El cine británico vuelve a homenajear al inmenso y dipsómano político del sombrero Homburg, el humeante puro y el socarrón mal genio en esta cinta que recrea con recargada teatralidad el momento en el que Winston Churchill fue proclamado Primer Ministro y se enfrentó, en mayo de 1940, a la disyuntiva más difícil y que marcaría el rumbo de la II Guerra Mundial: firmar un humillante tratado de paz con Alemania o ser fiel al honor del pueblo británico y enfrentarse con todas sus armas al monstruo de Adolf Hilter.
Título: El instante más oscuro
Dirección: Joe Wright.
Reparto: Gary Oldman, Ben Mendelsohn, Kristin Scott Thomas, Lily James, Stephen Dillane, Richard Lumsden, Philip Martin Brown.
Nacionalidad: Reino Unido.
Duración: 125 min.
Después de que hace solo unos meses el actor escocés Brian Cox se metiese en el pellejo del personaje más ilustre del país que inventó el fútbol en Churchill (Jonathan Teplitzky, 2017), ahora es el inglés Gary Oldman el que, mostrando una balbuceante verborrea y a base de maquillaje, ya que se negó a engordar lo que requería el personaje, logra resucitar a Sir Winston en un ejercicio de interpretación que seguro seducirá a los académicos de Hollywood a la hora de dar su voto para el Oscar al Mejor Actor.
La cinta, que se puede ver como una cara B del Dunkerque de Christopher Nolan, arranca como comenzaba el Primer Ministro cada día, con un huevo y unos tiras de beicon friéndose en una sartén, y con un vaso de whisky escocés en la mano, que era el particular ‘desayuno de los campeones’ del gran estadista. A partir de ese arranque —parece ser que Churchill se despachaba dos botellas de champagne con el almuerzo y la cena para concluir el día con brandy y oporto hasta la madrugada— la película se convierte en un thriller de despachos donde prácticamente todo el espectáculo corre a cargo de un superdotado Oldman y una apabullante dirección de arte que nos recuerda a El discurso del Rey (Tom Hooper, 2010), todo muy marca de la casa british.
Entre los momentos más intensos de la cinta caben destacar los desiguales duelos entre Churchill y su joven secretaria, las dudas y debilidades que muestra ante su mujer —una extraordinaria Kristin Scott Thomas—, los tensos debates políticos en el parlamento, las íntimas conversaciones con el monarca George VI, y la recreación de los sublimes discursos del Primer Ministro —hay que recordar que Churchill llegaría a ganar el Premio Nobel de Literatura en 1953—, donde el actor alcanza repetidas veces el clímax interpretativo.
Aunque la secuencia que guionista y director han pensado para pasar a la posteridad es, en mi opinión, la más fallida. Se trata de una escena con mayor función manipuladora del espectador que rigor histórico en la que Churchill se cuela en un vagón del metro de Londres para preguntar a los sencillos ciudadanos ingleses si están dispuestos a derramar hasta la última gota de su sangre para detener la invasión de los ejércitos de Hitler. Sin duda, el ‘instante más oscuro’ de esta exhibición de talento del casi seguro ganador del Oscar Gary Oldman.
CERVEZA RECOMENDADA
London Pride. Alcohol: 4,7 % Amargor: 26 IBU.

Si hay una cerveza en el mundo que puede trasladar a una pinta el espíritu orgulloso y arrogante de los discursos de Winston Churchill es esta mítica London Pride de la cervecera situada a orillas del Támesis, Fuller’s. Esta birra, que es la Ale más vendida en barril (cask) en los pubs del Reino Unido, debe su nombre a la flor Saxifraga urbium, que se la conoció como el Orgullo de Londres, ya que era la primera que lograba florecer de entre los escombros de un Londres destruido por los bombardeos nazis.
Nada más servirla en una pinta inglesa, como mandan los cánones, esta birra muestra su atractivo y cristalino color ámbar con su fina corona de espuma blanca. Esta London Pride desprende un abanico de aromas cítricos y florales que recuerdan a las mermeladas británicas, con un buen balance entre las notas lupuladas y la base acaramelada de las maltas. Una vez entra en la boca, al principio dominan las notas de toffee y caramelo tostado, para dejar a su paso por la garganta un agradable amargor. Pese a su aspecto poderoso, resulta una cerveza ligera de la que los ingleses nunca toman una sola pinta, es lo que ellos definen como drinkability, término imposible de traducir sin unas cuantas cervezas encima.