El martes 23 —ya hace más de una semana…—, en el Rod Laver Arena de Melbourne, Rafael Nadal Parera, número 1 del tenis mundial, arrojaba furiosamente a su silla la cinta rosa fucsia protectora del sudor que le había acompañado durante su pasión, lesión, calvario y derrota final ante Marin Cilic en cuartos del Abierto de Australia 2018. A esas horas, Grigor Dimitrov, hoy cuarto tenista de la ATP (Cilic le ha rebasado en la tercera plaza) y teórica amenaza en la ruta de Nadal, ya estaba en la cuneta adonde le había arrojado el británico-sudafricano Kyle Edmund. Así que quedaban pocas dudas sobre la ciclogénesis del enfado de Nuestro Rafa.
Al Gran Guerrero se le veía casi con el llanto reprimido y era por una razón bastante clara: en esos momentos se le esfumaba a Nadal una colosal vista panorámica de llegar a la final, presuntamente ante Roger Federer… y se difuminaba la perspectiva de estrechar hasta 19-17, siempre en favor de Roger, el marcador de títulos de Grand Slam que, sin una sola duda, es, a la vez, cronómetro, barómetro y termómetro de la rivalidad entre estos dos fieros campeones del tenis moderno.
La mano sedosa de Federer sufrió un poco en la final para mecer en su regazo a la artillería de Cilic, pero al fin sujetó su gran título número 20: que sitúa en 20-16 la cuenta rivalidad de grandes con Nadal. Eso, cuando Federer ya enfila los 37 años… y Nadal pone proa hacia los 32. Pero la carrera es frenética: por emulación y motivación. Es como si, en otras rivalidades históricas, Eddy Merckx, El Caníbal, o Fausto Coppi, Il Campionissimo, hubieran regresado de edades casi de jubilación para agrandar sus ventajas en Giros y Tours ante Luis Ocaña y Gino Bartali. O como si Ali y Frazier (2-1 para Ali entre 1971 y 1975) hubiesen extendido sus sangrientas batallas entre las 12 cuerdas de los rings de todo el mundo hasta los años 80.
A Ocaña, ya se sabe, los franceses le llamaron Le Champion Malchancé, El Campeón Desdichado o El Campeón del Infortunio, a gusto del traductor. En Tours ganados, Merckx, un fenómeno supremo, acabó desbordando a Ocaña por 5-1… pero en 1971, Ocaña cayó por el barranco del Col de Menté, enfundado en el maillot amarillo Henri Desgrange, cuando parecía que Luis ya volaba rumbo hacia el triunfo final en París. Si Ocaña hubiese ganado aquel Tour de 1971, la cuenta se habría situado en 2-1 para Merckx, con un eventual 3-2 en 1973… pero tras el drama de Menté pasó a ser 3-0.
Y hay más desgracias de Ocaña en el Tour: en 1970, El Español de Mont-deMarsan ganó la etapa del Puy-de-Dôme… pero una caída en el Ballón D’Alsace le hundió en la clasificación general. En 1972, una bronquitis le forzó a retirarse. Pero Merckx sólo corrió el Tour de 1972 para que no se dijese que él daba un paso atrás ante ese Ocaña que le había intimidado y arrollado en los Alpes (Orcieres-Merlette), en 1971. Y en 1974, el último éxito de Eddy en el Tour también llegó por puro orgullo, intentar demostrar al mundo cómo Ocaña había tenido un Tour victorioso en 1973 porque ese año, él, Eddy, Barón Merckx, no había seguido el rastro de Luis con su mirada caníbal…
De algún modo, ¿no nos trae todo esto el eco de ese Nadal que se rebela ante todos los infortunios para seguir a toda costa, como un Capitán Ahab, la estela de Roger Federer, el particular Moby Dick de Rafa? Pero es que también Moby Dick, la Ballena Blanca, encontró —al igual que Federer con Rafa— una motivación vital y sobrenatural en hacer frente a Ahab y a todos los arponeros de su Pequod: al que termina hundiendo. Que nadie diga que esto no es así o que Federer y Nadal, con todos sus problemas, siguen como siguen por cualquier otra, ignota, razón.
Este pasado lunes 29, en El País, Toni Nadal escribía textualmente: «Cada victoria de Federer complica más las cosas a mi sobrino pero, si las lesiones le respetan, espero no ver en él síntomas de abandono anímico ni la aceptación de que las cosas se queden así como están. Hoy que he visto a Roger alejarse un poco más de él, comparto con muchísima gente el gran valor de este hombre y la magnitud que tienen sus logros, pero también hoy más que nunca debería Rafael querer luchar por sobreponerse a su revés actual y encontrar la convicción necesaria en su propia pasión».
