No es tan penosa esta hora de su retirada oficial, porque Ronaldinho, en una decisión que habla más de su manera de entender la vida que de su profesión o aspiraciones, decidió “retirarse” hace más de una década, cuando estaba en su plenitud como futbolista. Sentado en su trono o en su tumbona resolvió que le importaba más su tiempo que la posteridad, eso era una vulgaridad para quienes no saben vivir el presente. Ya habíamos hecho, pues, luto por él.
Ronaldo de Assis Moreira ha sido uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Solo un exceso de vida le privó de entrar en la partida de poker que juegan los grandes.
Ronaldinho siempre fue un payaso triste. De él dijo Henry, cuando eran rivales y el brasileño le levantó una Champions, que la suya era una sonrisa defensiva, agresiva incluso. Con ella ahuyentaba lo que le dañaba, la agresión que supone la alta competición, la absurda muerte de su padre cuando era un niño, el cerrojo del Chelsea y el plan que los demás tenían para él. Era la sonrisa del hipersensible.
No quiso reinar más que un rato, porque no estaba en su plan y porque vio que solo era un príncipe cuando apadrinó al Rey de Reyes, de nombre Lionel. El Gaúcho fue Neymar antes de Neymar, una pantera negra por la banda izquierda que desbordaba rivales, fuerte y elástico, metía golazos sin cesar y regalaba un par de detalles imborrables por encuentro: elásticas, tacones, vaselinas, colas de vaca…
Cuando estaba sano era imparable. Cuando el hambre de vivir acabó con el hambre de ganar, se hizo vulgar, se desveló el secreto de su tristeza: la sonrisa solo era escudo y la imaginación, el arte, su recurso para escapar del dolor.
Un jugador tan sensible solo pudo expresarse en plenitud al llegar a un club tan exageradamente bipolar como él. En uno de sus peores momentos históricos, con el Barça deprimido, el brasileño solo necesitó una noche para rescatarlo. De madrugada, como a él le gustaba, hizo temblar de tal manera el Camp Nou con su gol al Sevilla en la famosa “Noche del gazpacho” que los sismógrafos lo registraron. El resto fue el cumplimiento de una profecía. Iba a tocar cielo e iba a caer, como Ícaro. Liga, samba, Champions, playa, Balón de Oro, fiesta, garotas y dormir la mona en la camilla del vestuario.
La sonrisa se hizo mueca, el tremendismo del Barça se expresó en su decadencia y no pudo evitar ser crucificado por quienes antes lo aclamaron. El resto de su carrera es prácticamente anecdotario, una bajada por la escalera que va del chalé Hollywoodiense a la arena de la playa de Porto Alegre.
No hay barcelonista que no le tenga amor y gratitud, igual que cierta tirria por lo que pudo haber dado y no dio. No saben que Ronaldinho es la sonrisa melancólica de la chica que conociste en la playa aquel verano. Sabías que no te ibas a casar con ella, como sabías que su recuerdo sería eterno.
Gracias, Gaúcho.