Los penaltis duelen, aproximadamente, como un balonazo en zona blanda. Duelen más si el penalti es cierto; en este caso una patada indiscutible y con sonido envolvente. Pero como más duelen los penaltis es cuando vienen precedidos de un penalti que pudo ser a favor. Todo esto le ocurrió al Numancia en los primeros 33 minutos y, aunque no desfalleció jamás, ya no perdió de vista al árbitro. Y fue un error: todo el mundo sabe que, a los árbitros, como a las medusas y a los basiliscos, no hay sostenerles la mirada, porque unos te convierten en piedra y otros te pitan un penalti, o dos.
Cuesta decir si el árbitro debió señalar pena máxima por agarrón de Theo a Dani García. Por muchas repeticiones que se vean, es difícil medir la intensidad del contacto. Para aclarar estas jugadas habría que incorporar un sensor electrónico en las camisetas, que sería controlado por un comité de sastres informáticos en un despacho adyacente al del VAR. Sin semejante ayuda tecnológica resulta imposible pronunciarse.
Lo que dolió en Soria es que, tres minutos después, Lucas Vázquez fue derribado por Carlos Gutiérrez y el señor Estrada Fernández, brazo enhiesto, no tuvo ninguna duda: penalti. Juraría que dolió más la convicción del árbitro que el castigo. El estadio seguía encendido cuando Gareth Bale ejecutó la pena.
Puede parecer extraño, pero hay árbitros que no necesitan equivocarse demasiado para parecer malos o ser tomados por conspiradores. Este fue un buen ejemplo. Antes de pitar un nuevo penalti a favor del Real Madrid, ya al final del partido, es posible que Estrada Fernández hubiera acertado en todo. Sin embargo, su actitud era la de un sospechoso de mirada torva que, en última instancia, se empeñó en darnos la razón. Isco transformó la segunda pena y no faltaron los que recordaron que también con dos penaltis había ganado el Madrid en Fuenlabrada. Hay quienes no creen en los caprichos del destino.
El tercer tanto, obra de Borja Mayoral, le puso broche a un marcador que mintió sobre lo ocurrido. El Numancia no estuvo por debajo del Real Madrid y acumuló merecimientos para un gol y hasta para el empate. Sin embargo, la misma gravedad que atrae las manzanas al suelo es la que precipita los triunfos en manos de los grandes equipos. Detrás del árbitro y de la victoria quedarán ocultos los problemas del campeón de Europa para ser profundo y la dificultad de la segunda unidad para hacerse valer. La sensación es que no falta talento, sino alegría. Confiemos en que la traigan los Reyes.