¿Queda alguna duda sobre cómo es la situación? En otro artículo de Tío Toni, publicado en El País al día siguiente del abandono de Rafa bajo el martillo pilón de Marin Cilic, Toni Nadal titulaba exactamente así: «¿Cuántas lesiones más hay que encajar?». Y seguía, con honesta sinceridad: «Espero que Rafael supere el desgaste anímico con la pasión que le ha caracterizado y dando en todo momento lo que esté al alcance de su mano». Todo esto cuadra al dedillo con ciertas declaraciones que los lectores de A LA CONTRA pudieron leer de otra persona absolutamente cercana a Rafa Nadal —y no es Toni—, a la que en un artículo del pasado lunes 29 la denominamos Dusan. En 2016, tras la derrota de Nadal ante Verdasco en Australia, Dusan hizo estas reflexiones al autor de estas líneas: «A ver, esto quizá no debería salir. Pero la derrota que más daño ha hecho y peor ha dejado a Rafa Nadal fue la de aquella final en la que se lesionó en la espalda ante Wawrinka, aquí en Melbourne, en 2014. No ya por la lesión y lo que le dolió, sino porque, ganando esa final, Rafa se ponía solo 17-14 abajo con Federer en títulos de Grand Slam y después ya podía ser 17-15 si ganaba Roland Garros, como así fue. Ahí, Rafa hubiera tenido muy cerca pasar a Federer, sin títulos de Grand Slam desde 2012 en Wimbledon (N: Roger no volvería a alzar un grande hasta 2017, en Australia); por todo esto, esa situación fue frustrante, hizo mucho daño a Rafa… y todos hemos hablado eso varias veces». Las dudas están resueltas. Esto es así. Por cierto, también convendría regresar sobre la percusión que las batallas de atrición y desgaste desde los fondos de las pistas —duras— acarrean para la castigada estructura articular de Nadal. Pero…
Al arrancar 2017, el marcador o termómetro que más importa a Nadal y Federer, tanto monta, seguía en ese 17-14 para Federer en que se quedó después del noveno Roland Garros de Rafa, en 2014: con Djokovic ya en una docena de grandes títulos, todo hay que decirlo. Entre Roland Garros 2014 y Australia 2017… ni Nadal, plurilesionado, ni un Federer en crisis anímica y de tenis fueron capaces de sumar un gran título más a la cuenta común. Un año después, otros tres Campeonatos de Grand Slam (en golf dirían Salmones) han caído en las sutiles manos de Roger Federer, que ya era Mr. Perfecto y ahora es Mr.20: 20-16 en conquistas de Grand Slam ante un Nadal que supo imponerse en 2017 en su tierra sagrada de París y, por tercera vez, en el abrasivo y rápido DecoTurf del Louis Armstrong Stadium, en la final del US Open.
Esa brecha de 20-16 devuelve a Federer, como un Merckx redivivo (5-1 en Tours ante Ocaña, después de todo) a la misma distancia con la que se cerró 2013: 17-13, en un año que había comenzado con 17-11 a favor de Roger. Por cierto, cuando Nadal firmó su primer título de Grand Slam, en 2005, Roger Federer ya acumulaba cuatro grandes. La cuenta llegó a ser 12-3 al fin de 2007… o 15-6 cuando se cerró ese 2009 en el que Rafa Nadal cayó ante Soderling en Roland Garros, renunció a Wimbledon… y Federer dominó sin piedad en París y Londres. En 2010, un grandísimo año de Nadal, con títulos en París, Wimbledon y Nueva York, dejó el asunto en 16-9. Desde ahí, Rafa fue recortando la distancia… justo hasta esta situación del 20-16 que Federer ha conseguido imponer tras este glorioso (para él) Abierto de Australia.
¿Qué ha de ocurrir ahora? No está fuera de toda conjetura, pero nadie puede saberlo con certeza. ¿Aparecerán lesiones graves, condición que antepone a cualquier otra el preparador físico de Federer, Pierre Paganini, para que Roger continúe deslumbrando…? ¿Qué sucederá en las pistas duras —para empezar, Acapulco e Indian Wells, entre febrero y marzo…— con esos cartílagos tan desgastados en las rodillas de Rafa Nadal? ¿Podrá superar Rafa «el desgaste anímico» del que escribía el propio Tío Toni? ¿Permitirán las rodillas y el resto del chasis que Nadal pueda entrenarse agresivamente, cuando los 32 años —con 17 de actividad profesional— ya están aquí mismo?
