Cuando a Alberto Rodríguez le propusieron hacer una serie recuperó una vieja idea que llevaba tiempo contemplando junto a Rafael Cobos acerca de su ciudad, Sevilla, en el Siglo XVI. Antes de aceptar, presentó una escena de cómo quería que fuera La Peste, la pesada atmósfera en la que se iba a desarrollar. El ejercicio deslumbró a los productores, que pusieron todos los medios al alcance del realizador.
La apuesta era a caballo ganador. Si por algo destaca Alberto Rodríguez es por su irreprochable carrera. Sus películas no dejan indiferente. 7 Vírgenes, After, Grupo 7, La isla mínima, El hombre de las 1.000 caras… Todas, cada una en su estilo y en su época, son envolventes pinchazos de realidad, te crees lo que está pasando y cómo te lo están contando. Pedazos de historia, con o sin mayúsculas, que permanecen en la memoria.
La Peste (Movistar+) redunda en todo lo dicho. Bajo el prisma de una asfixiante sociedad oscura, pacata y ultracatólica, y de la mano de Mateo y Valerio, sus protagonistas, Alberto Rodríguez y Rafael Cobos nos invitan a un viaje por la Sevilla del XVI, la puerta de América, aspirante a convertirse en capital de un Imperio que se va a la mierda carcomido por la corrupción y cegado por el fundamentalismo religioso del catolicismo inquisitorial.
Con la excusa de una serie de asesinatos y de una enfermedad que nadie entiende y de la que se aprovechan los poderosos –masculino: la mujer no es nada y cuando intenta ser algo ya están ellos para devolverla a su sitio-, La Peste nos muestra el fresco de una sociedad sometida y dominada por la Inquisición. La Iglesia, ahíta de poder, apenas mira por un pueblo que se muere de hambre y trata sólo de conservar su estatus frente al enemigo global: la imprenta es el enemigo, el protestantismo es el enemigo, la medicina es el enemigo, lo que llega de América es el enemigo… El pueblo, miserable pero creyente, tiene que mantenerse ignorante y temeroso cueste lo que cueste.
Si argumentalmente la serie es redonda con un guion quirúrgico, formalmente es apabullante. A través de una fotografía deslumbrante (Pau Esteve Birba) y una dirección de arte espectacular (Pepe Domínguez del Olmo), Alberto Rodríguez y Rafael Cobos nos hacen pisar el barro de esa Sevilla arrabalera y oscura –por momentos uno recuerda el hiperrealismo de Deadwood, el icónico western en tres actos de HBO de principios de siglo-, sentir la mugre, oler la mierda que se acumula por toneladas, sufrir con la enfermedad. También la dirección de actores, con unos sobresalientes Pablo Molinero, Tomás del Estal, Manolo Solo y la imperturbable Patricia López.
Nada hay en La Peste que no justifique los 10 millones de presupuesto destinados a esta primera temporada (la segunda ya está confirmada aunque Alberto Rodríguez se aleje del proyecto). Todo merece la pena en este viaje al siglo XVI que tanto y en tanto se parece a cualquier siglo. «La peste es la ignorancia. Eso es lo que realmente acabará con el hombre. No desaparecerá nunca. Permanecerá dormida, en los muebles y en la ropa esperando pacientemente a que el hombre vuelva a despertarla. Y así una y otra vez. Hasta siempre. Nada nuevo bajo el sol«.