índole física y psíquica. Es un hecho demostrado que los equipos —y las personas— que andan mal de forma o de confianza tienen peor suerte que sus rivales. Tanto la fortuna como el infortunio acuden raudos al primer reclamo. Y el Real Madrid lleva semanas tirando migas de pan a esos cuervos negros.
Fallar un gol es una responsabilidad individual que puede tener un origen colectivo. Pero fallar media docena por apenas medio metro es casi un desafío estadístico que necesita de la mala suerte. El Real Madrid remató 28 veces, la mitad entre palos. Y lo hizo con el mismo despliegue de tardes que terminaron con beso. Hace un año, hubiera marcado un par de goles antes del descanso y otro par al regreso para mayor gloria de su legendaria pegada. Hace un año, Cristiano Ronaldo todavía veía la portería como la puerta de un hangar. Hace un año no había pizca de miedo, ni de vértigo.
Ahora existe la voluntad, pero no hay rastro de la confianza. Los futbolistas hacen lo posible por calcar los planos del éxito. Apelan al orgullo, al coraje y al resto de sentimientos revitalizantes. Sin embargo, los goles no llegan. Por error propio o por acierto del portero. Siempre es por algo. Y cada fallo devuelve al equipo a la casilla inicial, a la falta de confianza y a la pesadumbre que lastra las piernas.
Lo que expongo no empaña la victoria del Villarreal. Aunque su partido fue irreprochable, tal cosa no es garantía de éxito en el Bernabéu, o no lo era hace unos meses. Apuesto a que hubo ratos, y no fueron cortos, en que los futbolistas de amarillo no hubieran apostado por salir vivos. Sin embargo, la misma ofuscación que afecta al Real Madrid impulsa a sus adversarios.
En los últimos veinte minutos de la primera parte, Asenjo coleccionó paradas que recordaron al Casillas de los milagros. Cuando no era él, era el viento, el topo que desvía trayectorias o el efecto del aguacero sobre el balón que vuela. Cristiano no dejaba de lamentarse cuando debía hacer justo lo contrario. Al infortunio hay que plantarle cara, e incluso lanzarle improperios ruborizontes. ¡Ven aquí, cabrón, maldito hijo de puta! Con los años uno aprende que a los fantasmas no hay que huirlos, sino enfrentarlos.
Salvado el huracán, el Villarreal nos mostró a ese mediocentro por el que suspira el mundo y que ya ha fichado el Atlético, Rodri, 21 años que parecen de perro. El chico es maduro como un monje budista, pero hay que admitir que está bien rodeado, y hablo de compañeros, club, ciudad y sol mediterráneo.
Según se acercaba el final, los jugadores del Real Madrid buscaron el gol imaginando la derrota. Y por ese agujero se precipitaron. De vuelta de un córner, Cheryshev corrió la banda perseguido penosamente por Carvajal y centró al turco Unal, que remató casi a bocajarro. Keylor salvó en primera instancia, pero nada pudo hacer con la vaselina de Fornals. El Villarreal había logrado su primera victoria en el Bernabéu.
Supongo que ahora se gestionará mal el pánico. Se insistirá en la autopsia técnico-táctica, se acosará a Zidane y se pedirán fichajes para animar el cotarro. Nadie mencionará el factor innombrable, esa mala suerte que se alimenta de lloriqueos y a la que nadie se ha atrevido a insultar como corresponde.
A mí francamente me sobran las palabras malsonantes. No entiendo el gusto que ha tomado Trueba desde que salió de As por incluir palabrotas en sus crónicas. Pensaba que sería cosa de su blog, al ser algo más personal y con menos trascendencia, pero veo que continúa la costumbre en A la contra.