Única. Eso fue lo primero que pensé cuando terminé la primera temporada de Mr. Robot allá por 2015. Lo segundo, que no me importaría que alguno de sus protagonistas me hackease el ordenador, qué valor. El cuidado de la puesta en escena midiendo cada detalle y la originalidad y la dedicación de los creadores por hacer gozar a nuestro intelecto en cada escena fueron motivos más que suficientes para clasificarla como una obra maestra imprescindible. Elliot (Rami Malek) me hipnotizó. Me enamoré de Darlene (Carly Chaikin), y acudí complacida al renacimiento de Christian Slater en la pequeña pantalla. Teniendo todo eso en cuenta, bajé a los infiernos con la segunda temporada, porque renunció a ser ella misma. Sin embargo, las plegarias fueron escuchadas y gracias a la tercera temporada podemos confirmar que hemos llegado al orgasmo.
«Los gobiernos del mundo y sus líderes corporativos no quieren que hablemos, ¿por qué? Porque liberamos verdades, destapamos villanos, exorcizamos demonios».
Mr. Robot es uno de los desafíos más asombrosos a los que nos ha sometido la ficción televisiva en los últimos años. ¿Y cuál es la clave principal de tanta majestuosidad? Los personajes. Ni los artificios, ni las miles de referencias que nos esconde o nos sirve en bandeja Sam Esmail. El éxito de Mr. Robot jamás se entendería sin sus personajes. La tercera temporada ha supuesto encontrarnos en el epicentro de la guerra, en el ojo del huracán, pero la serie ha decidido darnos el tiempo suficiente para situar a nuestros héroes y antihéroes a partir de los acontecimientos del 5/9 y de la fase dos. Nos recreamos con sus regresos y las subtramas emergen casi sin darnos cuenta, cosa que también han querido que saboreemos de principio a fin. Volvemos sobre la pista de Tyrell Wellick. Descubrimos a Angela (por fin), y la relación que le une a Whiterose y Mr. Robot; Darlene nos rompe el corazón (ya verán por qué) y le quitamos la máscara a Irving, un nuevo e interesante personaje a las órdenes del Ejército Oscuro.
El motivo de ser de toda esta hermosa locura, es decir, Elliot, aumenta su conflicto interior y nos arrastra de nuevo a los albores de la esquizofrenia gracias a una nueva evolución en la relación entre el protagonista y Mr. Robot. Y ojo, porque ya no se hablan y deben hacer frente al mismísimo Whiterose y al Ejército Oscuro. El drama está servido. De Darlene, fastuosa de nuevo, nos esperábamos mucho menos, y su personaje se vuelve serio sin perder un ápice de todo aquello que nos hizo adictos a ella. Elixir, que por cierto, prueba el FBI.
Tras convertirse en azote de la realidad política y social en la que vivimos, injerencias aparte, Mr. Robot culmina la mejor temporada de su historia con unos diálogos tan excéntricos y profundos, que no sabemos si se nos llenan los ojos de lágrimas por la emoción o por habernos tomado algún tipo de sustancia alucinógena. Prueben una pequeña dosis, manténganla alejada del alcance de los niños y disfruten. Mr. Robot es un virus que nos encanta padecer.