Cuando Andy Roddick se retiró de la competición oficial, en 2012, con 30 años recién cumplidos y muchísima pista dura en los rodamientos, el articulado Roddick lo supo explicar así: «Ya hace muchos meses que no me puedo entrenar agresivamente, para mejorar. Y si no puedo mejorar y jugar para los grandes títulos, yo no quiero seguir jugando bajo estas condiciones», aseguró un Roddick que llegó a ser líder mundial en noviembre de 2003… y que era el 42º de la ATP cuando dejó el circuito, tras el US Open de 2012. ¿Hasta qué punto puede seguir Nadal —o Federer— entrenando con esa agresividad precisa para que el cuerpo responda cuando lleguen las turbulencias máximas de los grandes partidos al mejor de cinco sets? Tras concluir en Australia, Brad Gilbert (@bgtennisnation) preguntó a Roger Federer (@rogerfederer): ‘¿Quién ganaría cara a cara, el Federer de 36 años… o el Federer de 25 años que ganó su décimo título de Grand Slam aquí en Australia, en 2007?’ Así —cuenta Gilbert— respondió Roger Federer: «Ganaría el Federer que ha jugado esta última noche porque hay tres áreas en las que es mucho mejor que el de entonces, 2007: el servicio, especialmente el segundo servicio, el revés y el resto». «Justo ese es el arsenal o la munición con la que Roger controla cada punto desde el principio… e impide que cualquier rival tome el control a su vez o pueda dictar nada», reflexionaba de vuelta el mismo Gilbert que en el último lustro del Siglo XX reflotó la carrera de André Agassi, hoy técnico de Novak Djokovic…
Y ahí y así están todos: Djokovic, Wawrinka, Murray, Del Potro, Nishikori… el propio Nadal, cosidos a achaques ante el triunfal, feliz y económico —en juego y golpes— Roger Federer. Tan económico como grande en gloria. Pero el circuito está bastante descabezado. Sascha Zverev (al que Federer recomienda «paciencia» y que no se presione «más de la cuenta», como si esto hiciera falta a Sascha)… no termina de llegar. Apuntan Shapovalov, Chung y Edmund, incluso Carreño. Del Potro no está para muchas hazañas a cinco sets: no ha recuperado el látigo en el revés. Dimitrov perecea. Berdych y Tsonga andan por ahí. Cilic sí que impresiona, con sus winners a 151 km/h. Pero no muchos más. Federer también puede plantearse perfectamente el objetivo de alcanzar y superar los 109 torneos ganados por Jimmy Connors (Roger lleva 96; Nadal, 75, Djokovic, 68…), Federer también puede desear llegar más allá que Ken Rosewall —ya tendrá que ser a partir de 2019— como el campeón más veterano de todos los tiempos en un Grand Slam. Ya no es aquel Federer que en 2013 se fustigaba así en Nueva York, tras una infame derrota ante Robredo en el US Open: «Es como si me hubiera destruido a mí mismo y eso es muy decepcionante». «Si Roger gana dos más este año (títulos de Grand Slam), con su cuenta de Grand Slams ya podrá beber legalmente en América», tuiteó el propio Roddick antes de lo que ha pasado en Australia, en referencia a los 21 años que legalmente se requieren para consumir alcohol en EE UU.
No hay más cuentas ni dudas: del mismo modo que Ocaña volaba como una mariposa de fuego entre la tormenta y hasta el abismo del Col de Menté, a la caza de Eddy Merckx y toda su leyenda, Rafa Nadal y Roger Federer combaten uno contra otro en una carrera frenética, mortal de orgullo y emulación, que los ha dejado a solas en la cima del tenis mundial. Federer («Estoy aquí para seguir ganando cosas importantes», proclama Roger: recuerden a Roddick)… podría retomar el número uno si se apunta a Dubái, gana el torneo… y Nadal falla más de la cuenta en Acapulco. Nadal y sus médicos sabrán cómo y de qué manera pueden llegar sus rodillas y su psoas-ilíaco (rotura con cinco semanas de inactividad) a las pistas ultrarrápidas de Acapulco e Indian Wells. Tanto fuego, tanta pasión, tanto orgullo y tanta emulación de los dos más grandes campeones del tenis en todos los tiempos (y esto es por títulos de Grand Slam, que es lo que vale)… se encuentran, se incendian en solo esos cuatro guarismos, como signos cabalísticos: 20-16. Y no hay más.
Bendito el día en el que mi hijo me habló de este periodista y comenzó a pasarme artículos suyos. No hay texto en el que no se aprenda algo y en el que no enseñe que, cuando se retire y se terminen de marchar los que, como él, dignifican este oficio que entre políticos, banqueros y sicarios han convertido en algo así como lo que hacían las taquígrafas antiguas, el periodismo habrá muerto. No te aburras, Delmás, escribe hasta que te mueras. La historia te pondrá en tu sitio y a los que te arrumbaron como se arrumba a los muebles viejos también.